Reino Unido
Manrico fue a la guerra, burumbum burumbum bum bum
Agustín Blanco Bazán
Fuego, oscuridad y sangre son, en opinión del regisseur David Bösch los componentes dramáticos esenciales de Il Trovatore. Y haciéndose eco de esta opinión el programa de mano incluye sesudos artículos. Uno sobre el fuego está ilustrado por la autoinmolación de la peli Nostalgia, la quema del gran muñeco de la de El hombre de mimbre y una fogata en el basural de Casilino, cerca de Roma. Y como Manrico va a la guerra contra un déspota, no faltan fotos como la de Ralph Fiennes en Coriolano, y las tropas patrullando el lado serbio de Vlasenica, con una anciana desdentada, supuestamente para que el público haga la “asociación” con Azucena.
Fue agobiado por semejante erudición me que me senté a ver el Trovatore 327 de la ROH, no sin acordarme que Herbert von Karajan decía que el Trovatore es como una buena hamburguesa. Ello siempre y cuando se la sazone con ese dramatismo directo y tan radicalmente vital que arrasa con cualquier intento de explicación sabionda. En la emergencia, Bösch nos sirvió una ensalada fría de papas hervidas con yogurt. Una de sus equivocaciones fundamentales fue aniñar el genial paroxismo de la obra con una visualización naïve de grafitti de “Leonore [sic], +Luna, Manrico”, Love Leonore!” , etc. También grafiteó un gran corazón, corazoncitos flechados, un dibujo de “Leonore” garabateado por una nena, y otros garabatos por el estilo para mostrar horror, tristeza, etc. En el telón de fondo que contiene los grafitti vuelan poéticas mariposillas, y hasta vemos un pentagrama cuando Leonore canta Tacea la notte placida. Todos estos elementos resultaron en una estética contemplativa y alejada de la flor de piel de los personajes principales. Esta ópera no es para decorar la escena con ideas que nos distancien de las calenturas de Leonora y Manrico y la contradictoria bilis de Luna y Azucena. ¿Por qué a muchos regisseurs se les ocurre que lo fundamental es alambicarlo todo con sus ideas, como si ellos fueran un personaje más? En estos casos y como en el mal cine, es como si escucháramos la voz del director apuntando cada movimiento y sacándole su espontaneidad. No vemos, por ejemplo, dos amantes abrazándose. Vemos dos actores con gestos ampulosos y es como si sintiéramos en off, la instrucción del director diciendo: “¡Ahora abrácense fuerte!” Y, “¡por favor Leonora, no bien el Conde de Luna se da vuelta un poquito, saque el frasquillo de su seno y levante los brazos ampulosamente mientras se toma el veneno!”
Sobre el final,…¡arde el gran corazón!, ahora de alambre de púa. Sí, alambre de púa porque no olvidemos que estamos en guerra, con refugiados, campos de concentración etc. El Conde de Luna cuenta con un tanque de batalla asqueroseado con el grafiti de “Luna.” Cuando el tanque aparece por tercera vez el público se ríe, y no es para menos: la repetición de efectos pretendidamente originales es un recurso burdo, de esos que normalmente se usan en los programas cómicos que parodian representaciones teatrales estudiantiles o de sala de barrio sin recursos. Poco puede hacer frente a la fálica agresividad del cañon de “Luna” el pobre Manrico, con su vehículo destartalado, mitad triciclo y mitad automóvil. Imposible remolcar con esta porquería la caravana años cincuenta de donde Azucena sale cantando Stride la vampa con un muñeco bebé en brazos. Y en esta producción hay muy poca actuación. Cuesta advertir algún momento en que los cantantes se miren entre sí, en lugar de agarrárselas con el espectador o el público, como si estuvieran dando una conferencia. Porque este Trovatore es un mero “teatro de rampa“ para utilizar la expresión que los alemanes usan para cantantes que siempre van para adelante mirando al público. Los cantantes se la pasan entrando y saliendo sin ton ni son con paso rutinario y siempre desde los costados. Es cierto que la pobre Azucena trata de dramatizarlo todo gritando, corriendo, arqueándose para adelante para mostrar que es tercera edad y arrastrándose con la furia de una rata. Pero escenas que lo requieren todo, como el momento en que Manrico aparece ante una Leonora que lo creía muerto, es aquí representada como si Manrico fuera el cartero del barrio entregando un telegrama. Y como ocurre en todas las regie poco pensadas, los personajes secundarios, desde Ferrando hasta Inés, parecieron no obedecer a la menor instrucción escénica. Cualquier espectador podría haber saltado a la escena para representarlos siguiendo la música y haciendo mímica, como si se tratara de una sesión de karaoke, y el efecto hubiera sido mejor, porque de escuchar la música se trata, y no de cantar y quedarse tieso.
La versión musical fue pasable, bien dirigida por Noseda y bien cantada, pero nada mas. La voz de Haroutounian es radiante en registro alto. Meli y Muraro modulan su italiano materno con buen legato y timbre, y Željko Lučić se explayó con atractiva robustez de emisión. Solo Ekaterina Semenchuk afeó su enorme voz con típico sonido gutural y defectuoso italiano. De cualquier manera, los espectadores aplaudieron rabiosamente, como si se tratara de…. y aquí no me queda más remedio que hacer algo odioso para muchos lectores, a saber la comparación con mejores versiones que vi de la misma obra. Después de todo si el lector no vio las que yo vi, no le cuesta nada buscar mis versiones de referencia, que están grabadas. Y en youtube, asi que no es necesario comprarlas.
En mi caso salí interrogándome qué la nueva producción del Covent Garden me pareció tan sosa, si los cantantes eran en general buenos. Enseguida me apresuré a volver a casa para escuchar como referencia las que alguna vez me hicieron temblar de excitación, a saber la versión del Colón de Buenos Aires de 1969 con Leontyne Price, Carlo Bergonzi, Piero Capuccilli y Fiorenza Cossotto, dirigida por Oliviero de Fabritis. Al día siguiente escuché la de ópera de Viena de 1977 dirigida por Karajan con Price, y Cappuccilli y los mismos cantantes, salvo Luciano Pavarotti reemplazando a Bergonzi y Christa Ludwig a Cossotto. Ninguno de los solistas del Covent Garden exhibieron el fraseo abierto y el dramatismo intenso de los nombrados o remataron ese fraseo con squillo o mordente. También faltó el soberano fiato de aquellos, que les permitía cincelar los trinos con exquisita precisión y expresividad. En el Trovatore del Covent Garden simplemente no hubo trinos, sino apenas un intento de modularlos para después pasarlos un poquitín por encima.
Y finalmente una observación sobre Di quella pira. Desde hace varios años artistas como Domingo y Mutti han sugerido que es ridículo intentar un agudo final que no está escrito y parece desgañitar al tenor. Francesco Merli se queda a medio camino: sube al agudo por una milésima de segundo y junto al coro, que de esta manera lo cubre piadosamente. Bergonzi esperaba a que el coro terminara de cantar para recién entonces colocar un agudo que seguía con un interminable fiato a lo largo de toda la conclusión orquestal.
Para muchos, como para David Bösch, Il Trovatore puede ser una riquísima fuente de disquisiciones sobre la guerra, los incendios, las autoinmolaciones, y los dilemas freudianos de un Manrico debatiéndose entre su novia y una mamá que no es tal. Yo me quedo con la hamburguesa de Karajan. Se paladea con mejor gusto.
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