DVD - Reseñas
Klemperer, el inmoralista
Paco Yáñez
Todo melómano que se precie atesorará en su fonoteca un buen puñado de grabaciones conducidas por una de las batutas de mayor altura (en todos los sentidos) del siglo XX, la del director y compositor alemán Otto Klemperer (Breslau, 1885 - Zúrich, 1973). Figura fascinante que apuró el siglo que le tocó habitar hasta sus últimas consecuencias, recorrer su vida supone asomarse a una historia que se entrecruza con cada uno de sus momentos vitales, haciendo de su existencia la de un verdadero judío errante, conformando una personalidad cosmopolita en la que se conjugaba un profundo respeto por la tradición y una atenta mirada a su actualización por medio de tantas decenas de partituras como dio a conocer en las diversas titularidades que ocupó al frente de teatros de ópera y orquestas de primer orden tanto europeas como norteamericanas.
De su periplo vital es perfecto reflejo el soberbio documental Otto Klemperer's Long Journey Through His Times (1973/1984/2016), obra del realizador holandés Philo Bregstein (Ámsterdam, 1932) que en sus 100 minutos de duración recorre la vida del director desde su niñez en Hamburgo, acompañado el apartado más puramente biográfico de metraje en el que Klemperer ensaya e interpreta en vivo, con la New Philharmonia Orchestra, partituras de Beethoven, Haydn, Mahler y Mozart, en los que son algunos de sus últimos conciertos y sesiones de grabación con su orquesta londinense. Parte Bregstein en este viaje musical de las ruinas de Berlín en la posguerra, sonorizadas con la mítica filmación del 8 de noviembre de 1964 en la que Klemperer dirige la Novena sinfonía (1822-24) de Beethoven en el Royal Albert Hall (de cuya edición en blu-ray por el sello EuroArts 3075094 dimos cuenta en nuestro diario en febrero de 2015, leer reseña). Mostraba Klemperer, en esa etapa tardía, sus señas de identidad como director de un modo pleno: antirretorismo, precisión, ausencia de todo sentimentalismo..., así como rehuir tanta conducta pusilánime a la hora de renovar los repertorios, unida a su aversión a lo que hoy diríamos lo 'políticamente correcto', algo que se trasluce en una conversación (recogida en el libreto) del año 1960, en la que, interpelado por John Freeman sobre otro pupilo de Mahler, Bruno Walter, Klemperer afirma, tras comentarle Freeman que Walter es romántico, que es «Muy romántico. Yo no lo soy, en absoluto. Y él es lo que diríamos, pero no debe malinterpretarme, él es un moralista. ¡Yo no lo soy! Yo soy un inmoralista. ¡Absolutamente!». Un año más tarde, añadiría que ese «inmoralista» era en sentido nietzscheano, algo que, sostenía, nadie entiende correctamente. Para Klemperer, esos conceptos fuertes eran precisos para enfrentarse a lo que denominaba 'moralidad': un abismo de frivolidad que desgraciadamente no ha dejado de agrandarse desde entonces, y sólo hay que echar una ojeada a tantas batutas rutinarias a nuestro alrededor: pura sumisión a la tautología sonora en su estado más puro y putrefacto...
...y es que la exigencia y diálogo que Klemperer propició con el mundo de las artes queda perfectamente reflejado en este documental exquisito, también repleto de avisos a un presente en el que proliferan señales de alerta como las que el director experimentó, y que Philo Bregstein ejemplifica minuciosamente a través de la voz del propio Klemperer recordando su vida, así como de los Ernst Bloch, H.H. Stuckenschmidt, Paul Dessau y una prolija nómina de protagonistas de lo más trascendente en la cultura del siglo XX. En sus orígenes se inserta Klemperer, de la mano de Gustav Mahler, en el primer capítulo del documental, un Mahler al que veía por las calles de Hamburgo, fascinado por el maestro. Posteriormente, ya en Berlín, e inmerso en la vida teatral, se reencuentra Klemperer con Mahler por medio del director Oskar Fried y la Segunda sinfonía (1888-94) del compositor bohemio, cuya orquesta en la lejanía dirigió el joven Klemperer, lo que le permitió un contacto más estrecho con Mahler y conocer cómo éste quería su música. De esa cercanía nació una reducción de la sinfonía para piano, que Klemperer mostró y ejecutó para Mahler, lo que le valió el reconocimiento y una protección del maestro que le abriría varias puertas en Europa; entre ellas, las de su primer puesto titular, en Praga, así como en su posterior vuelta a Hamburgo (todo ello acompañado por impagables fragmentos audiovisuales de la época).
