España - Galicia
Los peligros de los altos riesgos
Hugo Alvarez Domínguez
Como cierre, la Temporada Lírica de A Coruña se decidió a recuperar una producción clásica tanto de Die Zauberflöte como para esta ciudad: la que estrenase Comediants hace ya más de quince años en el Liceu y que -fruto de una coproducción con el tristemente desaparecido Festival Mozart- se vio en A Coruña previamente en 2001 y 2003, con gran éxito. La temporada presentaba ahora un elenco completamente nuevo con respecto de los anteriores, con la particularidad de tratarse de un reparto casi íntegramente español -excepción hecha de una de las cantantes-, con la friolera de nueve cantantes gallegos y los textos hablados presentados en castellano -y convenientemente recortados, por cierto-. Una apuesta de alto riesgo, sin duda. Lo cierto es que, lejos del furor que despertó esta producción en años anteriores; esta vez el nivel global de la presente representación se movió más bien en una esfera que oscila entre lo correcto y lo discreto, lejos de la excelencia de otras representaciones tanto de esta ópera como en la ciudad como de otros títulos operísticos de la presente temporada.
Aunque siempre es encomiable -y difícil- reunir un reparto completamente español, como en este caso, hay que decir que siento que muchas veces las opciones escogidas no fueron las más adecuadas, ya sea por cuestiones de algunos estados vocales actuales o por inadecuación al rol; pienso que sin alejarse de la premisa del elenco español, algunas opciones podrían haberse repensado para mejorarse, porque lo que sobre el papel mismo ya generaba dudas, las más de las veces tampoco terminó de cuajar a la hora de la verdad sobre el escenario….
Gustó mucho el Tamino de Francisco Corujo -puede que en su mejor actuación en la ciudad hasta la fecha- que encuentra en Mozart a un autor ideal para sus condiciones vocales. En el papel del príncipe, puede mostrar su elegante línea de canto y su cuidado sentido del fraseo, cualidades que estuvieron de relieve durante toda la representación; pero especialmente en su celebrada aria del primer acto. Fue, sin duda, la mejor prestación vocal del elenco, por voz y adecuación estilística.
El Papageno de Borja Quiza fue más que correcto y en general tiene los mimbres necesarios para sacar adelante con dignidad la parte; completando el intérprete las cualidades de una voz que sin ser especialmente hermosa ni poderosa sí es en general sana -sin duda Mozart es de los compositores que más le convienen ahora mismo, aunque seguramente un poco más de elegancia y nobleza en el fraseo y un poco menos de rudeza en la emisión no estarían de más…- con unas dotes histriónicas bastante pasadas de rosca, que se metieron sin embargo al público en el bolsillo; pero que corren el riesgo de resultar en exceso evidentes para alguien aficionado al teatro, por más que con el grueso del público -y sobre todo con el infantil- funcionen. Pero con Quiza queda la impresión de siempre: hay que valorarlo como un artista pleno en el que voz y actuación son un todo indivisible, cuyo resultado global podría resentirse si analizamos una con independencia de la otra.
El resto del reparto fue más discutible. Mariola Cantarero -llamada en sustitución de la cantante inicialmente prevista con bastante tiempo de antelación- se encuentra en un momento vocal conflictivo en el que el instrumento ha perdido homogeneidad en los registros -más allá del cambio de color evidente, con tres franjas bien diferenciadas, el agudo en forte aparece a veces arañado, y el grave suena ciertamente agrio en bastantes ocasiones- y un peligroso vibrato se ha apoderado de toda la extensión, afeando sobremanera el resultado final. Quedan las buenas intenciones en el fraseo y algunos filados de categoría; pero -duele decirlo…- el instrumento ya no es ni la sombra de lo que fue; y Pamina no es desde luego un papel que se adecue especialmente a sus condiciones naturales: seguramente ni las de hace unos años, ni mucho menos las actuales. Sí tuvo momentos aislados en los que la musicalidad, que sigue estando ahí como estuvo siempre se impuso -muy digna en el “Ach ich fülhs”, por ejemplo-, pero en conjunto, se antojó ciertamente insuficiente, y la parte actoral -francamente forzada y desde una impostación muy artificial- tampoco ayudó.
En el Sarastro de David Sánchez se da un caso curioso: es un cantante que podríamos decir que posee la materia prima necesaria para hacer frente a los requerimientos del peliagudo personaje -las notas están y el color es óptimo-; pero le falta esa escuela de canto -digamos variedad en el fraseo, redondez en el grave y presencia del instrumento- para darle al personaje la autoridad indispensable que requiere el sacerdote, una autoridad que aquí faltó las más de las veces: cualidades que puede que lleguen con el tiempo y el rodaje, pero lo cierto es que a día de hoy el rol le supera por cuestiones técnicas que aún se deben solucionar. Puede que en unos años –desde la madurez- llegue a ofrecer una versión más completa de un personaje que creo que se precipita al abordar actualmente.
Cubriendo una cancelación de último minuto, la joven Helena Orcoyen llegó in extremis al ensayo pregeneral para hacerse cargo de la Reina de la Noche: salvó los muebles con dignidad y es de ley agradecerle el esfuerzo, si bien una soprano ligera -sin duda ella lo es…- no parece la tipología vocal más acertada para esta parte. Tiene la coloratura y el sobreagudo seguros, pero sufre para sacar por ejemplo el capital recitativo de “O Zittre Nicht!”, y la proyección es más bien escasa. Con todo, hay que aplaudir que al menos sacase la papeleta adelante casi sin ensayos, aunque no es este el papel donde más pueda lucir sus condiciones vocales.
