Pareciera como si el Teatro Colón y los organizadores de este concierto se hubieran confabulado para lograr que el gran pianista brasileño -que con este concierto rememoraba su debut en Argentina de 50 años atrás- comenzase a tocar bastante molesto y a lo largo de toda la primera parte se lo escuchara desganado, casi como si interpretara en ‘piloto automático’. Vayamos por partes: la responsabilidad del Colón. Es bien sabido que los lunes son días de descanso para la gente del Teatro, pero resulta casi inconcebible que no hubiera ninguna persona que pudiera habilitar el escenario -u otro lugar- para que el pianista hiciese una prueba sobre el instrumento que iba a utilizar hasta pasadas las 5 de la tarde. Por suerte y merced a los buenos oficios del maestro Guillermo Scarabino se lo autorizó a ejercitarse un par de horas en un camerino:…
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