España - Madrid

De colores, de glaciares y de toses

Jonay Armas
martes, 14 de febrero de 2017
Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) © EEMM Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) © EEMM
Madrid, lunes, 16 de enero de 2017. Auditorio Nacional. Cristina Montes, arpa. Joven Orquesta Nacional de España - JONDE. Manuel Hernández-Silva, director. Ravel: Rapsodia española. Glière: Concierto para arpa y orquesta en Mi bemol mayor, op.74. Sibelius: Sinfonía nº1 en Mi menor, op.39. Ocupación: 80%
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Dicen las notas al programa que Plácido Domingo solo puede destacar a una arpista en el mundo, y que esa es Cristina Montes. Atendiendo a la afirmación del tenor, la destreza de Montes defendiendo el concierto de Glière quedaron patentes, especialmente en las cadencias que dejaban a la intérprete a solas con el auditorio. Pero más allá del reconocimiento de la solista cabría hablar de la naturaleza ampulosa de la composición en sí misma: un concierto complaciente que, aun con todo su extenso colorido orquestal y sus armonías agradables, parece estar contando bien poco. La destreza de la joven Montes y la agradable respuesta de la orquesta estaban fuera de toda duda: el problema estaba en la música, no en los músicos.

Como preludio al Concierto para arpa de Glière, la JONDE se tomó los cuatro movimientos de la Rapsodia española de Ravel como un calentamiento, como una puesta a punto que a veces despertaba con las exigencias del compositor francés en su partitura. Quizás fuera la pieza donde más pudo contemplarse la energía juvenil con que la orquesta insufla vida a sus recreaciones, uno de los grandes valores que han dado identidad propia al conjunto. Con Sibelius, las cosas fueron diferentes: un aliento de solemnidad recorrió el escenario, las maderas parecían andar de puntillas y las cuerdas se contagiaron de la tensión de ese discurso de espíritu épico y conmovedor. Manuel Hernández-Silva parecía especialmente preocupado en mostrar la estructura del edificio orquestal por encima de otras consideraciones más puntuales, lo que llevó en pasajes concretos a un desajuste de la orquesta en la que se hacía patente la enorme densidad de la partitura del compositor finlandés. A pesar de esos desajustes, la sinfonía llegó a un movimiento final de una intensidad abrasadora, con la JONDE extrayendo toda la fuerza emocional de los dos temas principales de este Andante que ponía fin a la obra, recordando que la perfección de las ejecuciones será siempre mucho menos importante que la capacidad para transmitir el mensaje de las obras.

Parece mentira que en pleno 2017, y en el corazón de un acontecimiento propio de una nación civilizada, aún haya que llamar la atención sobre cómo las toses del público pueden ser capaces de arruinar una función. El público aún no ha entendido del todo que los silencios entre movimientos no imponen la obligación de aclarar la garganta de manera incipiente, y el hecho no pasaría de lo anecdótico, como siempre, si la velada no se hubiese convertido en un coro de toses sin interrupción que condujo al desánimo al propio Hernández-Silva, que escenificó con sus gestos la imposibilidad de retomar la Sinfonía de Sibelius cada vez que intentaba iniciar uno de los movimientos. Las dos divertidas propinas que propuso el conjunto levantaron finalmente a la audiencia de sus asientos, lanzados a por la ovación tras los ritmos caribeños y la música ligera. Su frío recibimiento de la Sinfonía del compositor nórdico se había disipado definitivamente. Una celebración final que recuerda lo mucho que queda todavía por aprender.

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