Ya en sus primeros puestos estallarán los conflictos por el exiguo y pobre régimen de ensayos con el que se presentaban las obras, algo a lo que se opuso tajantemente Klemperer, así como a los cortes en las óperas, siguiendo una costumbre y determinación de raigambre mahleriana. Se fue forjando, de este modo, el carácter del director, así como ese 'inmoralismo' con respecto a las convenciones sociales y a la cultura del vagueo, a la que confronta una nueva moralidad centrada en el respeto a la obra de arte; en música, y en primer lugar, a la integridad y sentido de la partitura. El propio Klemperer nos cuenta que estos conflictos, y la banalidad con la que se trabajaba en algunos teatros, lo llevaron a precisar de una pausa, por la tensión con la que soportaba estas situaciones; momento en el que decidió que sólo dirigiría aquello que hubiese sido estudiado en detalle. Además, las tensiones derivadas de ampliar el repertorio, con sus acercamientos al propio Mahler, así como a Strauss, Schönberg, Pfitzner, Stravinsky, Busoni, Hindemith, Weill y un largo etcétera. En este sentido, son muy interesantes las palabras del filósofo Ernst Bloch, buen amigo de Klemperer, que como el director era consciente de los profundos vínculos entre arte y política, algo que cobra mayor sentido cuando escuchamos el Fidelio (1805) de Klemperer y lo ponemos, tal y como hace Bloch, en relación con la Revolución Rusa y las revoluciones alemanas, así como con la Primera Guerra Mundial, a la que Klemperer estuvo muy cerca de ir, en parte, por su 'no respeto' a los cortes en las óperas señaladas por las autoridades (musicales o no) en las representaciones en el teatro de Estrasburgo (cercenadora costumbre heredada del propio Pfitzner). Es por ello que para Klemperer su vida en el teatro era un acto continuo de lucha contra la rutina, algo que experimentó en la Rusia revolucionaria, con Stanislavski y unos músicos y un público que dice escuchaban la música no con los oídos, sino con el corazón. Parte del zeitgeist de aquella Europa de vanguardias artísticas y aceleración histórica fulgurante (que en imágenes de archivo vemos en paralelo a revoluciones, guerras y ascenso nazi) es lo que Stuckenschmidt define como dirección antiemocional y exacta de Klemperer, huyendo de sensiblerías románticas de última hora...
...un espacio idóneo para dichos planteamientos fue la Kroll Oper del periodo entreguerras: referencia mítica de la creación interdisciplinaria en Europa, algunas de cuyas propuestas vemos en el documental (no sin cierta nostalgia por la cantidad de talento y lucidez que allí se reunía al servicio de la renovación de los lenguajes creativos). El ambiente de transversalidad y cooperación democrática, su voluntad de desarrollo musical, artístico, intelectual y social, pronto estuvo en el punto de mira tanto del poder prusiano como de los nazis, que tildaban a la Kroll de «ópera bolchevique», de ahí su cierre, mientras se mantenían los teatros más conservadores de Berlín. No fueron estos los únicos problemas de un Klemperer que recuerda de esa época sus conflictos con las sacrosantas normas en cuanto a escenificación de Bayreuth, así como el asomo de la serpiente nazi para salvaguardar la pureza de la tradición, dispuesta a boicotear propuestas alternativas, ya en Baviera, ya en Berlín. Con la quema del Reichstag y las primeras desapariciones de judíos en su entorno, Klemperer decide exiliarse con su familia, marchando, en un primer paso, a Zúrich.
