Reino Unido
Con regie de Puccini
Agustín Blanco Bazán
En 1974, mientras a los 24 años preparaba mi primer viaje a Europa, el Covent Garden estrenaba la puesta de Bohème que bajaría de escena en el 2015. Fue la producción que más duró en el cartel de la casa y al momento de morir ya estaba hecha una porquería: rancia, oscura, y aplastada por sucesivas hordas de cantantes ensayando sus propios amaneramientos en lugar de seguir a Puccini.
La nueva puesta de Richard Jones sí que sigue a Puccini, porque este astuto innovador, tal vez el mas talentoso regisseur británico de la actualidad, ha preferido en este caso un movimiento escénico convencional, pero, he aquí su astucia, sin amaneramientos. Es gracias a ello que el realismo de Jones logró equipararse al de Puccini. Y con espontaneidad contemporánea, a pesar de ser ésta una Bohème ambientada en la época de Luis Felipe. Sólo la buhardilla ha sido minimalizada como un ático de clara y opresiva frialdad, pequeño, casi sin muebles y con una estufa cuya chimenea termina elevándose con un hilito de humo blanco en un cielo de cerrado azul oscuro, que de vez en cuando devuelve el humo con unos brillantes hilitos de nieve.
Tan realista es el movimiento de personas que pueden ser disculpados los espectadores que no adviertan algunos toques particularmente perceptivos, por ejemplo, cuando Marcello desgarra el texto del segundo acto de la obra de Rodolfo sincronizando su destrucción con los acordes de burla de la orquesta. Y aquí viene lo mejor de todo: al escuchar el “trovò la poesía” de Marcello en sottovoce, Rodolfo se estremece y Mimi parece paralizarse, todo esto por un par de segundos antes de comenzar “O soave fianciulla.” Este es el único momento en que vemos en Mimi no solo un personaje sino, bien de acuerdo con la descripción del propio Puccini, como un prototipo, el de la poesía misma. Sólo Harry Kupfer se anima a mantener el mito de la poesía más allá de la misma muerte cuando hace expirar a Mimi sentada y erguida sobre una silla para hacerla desplomar como un saco de papas cuando el poeta constata la muerte de su poesía.
Jones opta por seguir la simple instrucción de Puccini de “Silenzio” luego de las últimas palabras de Mimi. Nada de esas cursis dejando caer su manita o su cabecita para advertirnos que la heroína acaba de morirse. En esta producción el público, como Rodolfo, sigue creyendo que Mimi duerme hasta el momento de oír la verdad de labios de Schaunard. Y lo que sigue tampoco es una ampuloso agitar de brazos y cabezas sino algo muy simple: los bohemios quedan tiesos cuando Rodolfo les pregunta agresivamente porque van y vienen y lo miran así, hasta que Marcello le da un abrazo muy fuerte para animarlo a abrazarse al cadáver. ¡Qué simple es la muerte de Mimi! O la de la Poesía cuando el amor se asusta de la pobreza y la enfermedad.
Jones se dejó tentar con el presupuesto disponible en la producciones del Covent Garden para mostrar un segundo cuadro tal vez demasiado pomposo, con un pueblo muy bien vestido recorriendo algunas galerías de grandes tiendas antes de pasar a un Café Momus demasiado finolis. Cuando el telón abrió para mostrar la Barrière d’Enfer pensé: “¡otra vez lo mismo: un descampado y una tabernita al costado!” Y por supuesto que los personajes se movieron como en cualquier puesta, sin hacer nada demasiado nuevo. Pero mientras avanzaba la acción me di cuenta de lo estúpido que es buscar novedades. Porque nada, absolutamente nada, se puede agregar o sacar en esta escena de desamparo y adioses. Todos harán siempre lo mismo porque aquí la regie la impone Puccini.
En “Bada, sotto il guanciale…” Jones contribuye con una perceptiva mezcla de tristeza y reproche de “la Poesía” frente a la debilidad del “poeta.” Pero tal vez puedan introducirse novedades. Por ejemplo, Kupfer sigue inigualable en su tratamiento de la compleja relación entre Marcello y Musetta. Habrá que esperar a una nueva producción para elevar a esta pareja a una estatura opuesta pero similar a la de Rodolfo y Mimí.
“Ternura” no es un término apropiado para describir el trabajo de un director de orquesta, pero no se me ocurre otro en el caso de la sensibilidad invertida por Antonio Pappano en esta Bohème. Al cuidado puesto en detallar diáfanamente el fraseo de cada instrumento cabe agregar como ejemplos concretos el calmo y evocativo fraseo de la escena de Benoit, o el tranquilo pero irresistible sforzando que acompañó el “ma quando vien lo sgelo” de Nicole Car, una Mimi tan joven como descomunal en su timbre, fraseo y expresividad.
La excelente idea de presentar un elenco tan joven como la puesta permitió también admirar la voz fresca y bien lubricada de Michel Fabiano (Rodolfo) y la atractiva acidez y squillo de Simona Mihai como Musetta. Sólo Mariusz Kwiecien aportó un nombre ya estelar como un Marcello que cantó y actuó según sus mejores antecedentes. En suma: esta es una Bohème sin mayores originalidades, con personajes de todos los días y todos los tiempos. Pero es precisamente por esto que es una gran Bohème
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