Francia
La primacía de lo vocal y musical: Don Carlos en París
Gustavo Gabriel Otero
Marcado por casi todos los medios del prensa del orbe como el acontecimiento lírico del año, la nueva producción escénica de Don Carlos de Verdi, en su original francés, fue sin dudas un gran espectáculo y uno de los sucesos operísticos más importantes de la temporada mundial. Quizás sea difícil encontrar en las carteleras líricas de los principales teatros contemporáneos otro elenco de estrellas internacionales del calibre de las involucradas las cuales -haciendo abstracción de cualquier comparación con el pasado, con figuras fallecidas o fuera de la escena actual- sin duda no defraudaron. Los cuerpos estables de la Ópera de París -Orquesta y Coro- aseguran sin hesitar una noche de calidad. Finalmente la puesta -con una trasposición a un siglo XX indeterminado- resultó más fría y aburrida que provocadora; mereciendo, en esta segunda función, potentes, sonoros y casi generalizados abucheos.
En cuanto a lo musical se optó por la versión en cinco actos y en francés con la restitución de los cortes efectuados antes de su estreno mundial -hace 150 años- para poder insertar el ballet La Peregrina. Esto incluye, entre otros fragmentos, el encuentro de Élisabeth y los leñadores en el bosque de Fontainebleau, el arioso de Rodrigue ‘J’étais en Flandres’, el dúo original entre Philippe II y Rodrigue, el intercambio de trajes entre la Reina y la Princesa, dos fragmentos entre Élisabeth y Eboli sobre el vínculo de ésta con Philippe II, la despedida ante la muerte de Rodrigue por parte del Rey, ‘Qui mi rendía ce mort’, a dúo con Don Carlos -melodía conocida por su reutilización en el ‘lacrimosa’ del Réquiem-, la escena completa de la rebelión en la que Eboli confiesa su papel decisivo en la misma, el dúo sin cortes entre Don Carlos y Élisabeth en el último acto, y un coro antes del final. No se incorporó el ballet. Sin dudas la versión completa hace más comprensible la acción y deja en claro la evolución verdiana con el uso de melodías que funcionan como ‘reminiscencias lógicas’.
Philippe Jordan condujo con pericia a la orquesta resaltando los tintes de grand opéra a la francesa de la partitura. La versión, sin dudas de primer orden, fue de menor a mayor cobrando más vuelo a partir del tercer acto.
El Coro, que dirige José Luis Basso, fue uno de los grandes triunfadores de la velada a pesar de los intentos de la puesta de hacerlo pasar desapercibido escénicamente. Notable demostración de matices, de claroscuros, de cohesión, de intensidades varias -que pasaron del casi susurro a la magnífica potencia de la escena de la rebelión- y que el experimento de Krzysztof Warlikowski de esconder a este conjunto indispensable en una obra de gran formato como lo es Don Carlos lo único que consiguió fue poner en evidencia las cualidades musicales y canoras de ese colectivo de artistas, ya que fue más escuchado que visto.
Jonas Kafmann en el ingrato rol de Don Carlos estuvo a la altura de las circunstancias, con buen francés y administrando su caudal vocal con inteligencia. En el inicio un poco frío con ‘Fontainebleau … Je lài vue’, su único momento solista, fue creciendo a medida que avanzó la representación. Manejó, como es su sello de intérprete, con excelencia su media voz y los pianísimos, sin dejar de recurrir a la voz plena, a su inmenso caudal y a su agudo amplio y potente. Fue ejemplar tanto en el cuarto acto como en el dúo final.
Sonya Yoncheva resultó una Élisabeth de poderosos medios vocales, correcto fraseo, aceptable francés y buena línea de canto. Con un registro de bello color y de profundo lirismo, tiene un registro parejo en toda la extensión con la adecuada densidad para el rol.
