Reino Unido
Lucrecia y sus dilemas
Agustín Blanco Bazán

"Quiero desarrollar una nueva forma de arte ... que figure junto a la gran ópera como el cuarteto junto a la orquesta". Son reflexiones de Benjamín Britten en vísperas del estreno mundial en Glyndebourne (1946) de La violación de Lucrecia, su ópera de cámara escrita enseguida de Peter Grimes. Sólo trece instrumentos le fueron necesarios a Britten para crear una de sus más geniales partituras, a saber dos violines, viola, chelo, contrabajo, flauta, oboe, clarinete, fagot, trompa, arpa, piano y percusión. La batuta de Ernest Ansermet presidió esta pequeña orquesta y un número reducido de cantantes similarmente ilustres: la hoy legendaria Kathleen Ferrier tuvo a su cargo el papel protagónico, y Peter Pears y Joan Cross se encargaron respectivamente del coro masculino y femenino, dos narradores que transitan una tesitura particularmente ardua para describir las motivaciones de los encargados de la acción principal.
Firme instrucción de Britten era que los dos coristas permanecieran estáticos a lo largo de toda la obra, pero se trata de una orden frecuentemente desobedecida, y en el caso de esta nueva producción de Glyndebourne, con resultados geniales. En la antítesis de lo pedido por el compositor, Fiona Shaw se juega con todo al impulsar una intensa relación entre el corista con Tarquino y la corista con Lucrecia. En un momento Tarquino monta su coro como un caballo en la descripción de su feroz y torpe cabalgata hacia Roma. El machismo y la violencia alcanza así una expresión extrema, desprovista de la dialéctica algo tiesa que normalmente acompaña las puestas donde el coro permanece separado de la acción. Y el gineceo de Lucrecia se ve similarmente realzado por la forma en que ésta parece comunicarse con su coro. Pero hay más aún, los coristas llegan a interactuar entre ellos para reflejar una contradictoria y mutua atracción. Con ello dan en el clavo del remordimiento que finalmente arrastra a Lucrecia al suicidio: se ha sentido atraída a su violador y con ello ha dejado de estar enamorada de su marido. Ambos coristas visten como contemporáneos a la época del estreno y gracias a ello es posible salvar el obstáculo más difícil en la dramaturgia de la obra, a saber la visión retrospectiva de dos coristas que hacia el final redimen la culpa y el suicidio de Lucrecia con palabras de compasión cristiana.
Momento de la representación de 'La violación de Lucrecia' de Britten. Dirección musical, Leo Hussain. Dirección escénica, Fiona Shaw. Festival de Glyndebourne, julio de 2015 © Robbie Jack, 2015
La escena es negra y sin decorados, con un suelo barroso que a la vez afirma la mugre física y moral de la soldadesca de Tarquino e interrumpe cruelmente las aspiraciones de pureza de una Lucrecia vestida con un camisón blanco manchado de barro por su violador. Sobre el final Lucrecia es semienterrada en este lodazal y todos los personajes vuelven a su pasado en una semioscuridad confusa. El tiempo de Roma ha pasado y solo quedan nuestros coristas, abocados a una tarea arqueológica consistente en tratar de desenterrar los vestigios de la historia que acaban de interpretar. Finalmente hallan tres pedazos de escultura: dos antebrazos y una cabeza de mujer que colocan en forma de cruz. Cristo es no solo universal como idea de perdón y sufrimiento, sino también y a la vez masculino y femenino.
Momento de la representación de 'La violación de Lucrecia' de Britten. Dirección musical, Leo Hussain. Dirección escénica, Fiona Shaw. Festival de Glyndebourne, julio de 2015 © Robbie Jack, 2015
Fue esta una versión tan redonda escénica y musicalmente que casi resulta injusto realzar la labor de algunos cantantes o instrumentistas a costa de otros. Difícil imaginar una voz más diferente a aquél cavernoso torrente llamado Katherine Farrell que el timbre lírico y abierto de Cristine Rice, una Lucrecia que como en el caso del resto del elenco cantó con una dicción proyectada como para hacer innecesarios los sobretítulos. Duncan Rock interpretó un Tarquino de emisión cálida y actuación jamás exagerada en su agresiva virilidad. Kate Royal y Allan Clayton exhibieron toda la expresividad necesaria para convertirse en coristas de palpitante articulación narrativa.
Momento de la representación de 'La violación de Lucrecia' de Britten. Dirección musical, Leo Hussain. Dirección escénica, Fiona Shaw. Festival de Glyndebourne, julio de 2015 © Robbie Jack, 2015
Y perdón para todo el resto, desde el excelente Collatinus de Matthew Rose hasta la incisiva y formidable Bianca de Catherine Wyn-Rogers, por no detenerme para describir con detenimiento sus calidades vocales y actorales. También perdón por no nombrar cada uno de los trece solistas, todos ellos modelos de espontánea articulación y capacidad para expresar a fondo la riqueza cromática de esta partitura. Leo Hussain los dirigió con una perceptiva interpretación de tiempos, pausas y dinámicas.
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