Alemania

Desde Rusia con amor

Juan Carlos Tellechea
martes, 13 de diciembre de 2016
Düsseldorf, miércoles, 23 de noviembre de 2016. Gran sala auditorio de la Tonhalle de Düsseldorf. Nikolai Tokarev (piano). Orquesta Filarmónica Nacional de Rusia. Director titular Vladimir Spivakov. Piotr Chaicovski, Concierto para piano número 1“, en si bemol menor, opus 23. Serguéi Rajmaninov, Danzas sinfónicas. Cuarto concierto de Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf. 100% del aforo.
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La Orquesta Filarmónica Nacional de Rusia, fundada en 2003 por el ministerio de Cultura de ese país y por encargo del presidente Vladimir Putin, es al mismo tiempo uno de los símbolos musicales nacionales y una embajada cultural de la nueva Rusia ante el mundo. La formación, dirigida desde un principio por el renombrado violinista y director Vladimir Spivakov,  se encuentra de gira por Europa y trae este miércoles 23 de noviembre a la gran sala de conciertos de la Tonhalle de Düsseldorf un inocultable mensaje de entendimiento entre los pueblos.

Oficialmente el objetivo principal de la orquesta es restaurar e impulsar el desarrollo de las tradiciones nacionales e internacionales de la interpretación orquestal. Sin embargo, desde el decreto presidencial número 808 del 24 de diciembre de 2014 Rusia está abocada a superar la negativa evolución de los últimos años y evitar el peligro de una amenazante “catástrofe humanitaria“, entre cuyos síntomas destacan “la devaluación de los valores tradicionales, la atomización de la sociedad, el aumento del individualismo, así como el afianzamiento de la visión negativa sobre importantes períodos de la historia de la patria“ (léase la extinta Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, 1922 - 1991).

Uno de los principales antídotos contra esta situación sería el de fortalecer la promoción de  las instituciones culturales de Rusia, la difusión/enseñanza de la lengua rusa y el papel de la Iglesia Ortodoxa en el exterior (verbigracia, la reciente inauguración del Centro Cultural Ortodoxo en París). Pese a todas las contradicciones y resistencias habidas y por haber, el intercambio musical entre Rusia y Occidente ha sido siempre enriquecedor para ambas partes, por haber transferido experiencias sociales.

Desde la disolución de la Unión Soviética se encuentran y florecen en el Oeste muchas obras de compositores que iniciaron su andadura en talleres soviéticos, no solo Sofiya Gubaidúlina (1931) y Arvo Pärt (1935), de 85 y 81 años respectivamente, sino también Galina Ustvólskaya (1919–2006) y Mieczyslaw Weinberg (1919– 1996), descubiertos póstumamente, así como el fusionista estonio Erkki-Sven Tüür (1959), quien experimenta en estos años un período de gran éxito, al igual que la rusa Lera Auerbach (1973), residente desde 1991 en Nueva York, cuyas obras están entre las más tocadas de autores de su generación.

 En cuanto a lo que se refiere a esta orquesta concretamente, ella representa un equipo nacional que ha reunido a la élite musical de Moscú y de San Petersburgo y que prepara programas y actuaciones con Spivakov y otros célebres directores internacionales invitados, entre ellos Mariss Jansons, Sir Simon Rattle, John Eliot Gardiner, James Conlon, John Nelson, Ingo Metzmacher, Michael Tilson Thomas, Antonio Pappano, Ion Marin, Christian Thielemann, Jukka-Pekka Saraste, Sakari Oramo y Daniel Harding, Michel Plasson, Gennady Rozhdestvensky, Alexander Lazarev y Krzystof Penderecki.

En esta velada queríamos oír el pegadizo Concierto para piano número 1 en si bemol menor interpretado por un pianista ruso, Nikolai Tokarev, y por una orquesta rusa, la Filarmónica Nacional dirigida por Spivakov. Esperábamos que lo hicieran con mayor intensidad, más sentimiento y mayor patetismo que de costumbre en las versiones internacionales que todos conocemos. Y no nos han defraudado en absoluto. Desde el escenario oímos una ejecución refinada, fresca y desenvuelta del piano y del conjunto, evitando los clichés y las tonterías que ocupan a otros solistas no tan agraciados por la genial insuflación de Euterpe. Tokarev, uno de los grandes en su especialidad, ha hecho aquí música verdadera y llegado profundamente al alma de los espectadores.

La orquesta y su director arroparon con entrega y dedicación al pianista, quien con el efectismo de Chaikovski en la mano (Allegro non troppo e molto maestoso – Allegro con spirito) logró superar con gran virtuosismo pequeños altibajos (tonos algo más fuertes y cuerdas no muy exactas en  brevísimos pasajes) que pasaron casi desapercibidos para la platea (en algunos pizzicatos más delicados, de todas maneras, el colectivo musical se guiaba más por el brillante primer violinista). En el segundo movimiento (Andantino semplice – Prestíssimo – Tempo I) ya el público  contenía la respiración. Por último, Tokarev se explayó (Allegro con fuoco) soberanamente en algunas cadencias y llevó espléndidamente la obra hasta el final en medio de estruendosos aplausos y desenfrenadas exclamaciones de ¡bravo, bravo, bravo!. En la propina, el Steinway parece irse de este mundo, evaporarse en Un sospiro, tercero de los Trois études de concert de Franz Liszt (1811 – 1866).

Tras el intervalo vino Serguéi Rajmaninov con sus tres Danzas sinfónicas, excelentes piezas en las que los músicos mostraron gran refinamiento en la interpretación, especialmente metales, cuerdas y maderas; con gran fuerza en la primera “I. Non allegro – Lento - Tempo primo“, solemnidad y elegancia en la segunda “II. Andante con moto. Tempo di valse“, y algo misteriosa en la tercera “III. Lento assai – Allegro vivace“, con una culminación en la que intervienen saxofón, clarinete, trompeta con sordina, flautín y un tamborcillo; en fin, el espíritu ruso con toda su furia, con toda su ira, con todos sus agudos y graves.

El público estalló nuevamente en prolongados aplausos, lo que indujo a Spivakov a entregar cuatro propinas, entre ellas el espléndido Interludio de Lady Macbeth de Mzensk, y el Vals número 2 de Dmitri Shostakóvich (1906 – 1975), así como el Vals de la suite (para orquesta para el drama de Mijail Lérmontov, 1814 – 1841) Masquerade de Aram Jachaturian (1903 – 1978). Una velada auténticamente rusa y con amor que concluyó con ovaciones de pie y silbatinas de aprobación como en un gran concierto popular. ¡Elixir para el espíritu!

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