España - Madrid
Sin miedo a la novedad
Maruxa Baliñas
Ya no es Salonen aquel jovencito que arrasaba hace unos años con su gestualidad al dirigir, pero conserva intacto un valor aún más importante, su desparpajo ante la música nueva. A lo largo de su carrera ha encargado un buen número de obras y ha estrenado muchas más, y además un buen porcentaje de ellas ha entrado en el repertorio, lo que es mucho menos habitual y demuestra la capacidad de Salonen para acertar con el gusto del público.
No creo sin embargo que Forest de Tansy Davies (Bristol, Gran Bretaña, 1973) sea una de esas obras que vaya a pervivir en el repertorio [ver video]. No tenía referencias de la obra, ya que Forest había sido estrenada sólo tres días antes, el 21 de febrero de 2017 en Gran Bretaña. A priori se trataba de una obra interesante, un encargo conjunto de Esa-Pekka Salonen -quien es su dedicatario- para el 70º Aniversario de la Philharmonia, para la Filarmónica de Nueva York, y para el 60º Aniversario del Festival Internacional de Música Contemporánea Otoño de Varsovia. Me interesaba además escuchar una obra de Tansy Davies en directo, ya que es una compositora que está teniendo un considerable éxito, y no sólo en Gran Bretaña. Además su editorial, Faber Music, la promociona como una creadora a medio camino "entre Prince y Xenakis", lo cual suena atractivo. Pero la obra no funciona. Como tantas obras británicas de las últimas décadas, está bien escrita, Davies instrumenta acertadamente, formalmente tiene coherencia y se escucha con agrado. Pero falta la emoción, o la capacidad de trasmitir, o la narratividad, o algo. Y el resultado es simplemente prescindible.
Tampoco el Canto fúnebre en homenaje a Rimski-Kórsakov me interesó como esperaba. Como ya sabrán nuestro lectores, se trata de una obra compuesta por Stravinski en 1908, estrenada en su momento y perdida hasta que se halló nuevamente 107 años después, o sea, hace poco más de un año. Además Stravinsky es un compositor muy ligado a la carrera de Salonen desde sus inicios, muy especialmente durante su larga etapa en Los Ángeles (1992-2009, debut con la orquesta en 1984), la ciudad en la que tantos años vivió el propio Stravinsky, así que su versión prometía ser interesante. Pero nuevamente la obra fue una decepción. Stravinsky, al contrario que Rachmaninov o incluso Prokofiev, no fue un compositor especialmente precoz y su Canto fúnebre -interesante para conocer sus inicios musicales- no tiene un carácter definido, y poco permite suponer el florecimiento que iba a tener poco después, tras su contacto con Diaghilev. Se escucha con agrado -más que Davies- pero no aporta nada interesante al conocimiento de Stravinsky: sus Feu d'artifice, también de 1908, son más brillantes y mejor orquestados, y prácticamente en ningún momento asoma su vanguardismo, algo lógico por otra parte tratándose de una obra fúnebre y de circunstancias.
Así que el auténtico placer del concierto vino en la segunda parte con un Daphnis et Chloé completo, una obra extensa pero mucho más coherente que las suites y donde además se pudo disfrutar del Coro de la Comunidad de Madrid (dirigido por Pedro Teixeira) que sonó realmente bien y no desentonó en absoluto del alto nivel marcado por Salonen y la Philharmonia. Es difícil afirmar que esta es la mejor composición de Ravel, pero en la versión de Salonen no cabe duda de que compite favorablemente con otras mucho más conocidas. Salonen mostró su inteligencia musical y ese rigor formal -no en vano es compositor él mismo- que esconde tras su aspecto de "chico sano y algo ingenuo". Su Ravel fue especialmente poderoso y robusto, lleno de fuerza: toda una revelación. A pesar de la hora tan tardía de finalización (el concierto había comenzado bien pasadas las 22.30 de la noche), en la estación de metro del Auditorio Nacional, a la salida del concierto, no se veía cansancio sino caras extrañadas, aún a medio camino entre la realidad y el mundo artificial creado por Ravel.
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