Ildar Abdrazakov como Philippe II triunfó principalmente en su aria ‘Elle ne m’aime pas’, fue muy correcto en los dúos con el Marqués de Posa y con el gran Inquisidor; quizás le faltó carácter e intensidad tanto en la escena del auto de fe como en la de la rebelión. Con todo, su voz es firme y robusta canta con buen gusto e interesante línea. Quizás es aún algo joven para el rol tanto en lo vocal como en lo escénico, donde parecía más el hermano mayor que el padre de don Carlos.
El barítono francés Ludovic Tézier se ganó como Rodrigue la ovación de la noche. Su fraseo elegante, su línea de canto depurada, su francés inmaculado, su dramatismo y su expresividad fueron evidentes en toda la velada.
Debutante en un rol más pesado que los que canta habitualmente, Elīna Garanča fue una Eboli electrizante. Quizás falten algunos graves pero los compensa con su arrolladora personalidad, su entrega sin límites, sus agudos de acero y su centro de terciopelo. El público la premió con la otra ovación de la noche.
Correcto pero sin brillar el grand inquisiteur de Dmitry Belosselskiy, adecuadas Eve-Maud Hubeaux (Thibault) y Silgar Tīruma (voz del cielo), homogéneos los seis diputados flamencos y correcto el resto del elenco.
El marco escénico de Małgorzata Szczęśniak resultó tan espectacular como frío. La escena es un inmenso espacio, casi vacío, cuyo piso y paredes están cubiertos de madera. Todo tiene aspecto de ambientes lujosos y vagamente contemporáneos. A esa ambientación general se le agregan decorados que llegan al escenario desde los costados: así desfilarán una sala de esgrima, una especia de jaula, un cine privado, la celda de una prisión; o por detrás como las gradas de los participantes del auto de fe. El vestuario, también de Szczęśniak, no tiene un anclaje temporal determinado. Se mezcla vestuario de los años 50’ o 60’ del siglo pasado, con trajes militares más actuales y hasta totalmente contemporáneos. En un producto que, a pesar de su buena factura, sólo produce confusión.
Adecuadas al concepto de la puesta tanto la coreografía de Claude Bardouil como la iluminación de Felice Ross. Pobres los diseños de vídeo de Denis Guéguin, seguramente siguiendo las directivas del equipo visual.
Krzysztof Warlikowski en la dirección escénica y Christian Longchamp en la dramaturgia no aportaron nada nuevo. La obra comienza con Don Carlos que intentó cortarse las venas, el coro inicial parece ser de personas que hacen una visita guiada al palacio, de allí el resto del acto aparece como una reminiscencia y la presencia de un caballo blanco de utillería no se comprende. Un espacio vacío, una jaula roja y un escritorio enmarcan el inicio del segundo acto. Éboli y las damas de la corte están en un gimnasio y practican esgrima, en la ‘Chanson du voile’ se juega algo de lesbianismo y el dúo entre el Rey y Rodrigue se desarrolla entre lances de floretes.
Un espejo y una mesa son toda la ambientación del inicio del tercer acto y el Auto de Fe pierde todo sentido con una acción paralela delante del coro, con la ambientación como en un aula, y sin la presencia de los condenados, de los cuales al final sólo se ve uno pero sin saber qué le pasa y un vídeo muestra una especie de monstruo devorando una persona.
La sala de cine es el gabinete de Philippe II y es interesante ver que ha pasado la noche con Éboli, el Gran Inquisidor se esconde detrás de anteojos negros, la jaula-prisión de Don Carlos es risible y los movimientos con el cadáver del noble Rodrigue también. Otra jaula roja será nuevamente el Convento de Yuste. Al final Élisabeth de Valois toma un veneno y muere y la obra concluye con una proyección de Don Carlos intentando suicidarse de la misma manera que se vio al principio del primer acto.
Con todo la modernización no molesta demasiado, sólo que hace la obra banal, fría, estática y vacía; todo lo contrario a lo que esta ópera es y a lo que pasa con la faz musical y vocal.
En suma: brillo vocal y musical, y desacierto escénico para este Don Carlos en París.
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