Alemania
South Pole, ¡qué terrible decepción!!!!
Juan Carlos Tellechea

La Ópera Estatal de Baviera venerada, adorada por el público, no escatima gastos, se esfuerza muchísimo y despliega todas sus baterías de mercadeo y relaciones públicas cuando se trata de un estreno mundial multiestelar como este: South Pole, encargada al casi desconocido compositor checo Miroslav Srnka (Praga, 1975), quien se desenvuelve, sin destacarse demasiado ni desempeñar ningún papel importante, en los festivales de Neue Musik o música académica del siglo XX y lo que va del XXI.
La obra, en dos actos, con libreto del australiano Tom Holloway (Hobart, Tasmania, 1978), dirección escénica de Hans Neuenfels y musical de Kirill Petrenko, aborda simultáneamente sobre el escenario en dos historias paralelas (aunque en algunos momentos se entrecruzan con duetos) la trágica odisea en la Antártida de los exploradores Robert Scott (Rolando Villazón) y Roald Amundsen (Thomas Hampson), quienes competían con sus respectivos equipos para conquistar el Polo Sur.
Bajo la monumental columnata del vestíbulo del Nationaltheater de Múnich, de estilo neoclásico, suena noche y día una instalación que a través de altavoces de alta fidelidad regurgita los sonidos de la Antártida, sus descomunales vientos, las olas de sus mares circundantes, su peculiar fauna. Esta y otras actividades paralelas, incluso cinematográficas, acompañan sin mayor trascendencia esta operación de marketing.
Amundsen y sus cuatro hombres alcanzaron el Polo Sur el jueves 14 de diciembre de 1911 y regresaron sanos y salvos de la expedición; Scott y su cuarteto llegaron cinco semanas después, el miércoles 17 de enero de 1912, pero murieron a finales de marzo de ese año en la antártica Barrera de hielo de Ross, en medio de condiciones climatológicas extremadamente adversas, cuando retornaban a su base.
"¡Qué terrible decepción!!!" exclamó y anotó Scott en su diario al percatarse de que había alcanzado tan tarde las coordenadas 90º 00' 00" del Polo Sur; y precisamente ésta es la expresión que describe perfectamente a la presente producción. Neuenfels, Connan, Schmidt-Futterer y Bolliger recrean visualmente con más o menos acierto la soledad del ambiente polar (donde reinan temperaturas de 30 grados centígrados bajo cero en verano y 80º bajo cero en invierno), haciendo uso de una escenografía minimalista, algo irónica, un vestuario que imita bastante bien a los atuendos originales y una iluminación adecuada, brillante azulada y fría, respectivamente.
En general, es muy raro que una pieza moderna alcance un éxito de tal magnitud que pueda ser acogida en el repertorio de un teatro de ópera junto a obras tradicionales como La flauta mágica, La Traviata o Carmen. Esto fue posible hasta la primera mitad del siglo pasado (verbigracia: Giacomo Puccini, Richard Strauss, entre otros); pero más tarde, tras la Segunda Guerra Mundial, los ejemplos escasean. Incluso figuras como Luigi Nono, Wolfgang Rihm o Hans Werner Henze tampoco lo han conseguido cabalmente.
Y esta floja South Pole de Srnka/Neuenfels, sin gran nivel artístico, no es para nada una excepción. Sin embargo, es justo decirlo, hay "hambre" por representar nuevas óperas. Agradecido debe estar el compositor de que la Bayerische Staatsoper haya resuelto asumir el enorme desafío de estrenarla mundialmente y de que tal vez otras dos o tres casas de ópera incluyan su obra durante una temporada. ¿A qué se debe esta tendencia? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Hay quienes piensan que las óperas son testimonio de épocas pretéritas y que las piezas modernas de este género lírico son absolutamente innecesarias; excepto para los críticos que se deleitan escribiendo sobre ellas y, por supuesto, para los compositores que perciben así ingresos extraordinarios.
Debemos reconocer que la Bayerische Staatsorchester da todo de si, se esmera mucho, se consagra a la obra. La partitura es gorda (medio metro de espesor), bonita por sus vistosos dibujos caligráficos. Pero el resultado es flaco. La música en la que Srnka trabajó durante cuatro años es redundante, chata, pobre, insustancial, gélida, carente de personalidad y, lo peor, su ejecución, así como la interpretación de los cantantes, exige vanamente enorme concentración, aunque sin transmitir fuertes impresiones al público.
Petrenko (futuro director principal de la Orquesta Filarmónica de Berlín) se convierte automáticamente en el centro de la escena. Todo el personal se mueve bajo su batuta. Hampson interpreta brillantemente a Amudsen, sin mucho esfuerzo de voz. Esta ópera reclama sobre todo tonalidades medias. En cambio, a Villazón le cuesta mucho "sacar" su papel y además no canta, grita durante todo el tiempo; ¡un desastre! Ni siquiera su natural talento histriónico le ayuda en esta oportunidad. Su Scott no es ni dramático ni caótico; es, por momentos, hasta grotesco.
Destacan mucho también Tara Erraught (Kathleen Scott) y Mojca Erdmann (Landlady, ex arrendadora de la vivienda de Amudsen y con quien éste mantuvo un vínculo sentimental); sus voces dan el carácter de dos mujeres (que quedaron en casa y se les aparecen a los protagonistas como espectros en sueños y pesadillas) angustiadas por el destino de estos hombres y su dramática relación con ellos.
En resumen, un aburrimiento antártico supino de más de dos horas de duración, premiado con bostezos y aplausos tibios de un público para nada seducido por la obra.
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