Alemania
La princesa del circo, nostálgica y divertida
Juan Carlos Tellechea

Realmente hay que tener mano para el género lírico ligero, injustamente menospreciado; de lo contrario, el resultado puede ser muy denso e indigesto. El Teatro de la Ópera de Düsseldorf estrena este viernes 13 de noviembre, con gran refinamiento, La princesa del circo, una divertida y temperamental opereta en tres actos de Imre Kálmán, estrenada en 1926 y muy poco representada en los últimos años. El público (totalmente ajeno a los bárbaros atentados de París que transcurrían al promediar la función) aplaude y ríe con cada salida divertida de los intérpretes; disfruta y se extasía con sus melodías, con su ropaje musical muy bien compuesto, con su nostálgico esplendor; entretenimiento puro, inocente, sin cuestionamientos políticos, ideológicos, religiosos o filosóficos.
Josef Ernst Köpplinger (Hainburg an der Donau, Baja Austria, 1964), director general del Theater am Gärtnerplatz de Múnich, transpone La princesa del circo precisamente allí a donde el mismo Kálmán soñaba representarla: el circo. El año pasado Köpplinger llevó la obra al Circo Krone de Múnich.
En este sentido, el estreno ahora en Düsseldorf (y hace casi exactamente un año en el Teatro de Duisburgo) no tiene esa autenticidad. Pero una colorida pista circular (escenografía de Rainer Sinell) ha sido montada sobre el escenario, y bombillas de luz rojas, azules, amarillas y blancas penden sobre ella como si colgaran bajo la carpa (iluminación de Michael Heidinger). Allí se desarrolla la obra en sus dos primeros actos, el tercero en el restaurante de un hotel (vestuario de Marie-Luise Walek).
Una troupe de payasos (coreografía de Karl Alfred Schreiner) que recibe al público ya a la entrada del teatro, para ir creando la atmósfera apropiada, está permanentemente presente en escena, durante las tres horas de la función. Hay mucho esplendor, brillo, nieve artificial, lujosos trineos rusos, uniformes militares imperiales, y hasta una amorosa perrita chihuahua (Emily y Maja, alternadamente) en brazos de un edecán (David Jerusalem).
Resumen del argumento: la princesa rusa Fedora Palinska (Romana Noack), viuda y rica, se niega a aceptar la orden de los zares para que se case con un príncipe, del que ella no gusta, con el objetivo de salvar el patrimonio familiar. Pero las vueltas del destino llevan finalmente a esa unión deseada. Ella se siente atraída por el misterioso Míster X (Carsten Süss), un jinete profesional enmascarado, estrella del Circo Stanislavski de San Petersburgo. Al final resulta ser que su finado marido era tío de Míster X, un príncipe al que había desheredado por estar enamorado de su mujer, Fedora, sin que esta lo supiera.
La puesta [ver vídeo] ignora las históricas catástrofes de la Primera Guerra Mundial (1914 - 1918), como si no hubiera pasado nada, y se centra en la alegría de vivir de los dorados años 1920; ficción pura. Se baila, se galantea, se coquetea y se intriga. Pero la nostalgia engarza a toda la obra con la música brillantemente compuesta y orquestada por Kálmán.
Es una música fresca, emotiva, romántica, de una artesanía perfecta y muy exigente con cantantes y orquesta. El italiano Giuliano Betta, quien dirige este año y con gran éxito varias óperas en este teatro, logra una muy equilibrada y refinada ejecución de la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf (muy solvente el Coro de la Deutsche Oper am Rhein, preparado por Gerhard Michalski).
Noack tiene muy buena voz, tal vez un pelín pequeña para el papel, pero sabe superar con creces esa pequeña insuficiencia con su encanto y juvenil irradiación. Süss encarna a un impresionante Míster X con un excelente registro. Brillante es la actuación e interpretación de los austríacos Susanne Grosssteiner (la domadora Miss Mabel Gibson) y Christoph Filler (Toni Schlumberger, hijo de la dueña del hotel, Carla Schlumberger, asimismo muy bien encarnada por Sigrid Hauser), de gran talento histriónico. Cautivantes los también austríacos Franz Wyzner (director del circo Stanislavski), Gisela Ehrensperger (su mujer, Vania), y Wolfgang Reinbacher (estupendo, encarnando a Pelikan, el maître del restaurante del hotel).
Fue una velada sumamente agradable y divertida, cerrada con largas ovaciones y aplausos del público. Terrible el horror que vivía París en esos precisos momentos y del que nos enterábamos por la radio y la televisión pocos minutos después de salir del teatro.
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