España - Madrid

¡Cómo está Madriz! o soñar Madrid pasándose de vueltas

Germán García Tomás
viernes, 10 de junio de 2016
Madrid, miércoles, 25 de mayo de 2016. Teatro de la Zarzuela. ¡Cómo está Madriz! Versión escénica de Miguel del Arco basada en las revistas líricas La Gran Vía y El año pasado por agua de Felipe Pérez y González y Ricardo de la Vega, con música de Federico Chueca y Joaquín Valverde. Dirección musical: José María Moreno. Dirección de escena: Miguel del Arco. Dirección del coro: Antonio Fauró. Escenografía: Eduardo Moreno. Vestuario: Pedro Moreno. Iluminación: Juanjo Llorens. Diseño de vídeo: Joan Rodón. Reparto: Paco León (Paco), María Rey-Joly (Merche y La Menegilda), Luis Cansino (Caballero de Gracia y Policía de seguridad), Amelia Font (Doña Virtudes), Ángel Ruiz (Rata primero y Neptuno), Carlos Crooke (Rata segundo), Pedro Quiralte (Rata tercero), Amparo Navarro (Elíseo madrileño). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela.
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El Teatro de la Zarzuela no le teme al riesgo y propone la puesta al día de las dos revistas líricas madrileñas más representativas de Federico Chueca y Joaquín Valverde, cuyos textos, por su mero carácter testimonial, reflejaron en su época con todos los recursos críticos e irónicos al alcance de sus respectivos libretistas, Felipe Pérez y González y Ricardo de la Vega, los acontecimientos de actualidad política y social de los años de su estreno: La Gran Vía en 1886 y El año pasado por agua en 1889. Y lo hace refundiendo ambas revistas en un espectáculo nuevo bajo el atrayente título de ¡Cómo está Madriz!, una propuesta escénica de Miguel del Arco que, alejada de representar como programa doble estas dos piezas maestras del género chico, opta por tomar prestado música de ambas para generar una dramaturgia novedosa y completamente actual que se combina y entremezcla con algunos textos originales de La Gran Vía, la obra que en definitiva va vehiculando todo el montaje.

En este “viaje onírico y alucinado por la Villa y Corte”, Del Arco nos presenta a Paco, un joven vecino de la Plaza Mayor de Madrid, que, irritado, intenta dormir pese al continuo ruido de las fiestas y verbenas que se celebran bajo su vivienda. Su sueño le transportará al mágico Madrid de finales del siglo XIX, donde, cual paseante en sueños, experimentará en primera persona (con menos compañía del Caballero de Gracia que en la obra original) la compleja situación política y social de la época, con continuas apelaciones, unas más explícitas, otras más veladas, a aspectos y personajes de nuestra propia coyuntura. La idea, que es la de mostrar la realidad del Madrid del siglo XIX en comparación con la de nuestros días, puede en origen parecer acertada, respetable, y en cierta medida podría dársele el beneficio de la duda a la consabida y eterna cuestión de la actualización de la zarzuela como género teatral, aunque el resultado final en este caso posee muchos aciertos y no pocas gratuidades.

Comencemos por los defectos. De un lado, gran parte de la música de la segunda de las obras ha sido sacrificada en pos de otorgarle a La Gran Vía el casi protagonismo absoluto de la trama escénica. A ello hay que añadir que la alusión a la excesiva pluviosidad de 1888 en El año pasado por agua ha sido misteriosamente obviada sin mayores contemplaciones, privando de números musicales como la mazurca de los paraguas. Hasta aquí, podría existir una cierta molestia por estos detalles. Pero ésta se convierte en un preocupante hartazgo cuando los nuevos e interminables textos hablados inundan de componente político la escena hasta llegar a la extenuación. El chascarrillo y los chistes fáciles se entremezclan con arengas y soflamas del originario Pablo Iglesias (ataviado como el actual en su segunda aparición) o el decadentismo barruntado por los intelectuales de la Generación del 98 en sus tensas y agitadas tertulias, que, mediante discursos broncos y con una tendencia general al grito y al histerismo, afectan hasta a las calles, plazas, fuentes y demás personajes alegóricos de ese fascinante Madrid. Si a ello se suman detalles que, por referencias explícitas a la Iglesia, zahieren la sensibilidad de ciertos sectores del público que irremediablemente abandonan airados sus butacas, se termina de empañar un espectáculo por otro lado increíblemente colorista, variado, vistoso y sumamente ágil.

