España - Cataluña

Una especie de siglo XIX tirando a intemporal

Jorge Binaghi
martes, 27 de junio de 2017
Barcelona, lunes, 19 de junio de 2017. Gran Teatre del Liceu. Don Giovanni , 29 de octubre de 1787, Teatro Nacional de Praga. Libreto de L. Da Ponte y música de W.A.Mozart. Puesta en escena: Kasper Holten (repositora: Amy Lane). Escenografía: Es Devlin. Vestuario: Anja Vang Kragh. Intérpretes: Mariusz Kwiecien (Don Giovanni), Eric Halfvarson (El Comendador), Carmela Remigio (Doña Ana), Miah Persson (Doña Elvira), Dmitry Korchak (Don Octavio), Simón Orfila (Leporello), Julia Lezhneva (Zerlina) y Valeriano Lanchas (Masetto).. Orquesta y coro del Teatro (preparado por Conxita García). Dirección: Josep Pons.
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Presentado con bombos y platillos como un Don Giovanni ‘high tech’, en una producción ya vista en Londres y que se verá (o se ha visto ya, lo ignoro) en Houston y Tel Aviv, lo primero que puede decirse es que es mucho mejor que la última, hace años, reseñada aquí. Aunque la tecnología a veces parezca una golosina a la que es difícil resistirse, los desajustes provienen de no seguir el libreto, de cortar caprichosamente la ‘unión’ entre la muerte del libertino y la moraleja final (aquí cantada directamente desde el foso, donde también canta el coro en el final del primer acto, sin que se vea la razón). La obsesión de ‘agilizar’ las arias hace que el pobre Don Juan aparezca prácticamente todo el tiempo en escena, y mientras aparecen comprimarios innecesarios (en especial dos especie de momias femeninas que aparecen junto a otras amantes más vivas del Burlador), cuando se los necesita (primera escena) no aparecen.

También el Comendador aparece más de la cuenta, con lo que su aparición no es ninguna sorpresa en los últimos cuadros. Por supuesto, doña Ana está más que de acuerdo en ser violada y para mantener la coherencia con el enfoque su personaje (y su texto) se ve retorcido hasta el final. No hay campesinos o ‘paisanos de honor’: estamos entre la nobleza, la alta y la pequeña burguesía, todos muy bien vestidos en una especie de siglo XIX tirando a intemporal. Hay buenas luces, una escenografía cómoda y prácticamente única que gira y se ve iluminada de diversas formas (Bruno Poet es el excelente responsable). No se ha descubierto la pólvora, pero al público le gustó, incluso mucho, y por supuesto hay momentos logrados. Pero lo importante es que volvió al Liceu esta obra maestra y, hasta nuevo aviso, las producciones pasan y la música es la que queda.

En conjunto, estuvo bien. Pons dirigió una visión más seria que ‘giocosa’ ya desde la obertura, a veces con alguna lentitud y dentro de un enfoque poco ‘filológico’ (a Dios gracias; hubo momentos muy logrados, en especial en el sector de los vientos y en general –salvo algún momento avaro en color de las cuerdas- la orquesta se mostró en buena forma).

Es imprescindible mencionar en primer término a Kwiecien, que sin hacer olvidar a Keenlyside, obtuvo un legítimo triunfo por su voz, su estilo, su comportamiento escénico (tal vez hubiera sido mejor que un noble se hubiera abstenido de gestos obscenos o de terminar ‘Là ci darem la mano’ con un intento de penetración por detrás, pero eso no es responsabilidad del artista). La serenata pudo ser cantada con más sutileza, pero no estaba la acción escénica para esos refinamientos.

Debutaba Carmela Remigio, en su conocida doña Ana, el papel en el que se reveló junto a Abbado en la célebre puesta de Brooks (esa sí que era notable de veras, pero muy despojada y poco high tech). Sigue siendo una cantante solvente y entregada, dice bien, y sus características la hacen más apta para ‘Non mi dir’ que para ‘Or sai chi l’onore’, que de todos modos resolvió con acierto. También se presentaba por primera vez Lezhneva, y tengo que decir que en esta ocasión la he encontrado en espléndida forma (tal vez con demasiados adornos en su segunda aria) y su Zerlina fue uno de los puntos más positivos de la representación.

Quien más éxito durante el espectáculo tuvo fue Korchak, muy apreciado aquí desde su Rodrigo en el Otello rossiniano. Cantó con gusto, técnica, legato y buen fiato, en particular sus dos arias, aunque el timbre, por razones de emisión, suena siempre nasal (cosa que parecía haber corregido). El personaje no es agradecido e hizo con él lo que pudo, pero no destacó como actor .

Persson es una cantante musical que conoce su oficio y maneja bien su voz, pero que ésta tenga las características necesarias para doña Elvira, en centro y grave en particular, es más que discutible. También es buena artista.

Orfila estuvo muy bien de voz, aparte de un par de notas tensas en el agudo. Pero Leporello tiene que brillar tanto o más que su amo, y su interpretación careció del relieve y contraste necesarios. Por otra parte, el público demostró su impaciencia o su ignorancia, o ambas cosas, aplaudiendo sonoramente cuando apenas había transcurrido la mitad de ‘Madamina’ (este dislate no es típico sólo del público de este Teatro; ya lo he presenciado otras veces. Lo único que no se me ocurre pensar es que se trata de un aria demasiado larga para quienes escuchan sin pestañear –ni aplaudir- el monólogo de Marke).

Halfvarson tiene aún buenos momentos, pero la voz sólo por instantes recuerda al impresionante bajo norteamericano (probablemente el mejor Hagen que haya visto en escena) y el Comendador será un papel breve, pero es importante (sacarlo en camisón –le faltaba el gorro de dormir- no lo ayudó tampoco a impresionar). Lanchas fue un Masetto vivaracho y correcto.

Habrá un segundo reparto, que por razones personales no podré ver: Carlos Álvarez, Mariano Buccino, Vanessa Goikoetxea, Toby Spence, Myrtò Papatanasiu, Anatoli Sivko, Toni Marsal y Rocío Ignacio.

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