Ese exilio está más que testimoniado en el documental con numerosas imágenes de archivo que nos muestran la auténtica fuga de talento que desde Alemania se dio hacia los Estados Unidos. Es así que veremos a los Albert Einstein, Thomas y Heinrich Mann, Franz Werfel, Bruno Walter, Paul Dessau, Ernst Krenek, Hanns Eisler, Arnold Schönberg, Bertolt Brecht y un largo etcétera. Nos adentramos en los éxitos y conflictos de Otto Klemperer en los Estados Unidos y su sistema artístico que dice basado en el éxito, la popularidad y el dinero. Se asoma, igualmente, el director a su último viaje a una URSS ya en fase de purgas estalinistas, así como a la Segunda Guerra Mundial y al holocausto desde el otro lado del océano. Con el final de la guerra, asistimos a la vuelta a Europa de Klemperer, a su gira con la Concertgebouworkest y a su trabajo en profundidad en Budapest para, literalmente, reconstruir la vida musical húngara tras la guerra, con los consecuentes problemas con el Estado comunista y la no adecuación de algunas partituras (como las de Schönberg) al incipiente realismo socialista, algo que también le ocurría con no pocas óperas, completamente incomprendidas desde aquella 'nueva forma de pensar'. Esa conflictividad derivada de su no sumisión y de su 'inmoralismo' (en términos nietzscheanos), lleva a Klemperer a una nueva situación de desplazamiento perenne: Australia, Los Ángeles, Nueva York, Ámsterdam..., verdadero ciudadano del mundo que regresa definitivamente a Europa, a Zúrich, en 1954.
Será de la mano de Walter Legge como Klemperer consiga una estabilidad al frente de la Philharmonia Orchestra, compatibilizando conciertos en vivo con una ingente cantidad de grabaciones para la EMI efectuadas durante los ensayos de las temporadas londinenses. Este trabajo a largo plazo y en profundidad representaba el ideal artístico del maestro; de ahí, su fidelidad de por vida a la orquesta, abarcando su etapa final como New Philharmonia, volviendo una y otra vez sobre las partituras que mejor conocía, además de componiendo, proceso que Klemperer dice fundamental para poder dirigir conociendo en profundidad los mecanismos internos del hecho musical, algo que comparte con otro director-compositor que se asoma al documental, Pierre Boulez. Además de escuchar música del propio Klemperer, lo veremos, ya en el final de la película nacionalizarse israelí, así como dirigir parte del último concierto que capitaliza el resto de esta edición, y cuyas numerosas tomas nos hacen pensar que por ahí debe andar una filmación completa que bien se pudo haber incluido en estos DVDs (a no ser que aparezca próximamente en otra edición).
El segundo DVD está centrado en otro documental que Philo Bregstein volvió a montar el pasado año, Klemperer - The Last Concert (1974/2016), película de 74 minutos centrada, como su nombre indica, en ese último concierto dirigido por Otto Klemperer, el 26 de septiembre de 1971, en el Royal Festival Hall. Será nuestro guía durante buena parte del documental David Whelton (Managing Director de la Philharmonia), que recapitula los años del director alemán al frente de su orquesta, apoyándose en el trabajo de investigación de Peter Heyworth que fructificó en su monumental biografía de Otto Klemperer. Buena parte de este recorrido, que se extiende más allá, hasta los años legendarios de la Kroll Oper, comparte metraje de archivo con Otto Klemperer's Long Journey Through His Times, por lo que puede resultar reiterativo. Destaca Whelton como los subsiguientes pasos de Wilhelm Furtwängler, Herbert von Karajan y Otto Klemperer dotaron a la Philharmonia de un sonido, destacadamente en maderas y cuerda, de raigambre centroeuropea, muy diferenciada del resto de orquestas británicas, de ahí su particularidad; así como el hecho de que Walter Legge dirigía la atención fundamentalmente a las grabaciones, recibiendo éstas todo el apoyo y financiación de los ensayos por parte de la EMI, de ahí el mimo y calidad de las mismas. Parte de esos resultados son debidos a lo que Whelton conjetura (y dice que hoy en día se calificaría) como personalidad «maníaco-depresiva» de Klemperer, la cual era un reto para la orquesta, por su obsesión de perfeccionismo a toda costa, frecuentes riñas a los músicos incluidas (una de las cuales, con la Philharmonia en la Musikverein vienesa, vemos en ambos documentales).
