España - Valencia

Valentino es un gran artista y La traviata muy Traviata y mucho Traviata

Rafael Díaz Gómez
viernes, 3 de marzo de 2017
Valencia, jueves, 23 de febrero de 2017. Les Arts. La traviata, ópera en tres actos y cuatro cuadros, música de Giuseppe Verdi y libreto de Francesco Maria Piave basado en La dama de las camelias de Alejando Dumas (hijo). Estreno: teatro de La Fenice de Venecia el 6 de marzo de 1853. Dirección de escena: Sofia Coppola (reposición a cargo de Marina Bianchi). Escenografía: Nathan Crowley (Leila Fteita, colaboradora). Vestuario: Valentino Garavani, Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Piccioli. Iluminación: Vinivio Cheli. Coreografía: Stéphane Phavorin. Videocreación: Igor Renzetti y Lorenzo Bruno. Elenco: Marina Rebeka (Violetta Valery), Arturo Chacón-Cruz (Alfredo Germont), Plácido Domingo (Giorgio Germont), Anna Bychkova (Flora Bervoix), Olga Zharikova (Annina), Moisés Marín (Gastone), Jorge Álvarez (il Barone Douphol), Andrea Pellegrini (il Marquese d’Obigny), Alejandro López (Dottore Grenvil), Antonio Gómez (Giuseppe), Bonifaci Carrillo (criado de Flora), Boro Giner (Mensajero). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Cor de la Generalitat Valenciana. Dirección Musical: Ramón Tébar. Producción del Teatro dell’Opera di Roma.
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En una ocasión a Sofia Coppola su padre la hizo matar a la salida de la ópera. Quién sabe si todavía difunta y quizás resentida con el género, metida a dirigir la escena de uno de los títulos más señeros del teatro lírico ha hecho con él todo lo que pueden hacer los muertos resentidos: nada. Al menos nada que yo sea capaz de advertir en el mundo sensible en el que, por inercia y a falta de otra propuesta más atractiva, tiendo a desenvolverme. Ignoro dónde fue a parar la dirección actoral y con ella el drama y la emoción que uno espera asociados a esta obra. Por lo demás, si el planteamiento, a falta de afectividad, ocultaba algún tipo de recompensa intelectual, o se quedó en el plano de los ectoplasmas o servidor no estaba en uno de sus días de actividad cerebral fructuosa.

 “No te preocupes”, puede que le dijera a la Coppola, como recién salido de un período de hibernación en una cabina de rayos uva, un tal Valentino, por lo que parece famosísimo en el mundo de las costuras. “No te preocupes que això ho pague jo y además lo petamos, que tengo un puñado de followers que te pasas” (eso sí, expresado en italiano y con clase). “Tú no impidas que me luzca y lo demás nos vendrá dado. Y para empezar podías ponerme un pedazo de escalera en mitad de la escena del acto inicial para que Violetta pavonee su primer vestido mientras suena la obertura. Aunque en realidad estoy pensando en suprimir la obertura para que se puedan escuchar mejor los ‘ohhhhhh…’ de la peña al contemplar mi creación.”

La Traviata. Producción de Sofia CoppolaLa Traviata. Producción de Sofia Coppola © 2017 by Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

“Mi creación, sí, la Traviata de Valentino. David Downton, que firma la imagen de la protagonista que luce en carteles y en la portada del programa de mano, lo ha visto clarinete: mi nombre en rojo (¿os he contado alguna vez que mi predilección por el rojo en los trapitos se me echó encima en una visita a Barcelona, lugar en el que, por cierto, también se me reveló la existencia de una belleza femenina netamente española y olé?) y por debajo, en negro, La Traviata. ¿Mola o no mola? Cierto que esta estampa de Downton rompe con la unidad del diseño de Pepe Moreno a partir de una imagen de Lucrezia Bori que se reproducía en Les Arts durante toda la temporada. ¡Pero qué le voy a hacer! Yo me traigo de Roma el paquete completo.”

