Suecia
¡Hitchcock a la ópera!
Agustín Blanco Bazán

Quienes saben de cine habrán reconocido inmediatamente a los personajes del elenco de la ópera del compositor Hans Gefors que acaba de recibir su estreno mundial en Gotemburgo. Son nada menos que los héroes y villanos de Encadenados (en inglés, Notorious) la película de Hitchcock con Ingrid Bergman y Cary Grant producida por RKO. Ella es Alicia, la hija de un espía de los nazis condenado por traidor después de la guerra, que acepta la propuesta de Devlin, un agente norteamericano, para infiltrarse en Río de Janeiro con unos nazis que están preparando una bomba atómica o algo así. Ambos se enamoran pero el deber, la trama criminal y los miedos recíprocos intervienen en alienarlos hasta el final. Quienes no hayan visto la peli, por favor paren de leer, véanla y después, si quieren, vuelven y siguen leyéndome.
La Ópera de Gotemburgo, una pujante compañía alojada en la magnífica sala junto al puerto (una sala de veinte años pero que parece construida ayer por su modernidad), decidió comisionar una obra escrita para la voz de Nina Stemme al compositor Hans Gefors un compositor sueco famoso por su ópera Christina (1986. Ópera Real Sueca) y Clara, estrenada con ocasión de la reapertura de la Salle Favart de la Opera Comique en 1998.
Para Notorious el compositor y libretista optaron por una formula relativamente simple: decidieron seguir la narrativa cinematográfica y aportar su originalidad en la profundización psicológica de estos personajes al borde del paroxismo. También introdujeron algunos cambios acertados para realzar ese dramatismo de extremos sin el cual no hay ópera que valga. La acción no tiene lugar luego del fin de la guerra sino que es trasladada al medio de ésta, con lo cual la conspiración nazi para preparar la bomba con el polvo de uranio extraído en Brasil tiene mayor suspense. Y cuando Alice y Devlin bajan al sótano para descubrir las botellas conteniendo el uranio, también descubren….¡el cadáver de Emil Hupka!, ese conspirador los demás decidieron eliminar cuando descubrieron que sus nervios podían traicionarlos.
La escena de las carreras de caballos donde Alicia intercambia información con Devlin es aquí reemplazada por una noche en la Ópera de Río. Dan Orfeo y Eurídice de Gluck y ello sirve de ocasión para una gran escena de teatro dentro del teatro durante la cual las furias avanzan sobre los personajes con su mensaje de muerte y negatividad. Se trata de una escena al estilo “grand opera” de maravilloso efecto teatral.
Hans Gefors opina que en la ópera la música debe estar al servicio de la expresión vocal. Es por eso que su orquestación, en general tonal y bien diferenciada en color y texturas, tiene una transparencia que a veces hace recordar a Benjamin Britten. Gefors construye su trama sonora con comentarios orquestales nítidos de vientos y percusión y un fluir basado en recatados acompañamientos de cuerdas. Recatados hasta el momento en que un desarrollo armónico espontáneo lleva a efectivos climax. Hay muy pocos forte en este discurso musical tendente a marcar la atención con atenuada pero incisiva intensidad. Hasta el ritmo de samba durante la fiesta de presentación de Alicia es de una intensidad moderada y contenida en ritmos marcados como palpitaciones. Esta orquestación, compuesta para entrar hasta en los mas mínimos detalles, permite describir todo lo que los creadores han tomado de la película para agregar a la acción dramática, desde la manipulación de la llave marca Unica que abre la bodega de los secretos mas siniestros hasta la taza de café envenenado ofrecida por Madame Sebastian a su nuera. Una acertada presentación de videos ayuda a sincronizar la música con estas minucias a un público en vilo gracias al implacable timing de la partitura.
Compuesta especialmente para Nina Stemme, el rol de Alicia permite a esta gran soprano explayarse en expresivos legatos de pasaje del registro medio al alto. Para la otra gran figura femenina, esa siniestra Madame Sebastian que preside a los nazis y que recela el casamiento de Alicia con su infatuado hijo Alex, Gefors propone algunos risueños pasajes de coloratura y un fraseo mas bien corto y urgente, magníficamente desarrollados por Katarina Karnéus. El tenor Michael Weinius explaya el amor y su frustración de Alex a través de frases de tratamiento armónico casi verdiano en su dramática expresividad. Y el barítono John Lundgren caracteriza su Devlin con una sólida y expresiva progresión dramática, desde su introversión e indecisión inicial hasta el momento en que debe jugarse el todo por el todo para rescatar a Alicia de una muerte segura en manos de los Sebastian. El duo de amor y ansiedad entre Alicia ya postrada en la cama por el progresivo veneno que le ha venido propinando Madame Sebastian y un Devlin que le pide se mantenga despierta y la incita a escapar es particularmente logrado como modelo de cómo el género operístico puede revitalizar esa intensidad que muchos creen consignadas al pasado. Hasta de ponernos la famosa gran escalera se ocupa el regisseur Keith Warner, en uno de sus mas perceptivos y originales trabajos para la escena operística.
Gefors y su libretista agregan una primera escena que Warner aprovechará para desarrollar una regie maravillosamente perceptiva. Al comienzo de la obra que tendrá lugar enteramente en un amplio estudio cinematográfico donde cambian constantemente los decorados, el padre amonesta a Alicia con reproches dignos de un comendador o marqués de Calatrava enojado y hasta llega a cachetearla cuando esta se resiste a colaborar con sus actividades de espionaje. El cantus firmus de este villano es autoritario y definitorio del resto de la obra. El padre seguirá influenciando la acción, no como fantasma sino a través de los emisarios del mal: los conspiradores, y una serie de coristas definidos como “figuras de la oscuridad” que transitan por la escena observándolo todo, a veces como invitados, las furias de Orfeo, etc. Warner caracteriza desde el principio al padre como un doble de Hitchcock. Y también hay un doble de Hitchcock que aparece constantemente haciéndose cargo de rutinas menores, por ejemplo, correr una cortina, abrir la puerta o servir el champagne ocupando el papel de Joseph, aquí un mucamo-valet mudo. Es el mismo Hitchcock-Joseph que sirve el café envenenado que Madame Sebastian tan insistentemente quiere hacerle tragar a Alicia.
El final es magnífico: ya cruzado el umbral, Devlin se enfrenta con los Sebastian y los conspiradores la puerta principal. El juego ha sido descubierto y los espías preguntan a Madame Sebastian si no ha llegado la hora de llevar al sótano a su hijo como lo hicieron con Hupka. La arpía consiente y todos desaparecen detrás de la puerta, mientras Alicia escapa con Devlin. Es en ese momento que en un fugaz black out desaparece el decorado y en su lugar vemos los focos enceguecedores de un estudio de grabación y a Hitchcock sentado en su silla de director. Devlin trata de arrastrar a Alicia para sacarla del estudio llevándola a una puerta iluminada al fondo, pero ésta duda mientras mira a ese director, padre de tantas ficciones, mago de lo paradojal y lo siniestro. ¿Puede Alicia librarse de este padre, de esta ficción y llegar a ser una persona real? Telón.
Patrick Ringborg se elevó al nivel superlativo de esta gran colaboración entre el compositor, la libretista y el regisseur para dirigir los excelentes orquesta y coros de la casa con intensidad, inspiración y el dominio necesario para combinar las difíciles alternativas de tiempos precisos y sutileza de ejecución que requiere esta partitura, tan lograda en su combinación de una trama policial con la expresividad reflexiva de arias dúos y conjuntos propias de una buena ópera. O tal vez de una gran ópera.
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