DVD - Reseñas

Alterno Don Giovanni

Raúl González Arévalo
miércoles, 23 de marzo de 2016
Wolfgang Amadeus Mozart: Don Giovanni, dramma giocoso en dos actos. Robert Carsen, dirección escénica. Peter Mattei (Don Giovanni), Bryn Terfel (Leporello), Anna Netrebko (Donna Anna), Barbara Frittoli (Donna Elvira), Kwangchoul Yun (Il Commendatore), Giuseppe Filianoti (Don Ottavio), Anna Prohaska (Zerlina), Stefan Kocan (Masetto). Coro y Orquesta del Teatro alla Scala de Milán. Daniel Baremboim, director. Subtítulos en italiano, inglés, alemán, francés, español, chino, coreano. NTSC 16:9 PCM Stereo DTS 5.1. 2 DVD de 191 minutos de duración. Grabado en el Teatro alla Scala de Milán (Italia) el 7 de diciembre de 2011. Deutsche Grammophon 440 073 5218. Distribuidor en España: Universal.
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En una obra tan conocida y grabada resulta complicado ofrecer algo nuevo. No cabe duda de que el motivo de este lanzamiento de Deutsche Grammophon, que contiene en su catálogo grandes versiones de la ópera, es la estrella de la casa y actual reina indiscutible entre las sopranos, la rusa Anna Netrebko. Sólo así se entiende que, habiendo ya en el mercado una edición audiovisual de su Donna Anna (Sony 2013), su discográfica exclusiva haya publicado otra grabación que no es reciente, pues se remonta a la apertura de la temporada de la Scala de Milán de 2011/12. Al mismo tiempo, homenajea a otro de los grandes cantantes de la casa, el galés Bryn Terfel, que en noviembre de 2015, en el momento del lanzamiento internacional, cumplió 50 años. Con el añadido de ese gran director que es Barenboim, de la atractiva producción de Robert Carsen y del carisma del primer teatro de ópera de Italia en su gran noche.

Es justo comenzar pues por el gran reclamo. La Netrebko es una buena protagonista, pero su Donna Anna no está a la altura de su Susanna salzburguesa de 2005, recientemente reeditada (ver crítica). En la patria del genio mozartiano brilla el instrumento, de una belleza deslumbrante, manejado con magisterio técnico que valoriza el legato inmaculado, la seguridad de los agudos, la expresividad de los piani, nunca forzado en sus límites, siempre con un canto natural, y una manera de decir tan trabajada que resulta espontánea. En Milán sólo han pasado cinco años, es cierto, pero el instrumento ha perdido ligereza y se ha hecho más denso, lo que la convierte en la Anna más plena desde Joan Sutherland y Renée Fleming. A la americana, siempre con una sombra de artificialidad y manierismo que va bien en los papeles sofisticados pero no en Mozart, la supera ampliamente en el manejo de la palabra, con una comunicatividad directa que hace el personaje más real y sincero. Como actriz es superior a ambas. Pero la australiana, referencia absoluta en el papel, maneja la línea de canto con más comodidad y reina en las agilidades, precisamente donde la rusa se muestra más prudente, como es evidente en el final de “Non mi dir”. Por el contrario, el carácter vehemente de “Or sai chi l’onore” resulta conseguido. El cambio de repertorio estaba en marcha, con Verdi a la vuelta de la esquina.

Paradójicamente la Donna Elvira de Barbara Frittoli está más lograda, a pesar de que resulta evidente que la soprano italiana ha entrado en la fase descendente de su carrera. Es una lástima que no haya grabado antes un personaje que ha rodado mucho y tiene perfectamente in gola. El vibrato ancho, el sonido de pecho en los graves (“Ah chi mi dice mai”) y los agudos oscilantes deslucen una interpretación que con anterioridad era referencial, como recuerdan el dominio absoluto del estilo y del fraseo, con un canto y un modo de decir Mozart absolutamente italianos, como corresponde en realidad con sus óperas italianas. Su Elvira tiene la lucidez insoportable de quienes de alguna manera han perdido la cabeza y lo saben.

Al lado de ambas la Zerlina de Anna Prohaska no pasa de ser meramente correcta e impersonal.

El campo masculino no anda mucho mejor. Un Don Giovanni que deje huella requiere un protagonista carismático. Y Peter Mattei no lo es. Tal vez con el signo de los tiempos, no pasa de ser un intérprete que canta bien, como tantos; elegante, como pocos; pero al que falta consistencia para dar profundidad al personaje, reducido a un reflejo superficial que flirtea con unas y otras, sin el punto canalla que en realidad le distingue.

Al menos hay el punto justo de contraposición con el Leporello de Bryn Terfel, que sin embargo retrata un criado áspero en sus formas y en su canto. El estilo mozartiano se resiente por la ausencia de pureza en la línea de canto, bajo la cobertura espuria de una teatralidad exagerada y a veces molesta.

Igual de descarrilado el Masetto de Stephan Kocan, de canto poco matizado, aceptable en cierto Verdi, pero no en Mozart. Por el contrario, el Comendador de Kwangchul Youn está mucho más conseguido en la gravedad del canto y la dignidad del personaje.

Queda así el Don Ottavio de Giuseppe Filianoti, intérprete con algunos problemas técnicos que se manifiestan en particular en el registro agudo y un fiato tanto corto, con las consiguientes repercusiones sobre el legato. En todo caso, está mejor en “Dalla sua pace” que en “Il mio tesoro”, donde salva las agilidades dignamente pero no con soltura. No es un gran actor, pero es el que mejor centra su personaje.

En un momento en el que en la interpretación musical mozartiana conviven la óptica historicista que mira al barroco y la clasicista que mira al Romanticismo decimonónico, la dirección de Daniel Barenboim se enmarca indiscutiblemente en esta última corriente. Nada de tiempos apresurados ni sonoridades contrastadas; por el contrario, se recrea sin prisas en sonoridades mórbidas, plenas, por momentos casi sinfónicas. Se lo permite también -casi obliga incluso- la orquesta y unos cantantes cuyo repertorio no está constituido esencialmente por el Barroco, ni trabajan habitualmente con directores historicistas. La consecuencia es una teatralidad musical menos inmediata y urgente, más reposada y sutil, que se apreciará más o menos en función de la afinidad con la visión.

En todo caso, muestra coherencia y encaja bien con la producción de Robert Carsen, que no mira al siglo XVIII -salvo en el vestuario- sino que toma como referencia el propio acontecimiento social que constituye la inauguración de la temporada de La Scala en la festividad de San Ambrosio, patrón de Milán. De modo que los personajes están asistiendo a la misma velada que el público, en el eterno juego del teatro dentro del teatro, en el que el marco escenográfico no es otro que el propio coliseo milanés. Como siempre con Carsen, hay espacio para la crítica: Donna Anna y Don Ottavio son una pareja más de las que en el patio de butacas acuden a lucirse en un acto social de prestigio, de la misma manera que el banquete del seductor bien podría ser uno de los que siguen al final de la función. Al final el protagonista no es el personaje que da título a la ópera, sino el propio teatro como espectáculo camaleónico que se reinventa con cada nueva representación.

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