La mayor parte de Klemperer - The Last Concert consiste en filmación de los ensayos que condujeron a ese último concierto, en muchos momentos de un modo realmente detallado, superponiendo a la imagen los fragmentos de partitura correspondientes, para tener una más precisa idea de las decisiones interpretativas del alemán sobre el original brahmsiano. De hecho, ello nos permite, tal y como señala Karen Stephenson (segunda violonchelista de la Philharmonia), detectar alteraciones realizadas por Klemperer sobre la partitura original, algo que nos muestra que, además del respeto al texto, Klemperer era de los que buscaban la verdad no sólo tras las notas (como le enseñaría Mahler) sino en otras notas si éstas asentaban el flujo musical de largo recorrido que Antony Beaumont dice era consustancial al director, que pensaba más que ningún otro en las líneas y fraseos como un todo que abarcaba la partitura al completo: de ahí, el enorme empaque y coherencia interna de sus interpretaciones a nivel estructural. El propio Beaumont (editor de las cartas de Otto Klemperer), se adentra en las diferencias entre la dirección apolínea de Bruno Walter, en la que dice primaba la búsqueda de la belleza, aunque a veces de un modo un tanto superficial, y la de Otto Klemperer, que califica de más oscura y acerada (diríamos, dionisíaca), en busca de la 'verdad', poniendo como ejemplo revelador las lecturas más difundidas de ambos de Das Lied von der Erde (1908-09); respectivamente, para Decca (Walter) y EMI (Klemperer).
Otras presencias se dan cita para exponer sus recuerdos de Otto Klemperer, entreverados con el proceso de ensayos, como la de Vladimir Ashkenazy, quien afirma que ya en 1956 compraba en Bruselas unos vinilos dirigidos por Klemperer que le resultaban, además de muy informativos, altamente inspiradores. Rememora las buenas palabras que Daniel Barenboim siempre le comunicaba sobre Klemperer, así como el concierto, el 28 de enero de 1969, en el que el gigante de Breslau lo dirigió en el Concierto para piano Nº2 en si bemol mayor opus 83 (1878-81) de Johannes Brahms, con la NPO, concierto del que Ashkenazy guarda un recuerdo realmente especial. De nuevo, el final del documental nos muestra abundante metraje de ese último concierto, registrado, además, con diferentes cámaras, lo que nos hace creer que debe estar disponible en su integridad, esperando a una edición que bien podría haber cabido en este cofre... Lo que sí disponemos ya es de los 35 minutos de extras que aporta el segundo DVD, de lo más interesante, destacadamente las entrevistas a Ernst Bloch y Pierre Boulez sobre sus experiencias con Otto Klemperer; así como nuevo metraje de los ensayos del último concierto del director alemán. Extras en 4:3, como el documental Otto Klemperer's Long Journey Through His Times; mientras que Klemperer - The Last Concert se ofrece en ratio 16:9. En ambos casos, el sonido es PCM estéreo, con región 0 para los DVDs y formato NTSC.
