Alemania
Usted no me pregunta por la régie y yo finjo que no la hubo
Juan Carlos Tellechea
El tan esperado estreno de una nueva versión de La novia vendida, la ópera cómica, frívola y optimista de Bedřich Smetana, en el Aalto Theater de la ciudad de Essen (cuenca del Ruhr), fue todo un éxito desde el punto de vista musical, canoro e histriónico, bajo la excelente dirección musical de Tomáš Netopil, si bien desde el ángulo escénico no satisfizo tanto a los espectadores como éstos hubieran deseado.
El concepto de la régie, un binomio que se autotitula SKTUR, Martin Kukučka (Martin, Eslovaquia, 1979) y Lukáš Trpišovský (Praga, 1979), no pasa lamentablemente por mostrar en todo su esplendor las fiestas y bailes campesinos del inagotable folclore checo que inspiran a Smetana y que éste trata tan magistralmente en esta obra con personajes realistas, sino que se concentra en los aspectos más deslucidos de los pueblos de Bohemia, ambientando la escena en un gimnasio.
Aquí parece aducir la dirección escénica que, vista desde su propia esfera, esa es la realidad actual en aquellos pagos y que muchas de sus manifestaciones populares tienen lugar hoy día (vestuario de Simona Rybáková, e iluminación de Manfred Kirst) en esos recintos dedicados a la práctica deportiva, perdiendo aquel carácter romántico-bucólico tradicional tan entrañable de la literatura y la lírica nacional checo-bohemia decimonónica.
No es casualidad que Bedřich Smetana rindiera homenaje a la cerveza en esta ópera cómica, su segunda obra lírica, tras Los brandenburgueses en Bohemia, estrenada el 5 de enero de 1866 en el mismo Teatro Provisional de Praga. Su padre, Franz Smetana era maestro cervecero y regenteaba una fábrica de cerveza del conde Waldstein, en Litomyšl. En una anotación del 1 de mayo de 1840, cuando comienza a escribir un diario sobre su vida, Bedřich relata que cuando tenía cuatro años de edad fue su padre (que poseía un don natural para la música y fue violinsta, aunque carecía de formación), quien lo introdujo en el gusto por ese arte; con cinco años fue a la escuela y comenzó a estudiar violín y piano. En el diario se presenta con su nombre en alemán, Friedrich, lo que no debe prestarse a confusión, porque desde el reinado (1617) en Bohemia de quien sería poco más tarde el emperador (1619 – 1637) Fernando II de Habsburgo (1578 – 1637) durante el que estallaría (1618) la Guerra de los Treinta Años (católicos contra protestantes), ese sería el idioma predominante allí.
En realidad, de joven, Bedřich Smetana (tercer vástago, único varón, de una familia medianamente acomodada) era más bien cosmopolita, no tan nacionalista, y pasó tres años en Gotemburgo (Suecia). Cuando regresó en 1861 a Bohemia se encontró con que las controversias entre alemanes y checos se habían agudizado, pese a haber convivido estos dos pueblos allí desde tiempos inmemoriales. Avanzado ya el siglo XIX, con el influjo de la Ilustración y de la Revolución Francesa, se despertaban los sueños nacionalistas, de autodeterminación política expresados en la Revolución de Marzo de 1848 y en el Levantamiento de Pentecostés inmediatamente posterior.
Así fue que Smetana tomó conciencia de su origen; comenzó a estudiar el idioma checo con 14 años, cambió su nombre de pila por el de Bedřich, y abogó vehementemente por la cultura musical propia de su patria. El checo vive en la música, escribiría más tarde. Su primera ópera tuvo intencionadamente un tema político y alcanzó gran éxito. Smetana no solo recibió el puesto de director de orquesta vitalicio, sino que de la noche a la mañana se convirtió en la figura identificativa de la música nacional bohemia.