Valentino Garavani en la 83rd Annual Academy Awards Valentino Garavani en la 83rd Annual Academy Awards © Steve Granitz en Getty Images

“Y la ilusión que me hace, además, que el nombre de Valentino se repita en el programa de mano, además de en la portada, con una frecuencia similar a la de Dios en la Biblia: a mi fundación se le agradece la representación; a mí, junto a Giancarlo Giammetti y por encima del Teatro de la Ópera de Roma, se me atribuye haber creado la producción y mío, al menos en parte, es el vestuario. Vamos, si no me frena el ímpetu juvenil de Plácido Domingo, me canto el papel de papá Germont y seguro que lo bordo.”

Pues continúa servidor. No descartemos que la sobreexposición al color rojo de los vestidos que engalanaba a un estimable porcentaje del público femenino que asistió a la representación (última de las funciones, lleno total, como las cuatro anteriores) menoscabara mi capacidad de atención visual, pero no por ello he de renunciar a afirmar que la producción resultó escenográficamente tan rica (sugerentemente efectivos los efectos campestres y ciudadanos de la videocreación) como conservadora (con notas de cata ligeramente rancias), tan amable como insustancial. Lo mismo la culpa de esta percepción recae en Livermore, que nos mantiene en la costumbre de vivir al borde del ataque semiótico en sus múltiples apariciones en el escenario de Les Arts.

La Traviata. Producción de Sofia CoppolaLa Traviata. Producción de Sofia Coppola © 2017 by Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

Dones y medios los tiene sobrados Marina Rebeka. Además, la soprano letona es a sus 37 años una experimentada Violetta: esta ha sido la decimoquinta producción en la que ha encarnado el papel. Lo hizo con una seguridad pasmosa, un color homogéneo, una proyección redonda, unos reguladores bien equilibrados, un fraseo elegante: magnífica. No obstante, ¡ay!, ¿por qué pareció algo distante? Desde luego la dirección escénica no le ayudó en absoluto a comunicar. Tampoco su enamorado, quien quizá se le atragantó (porque la soprano se lo comió ya en el primer acto). Reducido por tamaña Violetta, el mexicano Arturo Chacón-Cruz fue un Alfredo modesto, que crecía apenas a medida que a ella se le iba yendo la vida. Bienintencionado, afeaba su entrega una emisión muchas veces inestable y abierta. Su expresividad logró ser distinguida en contadas pero muy agradecidas ocasiones. Al contrario que Domingo, que es lírico incluso antes de cantar. Sólo con su presencia en las tablas el madrileño ya transmite el personaje, aunque arrastre una pierna o vaya en silla de ruedas (a este paso acabaremos viéndole así). Por megafonía se nos anunció que cantaría a pesar de estar afectado por un proceso gripal (“ayer estuvo en el fútbol”, soltó entonces, con tono condescendiente, una señora detrás de mí). Y cantar, cantó. Lo que quiso y con el color que tiene, que no es el que se espera del mayor de los Germont (él, que casi se estrenó operísticamente con un Alfredo). Pero cantó todavía. Será una necesidad la suya. Con la que hace virtud. La virtud de un fraseo envolvente, absolutamente sociable. No debe de ser tarea fácil conseguirlo, porque si no Rebeka y Chacón-Cruz no tenían más que cortar y pegar.

Arturo Chacón-Cruz, Maria Rebeka y Plácido DomingoArturo Chacón-Cruz, Maria Rebeka y Plácido Domingo © 2017 by Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

El público aplaudió con las fuerzas que le quedaban, que no eran pocas pese a que hubo tres descansos (buenos, quizás, para los intérpretes; malos para el resto, drama incluido) y a que antes ya se había aplaudido casi todo. Así que satisfacción general: todo había sido muy bonito. Les Arts ha vuelto a estar en el candelabro, que decía aquel, arrastrando (¿arrastrado por?) el gran mundo. ¡Qué cosas! Y uno que no puede dejar de trazar paralelismos entre esta follia y ese maravilloso Sueño de una noche de verano, medio vacío en las butacas, con el que se cerró la temporada pasada. En fin, habrá que asumir de una vez que Valentino es un gran artista (por cierto, la crítica de los trajes del estreno romano en mayo del año pasado la pueden leer ustedes en Vogue). Y La traviata, es lo que tiene ponerse áulico (o cuanto menos presidencial), muy Traviata y mucho Traviata. 

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