Junto con los documentales en DVD, esta cuidadísima edición presenta un doble compacto con la grabación íntegra de ese último concierto dirigido por Otto Klemperer. El registro es muy respetuoso con la sensación del directo, con aplausos y hasta avisos por megafonía incluidos, dando mayor realismo a cada momento del ritual concertístico. Pena que el sonido no acompañe (algo que contrasta sobremanera con las soberbias grabaciones tardías del maestro alemán para la EMI), pues se trata de un registro monoaural de pobre definición (aunque nos indican que ha sido remasterizado en 2016 por Archiphon). En primer lugar, nos encontramos con una poderosa lectura de la Obertura "König Stephan" opus 117 (1811), de Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 - Viena, 1827), muy firme y pausada, con sus 8:20 minutos de duración. Sus danzas suenan especialmente elegantes y robustas, progresivamente vívidas y 'aceleradas' (dentro de lo que esto puede llegar a ser en el último Klemperer), de forma que la lectura progresa hacia un frenesí notable, con brío y las señas de identidad del Beethoven de Klemperer. Es algo que también podemos extrapolar al Concierto para piano Nº4 en sol mayor opus 58 (1805-06), con Daniel Adni al teclado, aunque resulte más lograda la versión en cuanto a orquesta y dirección que en lo referido al piano. Sin dejar a Klemperer, me quedaría, por solista, con Daniel Barenboim en su versión de 1967 para la EMI, con un piano más afín a un Beethoven tan hondo y recio como el de Klemperer, mientras que Adni se muestra más clásico y ligero, en un acercamiento que quizás tenga mayor predicamento con otras batutas que con la del gigante de Breslau. Sea como fuere, algunos pasajes muestran el ágil mecanismo del pianista israelí con una digitación virtuosa frente al aplomo de una New Philharmonia en la que destaca su cuerda grave y el concepto tan camerístico y trabajado del director alemán entre las diversas secciones de su orquesta, todas ellas aquí especialmente rocosas.
En el segundo compacto nos encontramos con Johannes Brahms (Hamburgo, 1833 - Viena, 1897) y una lectura magnífica de la Sinfonía Nº3 en fa mayor opus 90 (1883), de una tensión mantenida desde el primer compás del 'Allegro con brio' inicial, convertida en pura nobleza y elegancia en un 'Andante' paladeado al detalle, de maderas (míticas, las de la NPO) soberbias, ahondando en un concepto camerístico que Klemperer siempre puso de relieve en Brahms (escúchese su ciclo para la EMI), combinado -en la alquimia perfecta- con un poderoso aliento sinfónico que se asoma a un violento 'Allegro final' tan bien dibujado desde cuerdas y maderas en su comienzo, sentando con calma la base para sus furibundos estallidos, rubricando una lectura de gran control y exquisito dominio de la orquesta (¡con sus 86 años de edad!; aunque, viendo cómo se las gastaba Klemperer en los ensayos, es de imaginar la firmeza con la que la NPO tocaba, fruto de tal proceso de perfeccionamiento). De nuevo, llaman la atención las alternancias de tempo en este Klemperer tardío (como epítome: su grabación de la Séptima sinfonía (1904-05) de Mahler para la EMI en 1968) y cómo va dejando morir la sinfonía en el 'Un poco sostenuto' final; aquí sostenidísimo, con las maderas al límite de un fraseo que la batuta va ralentizando compás a compás para cerrar una versión repleta de contrastes, firmeza contrapuntística y no poco lirismo en sus partes melódicas, como ese canto de impronta schubertiana que dejan entrever las cuerdas en un 'Poco allegretto' de enorme belleza.
Además de los dos DVDs y los dos CDs, esta magnífica edición presenta un libro (tapa dura) de muy cuidada presentación, con 179 páginas repletas de fotografías y ensayos (en inglés, francés y alemán) sobre Otto Klemperer, la grabación de estos documentales y la biografía del maestro alemán, además de un verdadero índice onomástico y breve presentación de todos aquellos que participan en el documental y en las entrevistas, junto con la procedencia de cada uno de los numerosos documentos audiovisuales. Así pues, un verdadero cofre de tesoros musicales para adentrarse en uno de los músicos verdaderamente fundamentales del siglo XX. Además, ArtHaus se suma al revival del vinilo y publica esta edición tanto en dos discos compactos como en dos LPs. Esperamos que, además de tan imponentes registros, pronto aparezcan algunas de las filmaciones que se dejan entrever parcialmente en estos documentales, así como el ciclo de las sinfonías de Beethoven que la BBC registró a Klemperer en 1970, documento del máximo interés aún no editado en DVD o blu-ray.
Estos DVDs y CDs han sido enviados para su recensión por Música Directa
Comentarios