España - Andalucía
Un foso de altura
Pedro Coco
Hace aproximadamente una década que el Teatro de la Maestranza nos presenta más o menos anualmente una obra del pasado lirico más reciente, con una pausa para presentar el Anillo wagneriano en la que pudimos sin embargo disfrutar de la breve Sarka de Leoš Janáček; son todas propuestas que por lo general se tildan de arriesgadas, pero que dado el mimo que se pone en ellas —ojalá se hiciera lo mismo con otros títulos del repertorio que no han corrido la misma suerte también en esta década— convence al público más reticente o, al menos, a una mayoría. No hay duda de que será la impronta de la etapa del actual director artístico cuando en un futuro se vuelva la vista a estos años.
Retrocedíamos pocas décadas desde el pasado Doctor Atomic para llegar a una partitura con una vida nada fácil que finalmente vio la luz en Hamburgo hace veinte años; si bien no se presentaba como estreno absoluto en nuestro país, sí que era la primera vez que se montaba escénicamente, para lo cual se usó una sugerente producción del maravilloso Massimo de Palermo. Gran virtud la de narrar la historia sin lecturas o interpretaciones muy alejadas de lo que el libreto propone, especialmente cuando los títulos no son tan frecuentes y aunque la historia se conozca más allá de esta dimensión lírica. Con una escena fija dividida en dos niveles, una estructura palaciega de líneas sobrias y una iluminación que de por sí podría haber narrado mucho de lo que acontecía, los artistas fueron dirigidos con inteligencia -mejor el trío protagonista- y se dejaron llevar de un modo sorprendente. El vestuario quizás restaba algo de refinamiento a la propuesta.
Sin duda el triunfo fue para una Sinfónica de Sevilla que, a pesar de pasar por momentos de seria dificultad, sabe siempre superarse y convencer por su altísimo nivel artístico. Todas las secciones sin distinción se implicaron para regalarnos una intensa experiencia sensorial, bien gestionada por el que hasta hace poco era su titular; es este un terreno musical que, está claro, privilegia y mima este director, y a cuyos detalles y resquicios presta más atención que cuando se enfrenta a un Verdi o un Puccini. Supo narrar la historia con pulso firme e in crescendo, controlándose en un primer acto algo plano para llegar a un espeluznante final. En su contra, el lanzar con no poca frecuencia y sin mesura grandes oleadas de masa orquestal a la escena, con las que los cantantes debían batallar para mantenerse presentes.
En el reparto no se contaba con grandes estrellas mediáticas —pocas se prestan a preparar títulos infrecuentes en teatros algo alejados de los grandes circuitos—, pero sí había un sólido conjunto, muy homogéneo en líneas generales, que supo entender lo que requería la obra; especialmente el barítono Gantner, que repetirá en Sevilla la próxima temporada con Tannhäuser. Su voz, de cierta nasalidad, fue la mejor proyectada, y no pareció acusar la alternancia de canto y declamación. Por su parte, Beller Carbone fue una entregada Nyssia; es el sueño de todo regista encontrar una soprano que se implique de tal manera en una propuesta. Es el suyo un papel de gran variedad expresiva e intensidad, especialmente al final de la ópera, y requiere mucho control emocional y técnico; una pena las tiranteces en el registro agudo. Por último, el tenor Svensson, protagonista de timbre algo ingrato pero muy atento a las dinámicas, que a medida que avanzaba la ópera se encontraba más cómodo. Los secundarios, todos ellos voces masculinas, cumplieron con honradez y profesionalidad sus breves partes y empastaron bien en los números de conjunto.
Lamentamos que la situación actual del teatro no permita realizar algunas actividades paralelas que hubieran enriquecido estas funciones: el público habría disfrutado seguramente con un íntimo recital de canciones, terreno donde el compositor de esta ópera está a la altura de los más grandes liederistas. Se nos ocurren estupendos cantantes, incluso de la tierra, no hay que buscar muy lejos, preparados para enfrentarse con holgura a los deliciosos valses toscanos o a los opus 22 o 27.
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