Argentina
Fidelio salvado por las voces
Gustavo Gabriel Otero

Con una puesta en escena decorativa, grandilocuente y vacía, una dirección musical rutinaria y buenas voces se presentó en el Teatro Colón una nueva versión de Fidelio de Beethoven.
Eugenio Zanetti en su múltiple rol de vestuarista, escenógrafo, diseñador multimedial y director de escena optó por una fastuosidad tan alejada de la obra como vacua y kitsch. La escenografía y el vestuario evidenciaron una confusión de épocas y estilos donde convivieron desde túnicas romanas hasta uniformes de la primera guerra mundial pasando por pelucas y libreas del siglo XVIII, parte del vestuario del Don Carlo del año pasado -en evidente guiño autorreferencial a la propia propuesta escénica de Zanetti- hasta mujeres vestidas como en el siglo XIX, columnas griegas con tanques de guerra, esculturas barrocas con noches estrelladas, y hasta nieve con ángeles.
Todo fue despliegue meramente decorativo y espectacularidad sin sentido sin anclaje temporal y con ubicación en todos los tiempos a la vez entre Grecia y la actualidad. La yuxtaposición de elementos tales como velas, linternas y luces de neón, armamentos de la Primera Guerra, paraguas, ascensores, automóviles y hasta perros sólo provocan tedio ante soluciones sin la menor idea teatral. Zanetti podrá ser un buen decorador para plasmar ideas en y de Hollywood pero es mejor que deje la ópera a los que saben, la entienden, la han estudiado o les gusta.
Hay mucha gente talentosa que estudia o que se recibió en el Instituto Superior de Arte del mismo Teatro Colón en estos rubros y que jamás tuvo una oportunidad en el mismo Teatro. En los tres títulos que lleva la Temporada Lírica todas las propuestas escénicas fueron de similar vacuidad: ¿Por que no dar oportunidad a otros artistas en lugar de reiterar fórmulas gastadas?
La errática batuta de Francisco Rettig con tiempos lentos y aburridos concretó una versión plana y pálida de la obra. El festival de pifias de los bronces poco ayudó a plasmar una versión musical de calidad.
Sin maravillar, lo mejor fueron las voces y sólo por esto la versión tuvo interés. Zoran Todorovich fue un Florestán que sorteó con gallardía las enormes dificultades de su aria de presentación y fue muy eficaz en el resto del segundo acto.
Carla Filipcic Holm estaba originalmente anunciada para cantar una sola función de Leonora. Al presentarse la temporada se anunció a Elisabete Matos para ese rol aunque evidentemente no lo haría pues en las mismas fechas estaba anunciada para cantar La Gioconda en Chile. A los ensayos llegó, entonces, Nadja Michael pero ante su defección -por las siempre engañosos razones personales o familiares- una semana antes del estreno Carla Filipcic pasó al elenco del estreno. Si en 2010 ya había maravillado en este mismo rol en la ópera independiente, esta Leonora sirve para de una vez por todas mostrar su valía ante las autoridades y el público del Colón. Con inmaculada línea de canto, agudos brillantes, belleza de timbre, intencionalidad y perfecto estilo su Leonora fue, sin dudas, lo mejor de la noche.
El Pizarro de Homero Pérez Miranda no logró encontrar la emisión que requiere el personaje. Se lo notó demasiado exigido y en momentos poco audible. El Rocco de Manfred Hemm fue de esmerada corrección y perfecta dicción mientras que Hernán Iturralde supo sacar muy buen partido del pequeño rol de Don Fernando. Nuevamente Jaquelina Livieri mostró su altísimo desempeño vocal con una Marcelina de perfectos acentos. Satisfactorios fueron el Jaquino de Santiago Bürgi así como los prisioneros encarnados por Sebastián Angulegui y Juan González Cueto.
Finalmente el Coro Estable del Teatro Colón, dirigido por Miguel Martínez, realizó una faena sin fisuras y de alta calidad.
En suma: un Fidelio salvado por las voces, un tanto aburrido en lo orquestal y definitivamente kitsch en lo visual.
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