Hubo de todo en el irregular comprimariado, desde la estupenda Papagena de Patricia Rodríguez -bien resuelta en lo musical y muy desenvuelta en el plano escénico- hasta el Monostatos de un Zapata -antes José Manuel Zapata: parece haberse rebautizado artísticamente- que hoy por hoy ya es más actor que cantante lírico, y suple con dotes histriónicas las carencias evidentes de una voz en un momento más que crítico desde hace cosa de un par de años…. Suficientes las tres Damas -en conjunto Carmen Subrido y Nuria Lorenzo francamente mejor que Cristina Alunno, en ocasiones tapada del conjunto-, bien afinados y empastados los Tres Muchachos -María Lueiro, Nuria Lemos y Alberto Miguélez- y entre correctos y esforzados los demás integrantes del elenco.
El Coro de la Sinfónica de Galicia -poderoso de afinación, presencia y cuadratura- tuvo una noche especialmente feliz, y ha de contarse con total sinceridad entre lo mejor de la representación; mientras que la Sinfónica de Galicia volvió a demostrar que tiene esta partitura perfectamente controlada. He de reconocer que, contra todo pronóstico, sí me sorprendió positivamente la lectura de Josep Pons -en principio bastante ajeno a este estilo-, que tuvo pulso, sentido del ritmo y supo en general respirar con los cantantes: puede que en algún momento hubiese caídas ocasionales de ritmo -pienso en el crescendo progresivo que cierra la obertura, por ejemplo, no del todo bien dibujado-; pero en general hay conocimiento del estilo más que suficiente como para haber firmado una más que aceptable versión desde el foso.
He visto muchas veces a lo largo de los años -tanto en A Coruña como en otros lugares- la presente producción de Comediants -y seguramente esté sobradamente comentada en diversas críticas en estas mismas páginas, porque es bien conocida- y debo decir que esta es la ocasión en que menos me ha impactado: no sabría decir si por falta del factor sorpresa, o sencillamente porque mi posición -creo que excesivamente cercana al escenario para apreciar como es debido un montaje que juega con las alturas y con influencias del teatro negro- hizo que viese con claridad cosas que deberían permanecer ocultas en negro -plataformas, telas, entradas y salidas…-, pero que aquí se vislumbraron con claridad, rompiéndose algo la magia del teatro: cosas que en las cinco o seis veces que había visto esta producción anteriormente -siempre desde mayor altura-. Pienso que en cualquier caso la iluminación debería cuidar más ocultar debidamente lo que, efectivamente, debería ocultarse.
La estética de cuento de hadas que inunda la lectura de Joan Font -colorista en escenografía y vestuario- une momentos francamente brillantes -el inicio, en forma de gran golpe de teatro; la entrada de los Muchachos en la nube; o, el mejor, el de los animales danzando alrededor de Tamino, con especial mención al figurante que se encargó del avestruz de forma soberbia-, con otros francamente mejorables -la escena de las pruebas peca de excesivamente sencilla y esquemática, y la resolución de los villanos al final bien podría haber sido más espectacular. El convertir a Papageno en eje vertebral de la narración cobra sentido cuando se cuenta con un artista con las dotes histriónicas de Borja Quiza, que dio rienda suelta a toda su soltura escénica en un montaje que -dirigido sin duda hacia los niños- da del pajarero una imagen puede que excesivamente simplista. Hay también un detalle que era vistoso y ha desaparecido: Monostatos ya no trepa por una exigente red, como antaño, ahora son dos figurantes quienes lo hacen: ignoro si por petición expresa del solista o por una mera cuestión de revisión. Con todo, siento en general que esta es una de esas producciones que funcionan mejor en una primera visión, que insistiendo en varias ocasiones sobre ella. Nadie firma, por cierto, la adaptación al castellano de los textos hablados, en una práctica que creo que se hace por primera vez en esta producción –reducidos casi a la mínima expresión posible para permitir el buen seguimiento de la historia-: la idea es, en cualquier caso, un acierto. Menos feliz es la idea de la introducción de las morcillas en gallego –que no vienen a cuento, por más que el público llegue incluso a aplaudir la inclusión del célebre “Galopín” en boca de Papageno más que algunos números de la partitura-. Por cierto, es la tercera vez en cinco años que suena el “Galopín” en este Festival en forma de morcilla…
Teatro lleno y aclamaciones excesivas al final para una función en la que se silenciaron muchos números importantes a escena abierta; y que no siempre terminó de tener el nivel deseable, sobre todo dados los excelentes resultados de las anteriores propuestas de esta temporada: desde luego, esta Flauta española estuvo muy por debajo de las anteriores experiencias coruñesas de esta producción. Contar con un elenco español y fomentar lo gallego, comos sucedió aquí, es siempre un hecho que ha de valorarse positivamente; pero la selección de reparto en este caso fue arriesgada en más de uno, dos y tres casos. Se corrieron altos riesgos -opción tan valiente como peligrosa- y, a decir verdad, no siempre se acertó, máxime cuando el nivel previo con esta obra en esta ciudad estaba muy alto.
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