Y es que Miguel del Arco, a pesar de que, a conciencia o no, abusa, y bastante, del componente teatral y de la sátira, anteponiendo la largura de sus textos en detrimento de la música, tiene la poderosa virtud de saber mover a los actores en un vertiginoso ritmo escénico que hace que la acción no decaiga en ningún momento apoyándose con poderoso acierto en proyecciones de estampas del viejo Madrid de finales de siglo, lo que reafima la sensación general de dinamismo.

No obstante, el regista se desvive por que la música primigenia utilizada adquiera nuevos contextos y cargas semánticas, que le llevan a coleccionar gratuidades y a poblar lugares comunes, como una jota de los ratas con ladrones de "traje y corbata" llevando maletines, complementado por un desfile de proyecciones de conocidas figuras políticas de nuestra España del presente inmersas en delitos económicos, una señora Virtudes cuya aparición estelar se produce al son de la marcha imperial de Star Wars, o la provocativa escena de la mazurca de las dependientas de un "bazar" que Del Arco transforma por motu propio y sin necesidad en un burdel plagado de meretrices del XIX al que acude lo más granado y lo más arrastrao de ese Madrid finisecular. Eso, sí, tiene el detalle de respetar cada uno de los textos originales de los cantables con una escrupulosidad honrosa, en lo que se constata que al director de escena no le ha hecho ninguna falta alterar o "arreglar" los, por otra parte sumamente actuales, textos cantados, una cuestión que diferencia a este espectáculo respecto al presenciado en 2009 en este mismo coliseo: La Gran Vía... esquina a Chueca, firmado por Paco Mir. En uno más de sus caprichos escénicos, Del Arco añade dos números musicales de otras dos zarzuelas: el vals de la bujía de Luces y sombras de Chueca y Valverde, y el comienzo del coro que abre El barberillo de Lavapiés, en este caso la excusa perfecta para poder convocar también al ilustre Barbieri en el sueño del paseante.

El extenso plantel de artistas cuenta con la incorporación del popular actor televisivo Paco León al mundo del teatro lírico dando vida a su homónimo personaje, un sorprendente y gratísimo hallazgo que consigue con arrollador éxito la completa asimilación del estilo y adecuación al registro requeridos. León, con justicia el auténtico eje vertebrador y centro de atención de todo el espectáculo, derrocha naturalidad y gracia a partes iguales en un papel que está continuamente en escena y que hace suyo como ninguno, pues sin duda para él está concebido.

En torno a él, el reparto vocal posee un nivel encomiable y muy equilibrado, con un Caballero de Gracia del barítono Luis Cansino algo histriónico pero eficaz en escena y firme vocalmente, la soprano María Rey-Joly como Merche, la mujer de Paco, y una desenvuelta Menegilda que mediante sus inagotables dotes y recursos irradia soltura en escena y frescura en los agudos, un Elíseo madrileño que se asienta con presencia y apostura vocal en la soprano Amparo Navarro, un trío de "ratas" que se maneja con gracia en el escenario formado por Ángel Ruiz (que a su vez da vida a un Neptuno alejado de parámetros líricos), Carlos Crooke y Pedro Quiralte, y una modélica Doña Virtudes gracias a la sapiencia teatral desplegada por Amelia Font a la hora de diseñar los múltiples matices y sutilidades de un arquetipo tan breve y a la vez tan riquísimo a nivel actoral. Para conseguir hilvanar musicalmente todo este complejo embrollo de personajes en el repleto escenario, se erige oportunísima y efectiva desde el foso la disciplinada concertación del maestro José María Moreno al frente de la solvente Orquesta de la Comunidad de Madrid y del Coro titular del teatro que, además de cantar con arrojo y no escasa potencia, se divierte lo indecible en escena, acrecentando poderosamente la sensación general de divertimento, que junto al entretenimiento, es básicamente lo que define a este, por otra parte polémico espectáculo no apto para todas las edades ni para todas las sensibilidades.

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