En el momento en el que Friedrich Smetana escribió su primera ópera nació la moderna música checa, afirma el psicólogo, filósofo, político y revolucionario checo František Krejčí (1858 – 1934). Parece haber sido el éxito de ésta el que llevó al director del Teatro Provisional de Praga a estimular a Smetana para que compusiera lo más pronto posible su segunda pieza, La novia vendida.
Este año (1865) terminé mi primera ópera cómica, en dos actos, con diálogos hablados, y la titulé La novia vendida, porque el libretista Sabina no sabía qué nombre darle, anota Smetana en su diario. Me propuse hacer el intento de crear una ópera de estilo ligero, lo que no había hecho hasta ahora (a excepción de dos preludios para teatro de títeres). Quería demostrar a todos mis adversarios de que también me puedo mover en el terreno de la música ligera. Estos lo negaban, afirmando que yo era un wagneriano arraigado, incapaz de acreditarme en el género liviano. Además, aspiraba a mantener el carácter nacional de la música en todos lados y en todos los escenarios, acotaba.
Sabina y Smetana eran dos figuras marginales en la cultura checa en el decenio de 1860. El segundo era el ex director de una escuela de música y un pianista; para nada conocido como compositor de ópera o como director de orquesta, y todas sus postulaciones para alcanzar un cargo de director en el Conservatorio de Praga habían sido rechazadas.
Karel Sabina, había ido a la cárcel 15 años antes por sus ideales nacionalistas. Era amigo del anarquista ruso Mijaíl Bakunin y había sido condenado a muerte por su participación en el alzamiento de mayo de 1849 en Praga. El emperador Francisco José I (1830 – 1916) le conmutó la pena capital por una de 18 años de prisión y en una amnistía general en 1857 salió en libertad antes de tiempo.
El poeta, quebrado interiormente, regresó a Praga. Pero en 1870, y debido a una indiscreción pública bien calculada, trascendió que había trabajado como informante de la policía austríaca. De ahí en adelante figuraría solamente con las iniciales de su nombre sobre los afiches de publicidad de La novia vendida. Se había convertido dede entonces en una persona despreciada por la sociedad de la época. Otro tanto ocurriría asimismo con Smetana por haberse opuesto al desborde nacionalista en la vida operística de Praga y haber defendido las obras de Richard Wagner y de Christoph Willibald Gluck.
Cuando La novia vendida fue estrenada el 30 de mayo de 1866 el público no estaba con ánimos como para recibir una ópera cómica. La guerra prusiano-austríaca que se libraba en territorio de Bohemia y que concluyó con la victoria de los prusianos en la batalla de Königgratz (hoy Hradec Králové), de donde era originaria la familia Smetana, el 3 de julio de aquel año, eclipsaba la vida entonces. La novia vendida desapareció de la cartelera poco después, tras algunas representaciones.
En otoño el emperador anunció una visita al territorio bohemio. El director del teatro de Praga decidió entonces representar una ópera checa. Había dos en el repertorio, ambas de Smetana. Los brandenburgueses en Bohemia fue descartada al salir los verdaderos brandenburgueses del territorio bohemio, tras derrotar a la corona de los Habsburgo. La gala se celebró el 27 de octubre de 1866 en presencia del emperador, así como de altas autoridades bohemias, y fue un hito en la historia de éxitos de La novia vendida. Si me hubiera imaginado lo que Smetana iba a hacer con mi opereta, me habría esforzado más por escribir un libreto mejor y de mayor contenido, confesaba Karel Sabina, autor asimismo del texto de la primera ópera.
El lenguaje del libreto asombra por su ingenuidad infantil, pero clama a los cielos por una representación musical y escénica digna de lo que la llevó al éxito mundial. Sabina escribió a Smetana una pieza en la que se constataba la represión sufrida por el pueblo bohemio durante muchos años. El predominio del patriarcado es inocultable en la acción. Marenka debe casarse por decisión de sus padres y sin ser consultada. Pero esa fachada se resquebraja. La chica, segura de si misma, se niega a aceptar los planes de su padre y lucha por su libertad personal y autodeterminación.
