España - Euskadi
211 años para un joven Arriaga
Ainhoa Uria

Cuando en Bilbao se pronuncia el nombre Arriaga, viene a la cabeza el Teatro, que el arquitecto Joaquín de Rucoba finalizó en la última década del s. XIX, que se ha encargado de amenizar nuestras lluviosas tardes y alguna que otra musical e incluso teatral mañana. La referencia a Arriaga se extrapola al Conservatorio donde pasaron, pasan y pasarán todos los jóvenes que quieran acceder a estudios musicales en nuestra ciudad. En el 211 aniversario de Juan Crisóstomo de Arriaga una primera proyección de la temática que íbamos a abordar a continuación nos esperaba en el suelo de la plaza junto con una enorme sábana encima de la entrada del teatro, que con letra descuidada rezaba “Los esclavos felices”. Recibe al espectador el hall en penumbra con un laberinto de cartones unidos por cinta aislante marrón mal pegada donde con la misma letra desgarbada e ininteligible se leían expresiones en varios idiomas como “Kontzientzia”, “Orain arte bai, hemendik aurrera ez”, “SOS humanidad”, “Solidarité contre la mort”, “La conciencia aparece el día de la revuelta”, “Solidaridad contra el crimen”... como si esos gritos de llamamiento al pensamiento hubieran quedado atrapados en la desidia y la rutina de la reproducción social, representados por los materiales ajados y empobrecidos como nuestras propias conciencias. Proyecciones sobre los cartones de personas en posición horizontal no hacían sino reforzar el concepto de pasividad y tranquilidad con la que parecía abordar la sociedad su propio destino comenzando por la inactividad del individuo como motor del grupo.
Antes de la bifurcación de la escalera, esperaba Juan Crisóstomo de Arriaga con el Bilbao Sinfonietta Cuarteto esperando a su público para hacer un paseo por su mente. A sus pies y entre los recovecos de los cartones, nos colocábamos las personas que teníamos el honor de asistir a tan significativa performance. El Cuarteto nº1 en Re m comienza a sonar en la desconcertante penumbra entre la cuál se sorteaban a partes iguales, cartones, proyecciones, armonías en batería y elementos musicales tanto del final del Clasicismo como del comienzo del Romanticismo. Al acabar el cuarteto, el público, dirigido (no sabemos si representando la inercia de lo establecido o dejándose llevar por las atenciones de su atento anfitrión) se movió hacia el foyer de la primera planta, donde también en medio de la penumbra, esperaba el Cuarteto de la Ritirata para hacer sonar el Cuarteto nº2 en La M. Poco a poco, pues, el propio Arriaga nos iba introduciendo en las entrañas, tanto de su música como de su casa, pues tras la audición del segundo cuarteto se abrieron las puertas del Auditorio en cuyo escenario nos esperaba el Ensemble 442 para mostrarnos su último cuarteto, el nº 3 en Mi bemol M.
Los tres cuartetos, dedicados a su padre, al igual que una obra para piano, se publicaron poco antes de morir y fueron lo único de su obra que vio la luz en vida del compositor. Para los tiempos que corrían, aun estando cómodos entre estructuras y texturas neoclásicas, la cantidad de ideas novedosas entre las que se mueven es enorme; contraste de melodía acompañada con pasajes fugados o diálogos, tempi, climas y colores muy variados que dan la sensación de un viaje lleno de matices. Pero para abordar tanta riqueza expresiva se requiere de mucha atención para aprovechar toda la capacidad expresiva de cada célula con el objetivo de que los cuartetos tomen el relieve musical que los hace tan interesantes. Tanto Bilbao Sinfonietta Cuarteto como la Ritirata y Ensemble 442, los tres grupos encargados del alzado de las partituras, realizaron una fantástica labor de ensamblaje de todos los elementos para el total disfrute de este paseo por los pensamientos camerísticos de nuestro homenajeado compositor.
Al día siguiente el formato cambiaba radicalmente y como la sonoridad aumentaba, el número de invitados a la recepción también se incrementaba hasta casi llenar el aforo del teatro. Allí seguían las pantallas con las proyecciones de personas relajadas y en paz, cuando las suaves articulaciones de la Obertura nº 20 comenzaron a mover el engranaje de lo que nos tenían preparado. La sala seguía en penumbra incluyendo el fondo del escenario cuya luz estaba diezmada por un panel a media altura. Es en ese marco en el que aparece Naroa Intxausti vestida de gris embelesando al público con su dramática interpretación; su hermoso y expresivo fraseo ascendía a agudos cubiertos y se internaba en arropados graves con una gran cantidad de armónicos, mientras daba vida a una de las tres arias para voz y orquesta que se iban a escuchar durante la jornada, de las cinco que compuso Arriaga. Antes del tempo lento, orquesta y soprano nos deleitaron con un eléctrico y violento final que arrancaba los aplausos del público.
