Alemania
Indiscutible, el mejor Otello de la temporada
Juan Carlos Tellechea

En esta temporada 2016/2017 son muchas las casas de ópera que presentan diferentes producciones o adaptaciones repetitivas, más o menos fieles al original de Otello, el drama lírico de Giuseppe Verdi (se conmemoran 115 años de su muerte), con libreto de Arrigo Boito inspirado en la tragedia shakespeariana del moro de Venecia. Pero ninguna se despega tanto y tan bien de los clichés archiconocidos como la del renombrado director Michael Thalheimer (Francfort del Meno, 1965), quien en la temporada 2017/2018 dirigirá el teatro Berliner Ensemble (de Bertolt Brecht) de la capital alemana.
La brillante carrera de Thalheimer como director teatral (se formó en Berna/Suiza) arrancó con gran éxito en 1997 en el Teatro de Chemnitz (Sajonia/este de Alemania) con la puesta de El arquitecto y el emperador de Asiria (1966), de Fernando Arrabal (Melilla, 1932), Desde entonces no ha parado de llevar nuevas producciones a múltiples teatros de Alemania, Dresde, Leipzig, Hamburgo, Berlín. Su debut como director escénico en el género lírico fue con Katia Kabanová, de Leoš Janáček, en la Staatsoper Unter den Linden en 2005. En diciembre de ese mismo año llevó una nueva producción de Rigoletto de Giuseppe Verdi a la Ópera de Basilea.
Al menos hasta ahora, nunca vi un Otello con tanta fuerza, con tanto impacto sobre el público y con tanta claridad como éste, pese a que aquí el escenario es dominado solo por una gigantesca caja negra, un escenario dentro de un escenario (escenografía Henrik Ahr), en la que se mueven exclusivamente personajes vestidos de negro (vestuario Michaela Barth). Unicamente dos elementos componen la utilería de la obra, un pañuelo y un vestido nupcial, ambos de color blanco.
Thalheimer se atiene a la ubicación original de Otello en una ciudad costera de Chipre y prescinde por completo de las coloridas imágenes turísticas, de las postales venecianas; no hay góndolas, no hay muros, no hay aposentos palaciegos. Todo eso lo deja a la imaginación del espectador. Al general Otelo (excelente Zoran Todorovich), de la armada de Venecia se lo reconoce solamente por su rostro pintado de negro. El intrigante Yago (no menos excelente, Boris Statsenko), alférez de Otelo, gira permanentemente en su torno, como si fuera su otro yo.
El Regisseur presenta en esta coproducción con la Opera Vlaanderen, de Amberes, a un Otelo convertido en el verdadero protagonista de la obra. Renuncia a montar el drama en torno al perverso Yago, como es muy habitual. Y todo esto, aunque no lo parezca, hace de esta producción que sea mucho más atractiva y entretenida que otras tradicionales o más de moda, de sobra conocidas por los fanáticos de Verdi.
La caja negra es clave en la descripción del desgarrado mundo interior de Otelo. Sus celos no son la causa, sino el síntoma de una delirante conducta paranoide. Thalheimer lo muestra como a un animal inquieto, a un ser totalmente incapaz de reflexionar sobre cómo escapar de la sala de los horrores del psicoanálisis. Quienes actúan aquí no son personas. Su mujer, Desdémona (fenomenal Jacquelyn Wagner) aparece en la acción como una virgen inmaculada, como un ser de otro mundo.
La fuerza, el ímpetu de esta obra va más allá de cualquier escenografía, de cualquier atrezo, y mucho tiene que ver también con la interpretación musical de la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf (Düsseldorfer Symphoniker) que dirige su conductor principal Axel Kober (merecidamente, muy aplaudida y ovacionada durante la representación y a su término).
La plasticidad y precisión de la ejecución parecen modelar esculturas musicales palpables para el público. Aquí Kober no le da muchas vueltas a la cosa, no pierde el tiempo en reflexiones sin sentido, sino que le imparte decididamente velocidad a la orquesta. Esa forma de hacer música parece estar en contradicción con lo que ocurre sobre el escenario. Sin embargo, el foso y la caja negra se promueven, interactúan recíproca y positivamente. Podríamos decir que Thalheimer y Kober siguen muy de cerca los lineamientos de Verdi y Boito. Éste condensó radicalmente el clásico shakespeariano para dejarle más amplio campo al genial compositor.
El dúo al término del primer acto (Già nella notte densa s'estingue ogni clamor /Hoy en la noche oscura todo clamor se acalla), durante el que se besan Otelo y Desdémona (Un bacio...ancora un bacio...) se sirve de esa arrebatadora corriente, al igual que el nihilista 'Credo in un Dio crudel / Creo en un Dios cruel' de Yago. Es un torbellino que fluye hasta el comienzo del cuarto y último acto, cuando Desdémona interpreta la 'Canción del sauce' (Piangea cantando nell'erma landa/ Cantando, ella lloraba sobre la tierra yerma), y se extasía en una plegaria musical, un final poético de tan dolorosa sensibilidad (rayana en la hiperestesia) como pocas veces he experimentado en este género.
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