Dinamarca
Arte y vida
Maruxa Baliñas
Sin duda uno de los grandes atractivos de la ópera es la variedad sensorial que ofrece: es música, es teatro, es emoción, es pintura, es luz, es técnica, y en el caso de este Viaggio a Reims también arquitectura y paisaje. Porque ya antes de comenzar la ópera hay placer en el precioso edificio de la nueva Ópera de Copenhague, un proyecto del arquitecto Henning Larsen, inaugurado en 2005 con un elevado costo económico que causó grandes debates en Dinamarca. Prescindiendo de estos aspectos, la llegada en barco, las cristaleras frente al mar, la belleza del edificio, las lámparas / esculturas de luz de Olafur Eliasson, etc. son agradables picos de excitación previa.
Il viaggio a Reims es una ópera compuesta para una ocasión muy concreta, la coronación del rey Carlos X de Francia, hermano menor de Luis XVI y Luis XVIII, en 1825. Dado que era una obra de circunstancias, Rossini la descartó una vez pasada la celebración y reutilizó parte de la música para Le comte Ory (1828). El redescubrimiento de la partitura tuvo lugar en 1977 y el reestreno 'moderno' fue en el Festival de Pesaro de 1984, aunque en España no se estrenó hasta el 2000 (A Coruña: Palacio de la Ópera) y en Latinoamérica hasta el 2011 (La Plata: Teatro Argentino). Es por tanto una ópera poco conocida aún por el público y en la cual la tradición es escasa.
En estos casos, suelo preferir un montaje que siga muy de cerca el original, con poca 'creatividad' del director escénico, a ser posible sin cambios significativos de época y lugar, de modo que las referencias que uno posee funcionen y ayuden a la comprensión. Pero Il viaggio a Reims es una ópera atípica también en esto. Seguir el original no ayuda a la comprensión, sino que más bien la dificulta porque el hilo argumental y dramático es muy tenue, por no decir casi inexistente en ciertos momentos. De modo que he visto Viaggios en cruceros de placer, sanatorios, e incluso en un pequeño hotel, como indica Rossini, y sinceramente todos me han resultado confusos. O sea, es muy fácil disfrutar de los números sueltos de la ópera -los hay maravillosos-, pero no tanto implicarte con los personajes, ni tan siquiera verlos como reales. Desde esta perspectiva, el montaje de Michieletto funciona muy bien, para mí el mejor que he visto.
Estrenada en Copenhague el 12 de marzo de 2017, en coproducción con De Nationale Opera de Ámsterdam (donde se presentó en enero de 2015), la producción de Michieletto se caracteriza por su desparpajo. Dado que el argumento es tan poco dramático, Michieletto se monta él mismo una historia que no interfiere con la música y resulta entretenida: la acción pasa de 1825 y la coronación de Carlos X a una galería de arte actual donde algunos personajes siguen siendo reales -Madame Cortese es la dueña de la galería- y otros se convierten en figuras de los cuadros que salen de ellos para interactuar con los trabajadores de la galería. Pero si en el libreto de Balocchi el objetivo no se llega a alcanzar -no asisten a la coronación- aquí sí se produce: al final todos confluyen para hacer un tableau-vivant de un cuadro real, La coronación de Carlos X de François Gérard (1827), y la historia se cierra coherentemente, con un efecto escénico notable y una sonrisa final.
Los cantantes funcionaron perfectamente en conjunto, de modo que aunque individualmente hubo diferencias, estas no llegaron a crear desigualdades que estropearan una ópera tan 'colectiva' como esta. Actoralmente estaban todos muy bien ensayados y la parte teatral fluyó con gran naturalidad. En este sentido, destacaría a Henriette Bonde-Hansen (Madame Cortese), Anke Briegel (Corinna) y Nicola Ulivieri (Don Profondo), quienes también destacaron vocalmente. En el 'concurso' de canciones nacionales, los mejores me parecieron Mirco Palazzi (Lord Sidney) y Davide Luciano (Don Alvaro). El papel de Corinna, cantado en el estreno por la propia Giuditta Pasta, fue bien servido por Anke Briegel, una joven soprano alemana por ahora de carrera escasa, perteneciente a la compañía de la Ópera Real de Copenhague desde 2014-15, que me pareció un nombre a seguir. Sin duda esta apreciación tan positiva de la parte vocal se vió ayudada por la acústica de la sala, que ya se ha ganado un merecido prestigio entre los teatros europeos.
Thomas Sondegaard (Holstebro, Dinamarca, 1969) dirigió a la Det Kongelige Kapel con vivacidad y confianza, y fue una figura crucial en la representación, que contaba con muchos cantantes jóvenes que seguramente no hubieran rendido tan bien si no se sintieran amparados por Sondegaard y la orquesta. Acostumbrada a escuchar a Alberto Zedda en esta ópera, no pude menos de percibir la influencia que ha tenido Zedda en la creación de la tradición de esta ópera, especialmente en dos aspectos: en primer lugar la importancia del pulso y el impulso que tiene que imponer el director en la música de Rossini, que es una genial retórica musical, pero también muy frágil especialmente en el caso del Viaggio; y en segundo lugar, la consideración de que el teatro musical de este período requiere que el director además de serlo, sea un perfecto concertador, capaz de unir lo que pasa arriba y abajo.
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