Mientras tanto, en las pantallas colgadas por el teatro, se iban proyectando diferentes imágenes; al comienzo unas calles, carreteras, zapatos, ruedas de coches y una persistente lluvia que podría ser Bilbao la ciudad sobre la que caía. Y se va contando una historia en la que dos personas se desperezan en una cama y poco a poco se van haciendo arrumacos y se van desnudando, acariciándose y besándose; las caras de placer que se van superponiendo en diferentes orientaciones van convergiendo en la cara de la mujer desgarrada por los dolores del parto de un bebé al que vamos a ver crecer a lo largo de la función y al que reconoceremos porque le acompañará un colgante de corazón que llevará puesto a lo largo de su vida.
Con la entrada de Marta Ubieta lo hace también su aterciopelada sonoridad y la soltura de su canto. Nos deleitó con un fraseo muy cuidado y fluido y con una seguridad muy agradable de ver. Mientras Intxausti avanzaba lentamente entre el patio de butacas, Malaxetxebarria se daba la vuelta y pareciendo que iba a dirigir al público, a su gesto de entrada, la sección masculina de la Sociedad Coral de Bilbao configuraba el primer acorde del O salutaris. La partitura, algo apurada para los tenores, es una preciosa composición que a excepción de alguna que otra entrada, dejó disfrutar unos pianissimi que junto al cambio de ubicación del coro nos envolvieron dejando paso a la dolorosa Agar deambulando por el desierto con su hijo Ismael, expulsados de la casa de Abraham porque ya no eran necesarios. Después de un precioso dúo en el que pudimos disfrutar de la magnífica afinación de Markel Murillo, en el Lamento de Agar, Ubieta con voz desgarrada y vibrante contesta a su hijo que le pide agua, que “con toda su sangre la pagaría”. Las proyecciones representan un balde de agua en diferentes momentos antes y después de que lo arrastre una gran ola; cuanta abundancia cuando nuestro protagonista “una sola gota de agua necesitaría” ... Estratégicamente secuenciado suena el Stabat Mater cantado por Gorka Gerrikabeitia, Alberto Abete y Gexan Etxabe con la delicadeza necesarias para acompañar a la dolorosa Agar arrastrando el cuerpo de Ismael y sufriendo su calvario al igual que María sufrió el de su hijo Jesús.
Y cómo no iba a acabar todo este proceso artístico con parte de la ópera Los esclavos felices de la que únicamente se conservan cuatro números, entre ellos esta conocidísima y enérgica obertura que la BOS tiene en repertorio desde hace largos años y toca espléndidamente. Así que se abrían las puertas de este “poema sinfónico” con la imagen del programa de mano evocando el aspecto más crudo de la esclavitud occidental y se cierran musical y estéticamente con aquel niño que nacía al comienzo del espectáculo, bailarín hoy convertido en un adulto representado por el bilbaino Igor Yebra.
El concepto fantástico desarrollado por Calixto Bieito en su primer trabajo como director artístico del Teatro Arriaga sincroniza el programa compuesto hace casi 200 años con un tema filosófico de actualidad aunque ya enunciado por Goethe “Nadie es más esclavo que quien se tiene por libre sin serlo”, una ensoñación genial a través de los recovecos del pensamiento que nos plantea si somos unos esclavos felices.
El trabajo de proyección de Sarah Derendinger es espectacular por toda la simbología que utilizaba como material para introducirnos dentro del concepto desarrollado durante dos días, aparte de la calidad de todas las proyecciones en las que incluso en un primerísimo primer plano de un dedo se notaban con cristalina nitidez todos los pliegues de sus articulaciones. Mientras dura la obertura, habiéndose hecho la luz puede que a modo de vuelta a la realidad en la que vivimos, caras felices nos miran, sonrientes e incluso a carcajadas nos señalan como esclavos felices, al igual que Ander Núñez, puede que otro esclavo más jugando a un juego cerrado que le tiene atrapado, y sólo deja de correr cuando se pone a bailar al salir de las pantallas de proyección acercando la historia del crecimiento del niño bailarín a nuestras propias vidas, haciéndola de carne y hueso.
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