Smetana, quien ya había advertido cuáles eran los puntos débiles iniciales de su ópera, trabajó en ella y agregó en 1869 los vibrantes coros y bailes con los que satisfacía los anhelos de sus compatriotas por ver folclore checo sobre el escenario. En el estreno de San Petersburgo en 1871 suplantó los diálogos hablados por los recitativos que compuso expresamente.
Lamentablemente, el compositor no llegó a saborear la consagración internacional que alcanzó La novia vendida, tras su estreno en Viena, con motivo de la Exposición Internacional de 1892. A finales de la década de 1870 se retiró de la vida pública debido a una avanzada sordera junto con síntomas de demencia (depresión, insomnio, alucinaciones, mareos, calambres y pérdida temporal del habla), renunció a su puesto de director de orquesta, y murió el 12 de mayo de 1884 en el manicomio de Kateřinky, en Praga. Pero La novia vendida iniciaba ya su imparable marcha triunfal por el mundo.
El punto de mira de esta producción es la troupe de comediantes que debería aparecer brevemente en la feria o verbena del pueblo, en el tercer y último acto y que en esta versión está constantemente presente a lo largo de toda la puesta. En la magnifica obertura se esfuman ya como pompas de jabón todos los sueños de Marenka (magnífica voz, muy cálida, e impresionante actuación dramática de la soprano británico-canadiense Jessica Muirhead) de celebrar una boda feliz con Jenik (estupendo en los agudos y con gran volumen de voz el tenor checo Richard Samek, invitado en esta producción; viene de la Staatsoperette Dresden, Opereta Estatal de Dresde). Marenka adhiere una foto de su amado a un saco de boxeo que cuelga en el centro del gimnasio y lo amenza furiosa con sus puños.
Expuesta como en una vitrina y acorralada como un animal, Marenka aparece inequívocamente como una víctima, emparejada por sus padres y trapicheada por el casamentero Kezal (estupendo, muy refinado el bajo belga Tijl Faveyts, cautiva no solo a los padres de la novia, sino a toda la platea, casi se roba toda la escena, y nos da una idea de lo bien que suena esta ópera en checo).
Es más, incluso el final feliz que proclama a boca llena el coro (Opernchor des Aalto-Theaters, exquisitamente preparado por Jens Bingert) es cuestionado por esta puesta. El tenor checo Dmitry Ivanchey se mete de lleno y con gran acierto en el papel tragicómico del infeliz y tartamudo Vansek (hijo del rico granjero Tobías Micha y su mujer Hata) y hace un dúo alucinante (muy aplaudido) con la Marenka de Jessica Muirhead en la tercera escena del segundo acto (Eine ist mir gut bekannt; traducción libre: Una persona me es muy conocida).
Todo el elenco está muy bien, sin excepciones. La soprano estadounidense Christina Clark hace una maravillosa Esmeralda, principal bailarina del grupo de comediantes, cuyas breves intervenciones líricas fueron notables. Rainer Maria Röhr excelente en el rol del director de la compañía de cómicos.
No sería justo dejar de lado a los demás intérpretes. El campesino Krusina de Peter Paul es muy convincente. El papel de su mujer, Ludmila, encarnado por Bettina Ranch, un gran acierto. El rico granjero Tobías Micha de Karel Martin admirable; lo mismo, su mujer, Hata, personaje entregado por la mezzosoprano Marie-Helen Joël, y no en último término el indio perfecto que hace suyo singularmente Norbert Kumpf.
El público de pie ovacionó y aplaudió merecidamente durante largos minutos a esta nueva producción; los intérpretes alineados sobre el escenario aparecieron durante cuatro interminables aperturas y cierres de telón; los abucheos, si bien aislados, fueron dirigidos puntualmente y para escarmiento al equipo de la dirección escénica.
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