Reino Unido
Una manzana y dos tetas
Agustín Blanco Bazán
La violación de una suiza por miembros de las fuerzas armadas del tirano Gessler ha adquirido una notoriedad tan grande en la prensa cotidiana londinense que no hay más remedio que reseñarla como parte de lo que ocurrio la primera noche de esta nueva producción de Guillaume Tell en el Covent Garden.
En su debut en este teatro, Damiano Michieletto presentó una regie con algunas ideas buenas pero desarrolladas con una puerilidad tan provocativa que inevitablemente produjo una irritabilidad siempre en aumento, semejante a cuando escuchamos a un niño sabelotodo insistiendo en exhibir su superficial brillantez con ingenua reiteración. Por ejemplo: durante el allegro vivace que cierra la obertura una gran pantalla sobre la parte superior de la escena reproduce lo que está haciendo Tell junior en la mesa de la cocina de la casa, esto es, jugando con soldaditos. “¡Si por lo menos nos hubieran mostrado al llanero solitario!” suspiró un colega durante el primer intervalo. También aparece en la pantalla la historieta ilustrada de la obra de Schiller que Papá Tell rompe en pedazos, pero en escena como los cuentos se hacen realidad, el espíritu del héroe suizo, un fantasma de capa, espada y sombrerillo emplumado tirolés se posesiona de este Guillaume desalentado al ver su tierra invadida por un bandidaje contemporáneo que podrían ser los serbios o los disidentes pro rusos de Ucrania. Y los soldaditos siguen apareciendo, y el Tell de la historieta también. Y lo hacen hasta el cansancio sin un momento de paz o reflexión a lo largo de estas cuatro horas de música.
Según nos informa el programa, el regisseur ha instruido a personajes y coro a mimar cada acorde como para explicarnos lo que significa todo. Cuando le pide a su hijo que permanezca inmóvil y que entre otras cosas piense en su mamá Tell “nos explica” de qué se trata trasladándose a un costado de la escena para abrazar a su esposa que está junto a la mesa … jugueteando con los soldaditos.
Momento de la representación de 'Guillermo Tell' de Rossini. Dirección musical, Antonio Pappano. Dirección escénica, Damiano Michieletto. Londres, Covent Garden, junio-julio de 2015 © Clive Barda / ROH, 2015
Sospecho que la indiferencia de un público en general reacio a novedades como el que normalmente va a al Covent Garden fue creciendo en una irritación que explotó con el ballet en la casa Gessler. Luego de elegir la aldeana que los va a entretener esa noche, los soldados comienzan a manosearla. Finalmente, al compás del galop la desnudan y violan sobre una gran mesa de banquetes, mientras marcan el ritmo pegándole con sus puños a la mesa.
La visión de la mujer elevándose por el aire con sus tetas descubiertas fue demasiado para el público de una burguesía insular y obsesionada con los escándalos sexuales. El Covent Garden ya ha presentado orgías innecesarias y pueriles como por ejemplo una en el primer acto del Rigoletto escenificado por David McVicar y la moral victoriana firmemente enraizada en este público se soslaya con cualquier morbo siempre y cuando no se vea mucho. Pero 'ver' una teta acompañando una danza de ópera es algo insólito en esta isla donde el nudismo es todavía algo marginal.
Es entonces que ocurrió lo que todos coincidimos en calificar como la más tormentosa desaprobación jamás vivida en la Royal Opera House: los buh! comenzaron progresivamente, hasta el punto que al comienzo creí que era parte del tumulto provocado por la soldadesca en escena. Pero no. Los buh! siguieron creciendo y multiplicándose hasta hacerse generales y ensordecedores, tapando la orquesta y malogrando el progreso dramático de la función. Costó mucho concentrarse para admirar lo mejor de toda la producción, esto es, el momento en que Tell dispara con una ballesta a la manzana en la cabeza de su hijo Jemmy, arrodillado sobre la misma mesa donde se ha perpetrado la violación. Cualquier regisseur que preste más atención a la dramaturgia sugerida por esta obra que a sus ocurrencias trasnochadas, comprenderá lo obvio: la danza es un número forzado por Gessler a sus aldeanos tiranizados. Como tal, debe representar un aumento de tensión, pero nunca una culminación dramática en sí misma. La culminación está en el disparo de la flecha. El vilo entre la vida y la muerte de toda la obra está sintetizado en esta escena, que pierde fuerza si se exagera con la danza hasta el punto de transformarla en una violación.
