Estados Unidos
Brahms 3, Blomstedt 89
José A. Tapia Granados
Antes de este concierto solo había oído una vez en directo a Herbert Blomstedt. Fue en un viaje a San Francisco, hace varios años, en un concierto en el que me entusiasmó su interpretación de una sinfonía de Chaikovski, no recuerdo cuál, quizá la Quinta. Ya en aquel entonces Blomstedt pasaba de los ochenta años. En julio de este año cumplirá noventa, a pesar de lo cual sigue dirigiendo, tal cual, sin que le arredre ponerse frente a una orquesta como director invitado en tres días sucesivos, viernes a mediodía, sábado por la noche y domingo por la tarde. Ese fue su programa de trabajo en su visita a Filadelfia. Mi oportunidad de oírle fue el domingo por la tarde.
Entre los últimos conciertos para piano de Mozart, el No. 25 destaca por su luminosidad y su espíritu en general optimista. Garrick Ohlson produjo una excelente versión en la que el fraseo fue impecable. Bajo la escueta dirección de Blomstedt la orquesta se imbricó a la perfección con el solista, cuya enormidad física contrastaba con la delicadeza de su interpretación. La versión de Ohlson fue calurosamente aplaudida por el público y el pianista dio como propina el primer movimiento de la Sonata Claro de Luna de Beethoven. Es opinable si es o no aceptable dar como encore un fragmento de una obra, pero desde luego el público pareció encantado por la opción de Ohlson, que cerró la primera parte del concierto con tormentas de aplausos antes y después de su propina.
El plato fuerte de la tarde era sin embargo la segunda parte. Mi concepto de la Tercera de Brahms se remonta a una versión de Carl Schuricht con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baden-Baden, un LP que adquirí en tiempos de la reforma política de Adolfo Suárez y aún conservo. Ese concepto se ha alimentado luego con versiones memorables de Kurt Masur en DVD, Simon Rattle en directo y grabaciones y versiones en directo no tan memorables de Karajan y otros directores que no vale la pena mencionar. Junto con las de Schuricht, Rattle y Masur, esta versión de Blomstedt pasa a engrosar en mi memoria el canon interpretativo de esta obra, la más corta de las cuatro sinfonías de Brahms y una de esas treinta o cuarenta sinfonías que habría que salvar si el mundo que conocemos fuera a acabarse.
Habiendo compuesto “solo” cuatro sinfonías, Brahms es uno de los mejores sinfonistas de la historia, seguramente en eso ha de haber acuerdo general. Refiriéndose a su Tercera Sinfonía, Clara Schumann dijo una vez que sus cuatro movimientos parecen ser una sola pieza, un solo latido del corazón. Aunque la imagen es ilustrativa y lúcida, quizá sería mejor metáfora decir que la sinfonía es como un gran suspiro. Sea como fuere, en casi toda la música de Brahms es ostensible ese aliento sostenido que hace que fluya como una corriente ininterrumpida, en la que las largas frases mantienen la tensión lírica o dramática. Ese rasgo, que emerge claramente ya en los primeros compases de la Sinfonía No. 1, es una constante en las cuatro sinfonías de Brahms que a juicio de Kurt Masur pueden verse a su vez como si fueran los cuatro movimientos de una estructura metasinfónica.
En la versión de Blomstedt con la Orquesta de Filadelfia la Tercera Sinfonía fluyó como un maravilloso río, con intervenciones magistrales de las trompas y de la madera. A la energía apasionada del Allegro con brio inicial, siguieron las brumas invernales del Andante siguiente, la melancolía agridulce del tercer movimiento, el famosísimo Poco allegreto, y un dinamismo exultante en el Allegro—Un poco sostenuto final, que dejándonos con el corazón en la mano se extingue sin aspavientos. Claro que así sería de esperar si, como Kurt Masur afirma, en la concepción general de Brahms tras esta sinfonía ha de venir algo más.
Con el concierto de Mozart en la primera parte y la sinfonía de Brahms en la segunda, la duración del concierto era relativamente corta, muy probablemente en atención a la edad del director. Como compensación hubo un postludio en el que dos miembros de la orquesta —el clarinetista Ricardo Morales y el violonchelista Robert Cafaro— interpretaron con una pianista invitada —Luba Agranovsky— el Trío en La menor Op. 114 de Brahms. Fue una interpretación digna que, sin embargo, resultó como un postre ligero tras un segundo plato excepcional.
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