Francia
La Viuda Alegre: brillante tarde de opereta
Gustavo Gabriel Otero
Estrenada en diciembre de 1997 la puesta de La viuda alegre firmada por Jorge Lavelli es un verdadero bálsamo ante tantas propuestas disparatadas, risibles o simplemente fallidas.
La época de la acción se sitúa vagamente en los años 20 del siglo pasado, un gran interior, diseñado por António Lagarto, sirve de marco a toda la obra. El semicírculo de madera, puertas, metal, vidrio y espejos con algunas pequeñas variantes es utilizado en los tres actos; el piso de lujosa madera contribuye a crear el marco escénico. Un gran cortinado será el protagonista del segundo acto y en el tercero el Maxim se traslada a la casa de Hanna Glawari con la ayuda de una gran araña de cristales y algunas sillas. La llegada en el primer acto de los dos protagonistas por medio de un ascensor pone su toque de lujo y sofisticación.
En perfecto estilo el vestuario de Francesco Zito que diferencia al conde Danilo del resto por su esmoquin de verano blanco y que enfunda en elegantes trajes a la viuda protagonista.
Muy atinada la iluminación de Dominique Brguière y brillante la coreografía de Laurence Fanon.
La dirección escénica de Jorge Lavelli es clara, sirve elegantemente el propósito de la obra, mueve a los solistas con destreza y a las masas con distinción. El final es a puro disfrute con un Can-Can a lo Offenbach, con la presencia de bailarines, acróbatas y hasta mujeres-pájaros que vuelan por los aires.
Con sutileza y perfecto estilo el maestro Marius Stieghorst -director musical asistente de la Ópera Nacional de París- condujo la faz musical. La respuesta de la dúctil orquesta se plegó con excelencia a las bellas melodías de Lehár, al encanto del vals, el ritmo endiablado del can-can o a los aires centroeuropeos, mutando del ritmo lento al desenfrenado siempre con calidad.Véronique Gens como Hanna aportó glamour y elegancia, adecuada línea de canto, volumen mediano y timbre grato.Con carisma y simpatía desbordante Thomas Hampson fue un Danilo de excelente actuación, cuidada elegancia, pulcra emisión, belleza vocal, excelente fraseo y perfecta intencionalidad.
Valentina Naforniţa dio el carácter adecuado tanto vocal como escénico a Valenncienne: juventud y agudos brillantes. A su lado el tenor Stephen Costello derrochó como Camille de Rosillon, canto seguro, emisión firme y atractiva personalidad.Franck Leguérinel resultó un simpático Mirko Zeta de buena prestación. Un lujo contar con Siegfried Jerusalem como Njegus, que aquí suma un desempeño escénico importante, ajustados y solventes tanto Alexandre Duhamel (Vizconde Cascada) como Karl‑Michael Elbner (Saint Brioche).
Las Grisettes derrocharon simpatía mientras que fue correcto el resto del elenco.
El Coro Estable que dirige el maestro José Luis Basso a la par de su calidad vocal se divirtió y divirtió a los asistentes.En suma: una puesta en escena que es un bálsamo junto a gran calidad musical para redondear una brillante tarde de opereta con un público que disfrutó de principio a fin.
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