Individualmente considerada, la violación fue un excelente golpe de teatro, y supongo que aún el público de la primera noche se la hubiera tragado si no hubiera tenido lugar en un contexto de insufrible puerilidad que irremediablemente transformó la violación en algo similarmente pueril. En estas circunstancias pareció como si el abuso fuera algo tan risible y banal como otras escenas y, ya se sabe, no hay tolerancia o amplitud de criterio que en los tiempos de corrección política que corren aguante mostrar una violación como algo paródico. Para peor, ¡el abuso duró demasiado! como tratando de desafiar las primeras muestras de desaprobación que creo salieron simplemente por fastidio.
Momento de la representación de 'Guillermo Tell' de Rossini. Dirección musical, Antonio Pappano. Dirección escénica, Damiano Michieletto. Londres, Covent Garden, junio-julio de 2015 © Clive Barda / ROH, 2015
Nada más lejos, claro está, del mensaje que quiso pasar Michieletto, pero así le salió de mal. Le salió mal por haber instruido una especie de teatro de títeres abrumado con una diarrea de ideas repetitivas y banales que destrozó una narrativa dramática seria. Inevitablemente, todo lo que la prensa local ha venido haciendo desde el 29 de junio es hablar de las tetas, la violación y los ¡buh! Por suerte la ROH ha comunicado que no cambiará la escena. Y también hay algunos testimonios contradictorios que indican que algunos desaprobaron la desaprobación inicial y de ahí esta pataleta colectiva.
De cualquier manera el estupor frente a dos pezones desvió a la audiencia de la apreciación de algunos momentos de genuina creatividad, como por ejemplo el vibrante final del acto II cuando Tell y sus rebeldes cantan su decisión de liberar a su pueblo. O la sugestiva iluminación sobre el tronco de árbol caído que ocupa el centro de la escena como anhelo de volver a florecer. Hacia el final el tronco se eleva y un niño planta un pequeño arbolito: ¡libertad! Y, ¿por qué no?, ¡también esperanza! Tal vez Michieletto nos presentará un espectáculo para adultos cuando vuelva al Covent Garden. Lo hará el próximo diciembre con Cavalleria y Pagliacci.
¡Pero qué magnífica versión musical! No hubo un momento de languidez en la vibrante y conmovedora lectura de Pappano, tan abundante en el hallazgo de detalles cromáticos como irresistible en los tiempos y detalles de rallentando, crescendo o variaciones dinámicas difícil de encontrar en otras versiones. Similar grandeza hubo en el canto de un coro estable tan entregado como la orquesta para demostrar que esta es una ópera genial como síntesis del encuentro entre la grand opera y la tradición melodramática italiana del primer ochocientos. ¡Cuanto ganaría esta ópera en concisión dramática si se suprimiera su parte más floja, esto es, esa obertura tan larga como fuera de contexto!
Momento de la representación de 'Guillermo Tell' de Rossini. Dirección musical, Antonio Pappano. Dirección escénica, Damiano Michieletto. Londres, Covent Garden, junio-julio de 2015 © Clive Barda / ROH, 2015
Tampoco defraudaron los solistas principales, todos sin voces demasiado grandes pero excelentes en materia de emisión y estilo. Gerald Finley fue un Tell apasionado y firme en su canto legato. La voz de Malin Byström (Mathilde) es ahora más oscura pero sin perder esa lubricación densa, brillante y pareja a lo largo de todo el registro. John Osborn sigue con algún engolamiento en el registro medio bajo pero los crueles sobreagudos que pide Arnold fueron cantados con asombrosa facilidad de passaggio y colocación final. Sofia Fomina fue un descubrimiento como Jemmy, tanto en su actuación como varón casi adolescente como en la fuerza de proyección de una voz de bellísimo color lírico y asombrosa seguridad en el agudo. Y también el Mechtal de Eric Halfvarson y la Hedwige de Enkelekda Shkosa alcanzaron un raro nivel de firmeza y expresividad. Con voz menos redonda pero beneficiado por la articulación de su idioma materno cantó Nicolas Courjal su Gessler.
¡Bien valen dos tetas de más por una manzana tan jugosa y redonda musicalmente!
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