DVD - Reseñas
Esta Fuerza no acompaña.
Raúl González Arévalo
A diferencia de otras óperas verdianas del período de madurez, La forza del destino no cuenta con muchas opciones en soporte audiovisual, pero sí con nombres absolutamente míticos, irresistibles para cualquier apasionado que se precie. La primera grabación procede del San Carlo de Nápoles en 1958 con Renata Tebaldi, Franco Corelli, Ettore Bastianini, Boris Christoff y Oralia Domínguez, dirigidos por la batuta de Francesco Mollinari-Pradelli (Hardy Classic), de sonido excelente e imágenes deficientes, deudor de la lírica italiana de la época, con todas sus virtudes y defectos; la edición del Met con Leontyne Price, Giuseppe Giacomini, Leo Nucci, Bonaldo Giaiotti dirigidos por James Levine (DGG 1984) resulta sin embargo bastante decepcionante. Todo lo contrario que la mítica grabación de la Scala, que recientemente ha visto la luz, con Montserrat Caballé, José Carreras, Piero Cappuccilli, Nicolai Ghiaurov, María Luisa Nave y Sesto Bruscantini, dirigidos por un Giuseppe Patanè en el máximo de su inspiración (Hardy Classics 1978), la referencia indiscutible del título. De entre las propuestas recientes destacaría las dos dirigidas por Zubin Mehta, en Florencia (TDK/ArtHaus 2007) con Urmana, Giordano, Guelfi, Gertseva, Scandiuzzi y De Simone, mejor cantada en líneas generales que la de Viena con Stemme, Licitra, Álvarez, Krasteva y Miles (CMajor 2008).
La novedad de Sony explota el reclamo del atractivo indudable del protagonista, encumbrado en el Olimpo lírico por crítica y público. Parecería que Kaufmann canta perfecto todo lo que aborda, como revelan sobre todo sus últimos Puccinis, Manon Lescaut y el espectacular recital monográfico. Sin embargo, al igual que su buen Faust no repite el milagro de Werther, este Don Álvaro no está a la altura de su ya mítico Radamès. Siendo justos, estoy midiendo su prestación sobre otros logros anteriores del propio tenor, que en esta ocasión muestra un instrumento menos homogéneo en la guturalidad de algunos graves, y un ascenso al agudo algo más dificultoso, aunque no exento de brillantez. La atención a la palabra es menos detallista, y aunque está soberbio en momentos puntuales como “O tu che in seno agli angeli”, da la sensación de que se reserva para los momentos estelares y tira más de rutina en el resto de la obra. No en vano la Forza es una ópera larga y complicada.
Sin duda la prestación menos redonda del tenor es más perceptible por la brillantez absoluta de uno de los barítonos verdianos de su generación, Ludovic Tézier. La solidez del instrumento, homogéneo y compacto en toda la gama, la sutileza del canto y la atención prestada a la prosodia juegan con los claroscuros del personaje de Don Carlo, el malo de la historia, y saltan chispas en los dúos con Álvaro, sin duda los puntos álgidos de la grabación. Una gozada de principio a fin.
Vitalij Kowaliow es un valor más que seguro: la importancia de una voz de gran amplitud manejada con ductilidad hace que se agradezca el doblete clásico Marqués de Calatrava/Padre Guardiano, cuya psicología diferencia a través de una interpretación que supera con creces el mero canto monolítico con que otros intérpretes los resuelven, enrocados en su voz. Por el contrario, el Melitone de Renato Girolami es basto en el canto y vulgar en la interpretación, confundiendo la naturaleza del fraile de principio a fin, como tantas veces ocurre con su primo-hermano, el Falstaff verdiano.
Las mujeres tampoco están convincentes. Nadja Krasteva, sensiblemente peor que con Mehta en Viena, propone una Preziosilla mediocre. Queda Anja Harteros, pareja verdiana habitual de Kaufmann (Don Carlo, Aida, Requiem, a la que podemos añadir Lohengrin). Como Jonas, Anja está muy bien en unas cosas (Aida, Requiem) y menos en otras, Elisabetta y, sobre todo, esta Leonora. Sin duda la escuela germana de su canto suena más agradable para el público alemán que en los oídos que aprecian la escuela italiana en el repertorio italiano: los sonidos fijos en el agudo y los piani, la dureza del canto por momentos (poco angelical en “Pace, pace mio dio”), la poca naturalidad en la articulación de la palabra –si pedimos más que la mera corrección de la pronunciación– y un fraseo aburrido hacen que el atractivo de la voz se disuelva en un personaje anodino, lo que no deja de ser enojoso habida cuenta que ha sido capaz de alcanzar otras cotas con Verdi.
La dirección de Asher Fisch no puede competir con Patanè o Mehta, por quedarnos en el ámbito del DVD. Si bien presta atención a las necesidades del reparto, no logra ofrecer unidad dramática a la narración, a pesar de la brillantez de la orquesta bávara. Sin duda a la falta de conexión contribuyen los cortes (la escena del campamento, corte habitual; la Ronda) y algún cambio en el orden de los números, idea probablemente de la puesta en escena ideada por Martin Kusej, exponente principal de un modo de hacer teatro en el área germana que no siempre conecta con la historia que debe narrar. No hay dirección de actores, y sí ideas absurdas, como hacer cantar a Kaufmann “O tu che in seno agli angeli” bajo la omnipresente mesa servida con un figurante haciendo abdominales al fondo. Al margen de la dificultad para escenificar esta ópera, de todos conocida, sinceramente prefiero una propuesta clásica, poco innovadora, que conecte sin problemas con el desarrollo dramático.
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