Artes visuales y exposiciones

El pintor como ciudadano y el pincel a contrapelo

Juan Carlos Tellechea
viernes, 10 de noviembre de 2017
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En cada pintor, en cada artista plástico moderno hay una parte de Edouard Manet (París, 1832–ídem, 1883) escondida en su ser; ya sea en la época en la que él vivió o en nuestro tiempo. A finales de las década de 1850 Manet rompió con la pintura de salón dominante, creó Olympia (1863), uno de los cuadros más escandalosos del siglo XIX, y se mantuvo admirablemente tenaz, incólume e indómito ante la lluvia de flechas emponzoñadas que lanzaba sobre él la opinión pública de aquel entonces.

La burla, el desprecio, el escarnio de sus coetáneos fueron soportados contumaz e intransigentemente por este artista, cuyas obras admiramos ahora embelesados en estos meses en el Museo von der Heydt, de Wuppertal, competentemente dirigido por el historiador de arte Gerhard Finckh (Bruckmühl/cerca de Múnich, 1952), en una muy interesante, ambiciosa y amplia exposición titulada Edouard Manet.

Es muy probable que ese sentimiento de ir a contrapelo ya lo hubiera percibido Manet cuando con 18 años aprendía a pintar a regañadientes en el taller de Thomas Couture en la parisina Rue de Laval. Nacido en el seno de una familia de la alta burguesía y siempre objetando la voluntad de su padre, el joven se había decidido por el arte. Antes había fracasado como cadete en la marina. Pero odiaba copiar escenas anticuadas en el Louvre.

Es una verdadera lástima que no se conozcan ni bocetos ni dibujos de las impresiones recibidas durante su primer y único viaje a Río de Janeiro con el buque-escuela Havre et Guadeloupe. Hubiera sido fascinante aquilatar de primera mano el impacto que pudo haber ejercido el paisaje natural y urbano de la cidade maravilhosa sobre aquel adolescente. Trabajar en el taller de Couture era para él como estar en una tumba. Prefería la escuela de Barbizon (cercano al bosque de Fontainebleau), cuyos pintores (Théodore Rousseau, Jean-Baptiste Camille Corot, Jean François Millet, Charles-François Daubigny y Narcisso Virgilio Díaz de la Peña, entre otros) fueron parte del Realismo francés, surgido como reacción al Romanticismo más formalista de creadores como Théodore Géricault o Eugène Delacroix.

Carrera de caballos en LongchampCarrera de caballos en Longchamp © Chicago Art Institute

También el golpe de Estado de Louis Napoleón Bonaparte en 1851 y las sucias manipulaciones populistas que lo condujeron a la autoproclamación como emperador (Napoleón III), habían despertado las lógicas antipatías del joven burgués Manet, quien con el tiempo se convertiría en el precursor del impresionismo, aunque siempre se mantendría independiente de todas las corrientes tanto desde el punto de vista artístico, como intelectual y político.

El pintor como ciudadano, éste es precisamente el ángulo que profundiza la muestra que se extiende hasta el 25 de febrero de 2018 y que a través de 45 cuadros de Manet analiza sus relaciones con la sociedad y la política en la Francia del siglo XIX. Finckh organizó anteriormente en el Museo von der Heydt colosales exhibiciones de los impresionistas, desde Pierre-Auguste Renoir y Claude Monet hasta Edgar Degas y Auguste Rodin.

Aquí no se trata de Olympia o de Le Déjeuner sur l'Herbe (Almuerzo sobre la hierba, 1863), también escandaloso en su época con la yuxtaposición de un desnudo femenino con caballeros completamente vestidos, dos cuadros que no salen jamás (o casi nunca, salvo que haya mucho dinero de por medio) del Museo de Orsay al que pertenecen. Más bien se trata de profundizar en el espíritu crítico de Manet, a través de sus retratos, naturalezas muertas y cuadros sobre escenas bélicas.

Simultáneamente la muestra sitúa a Manet en su época histórica, con cuadros de sus amigos (del impresionismo y de la escuela de Barbizón, entre otros) así como sobrecogedoras fotografías sobre los horrores de la guerra franco-prusiana (1870/1871) y el levantamiento de la Comuna de París (1871). Manet trabajaba contra el imperio, subraya Finckh en la conferencia de prensa previa a la inauguración de la exposición. El artista no desaprovechaba ninguna oportunidad para atacar al emperador y abogar en favor de la República y las libertades ciudadanas.

 

La explosiónLa explosión © Museo von der Heydt, Wuppertal

En tal sentido Manet es una figura ejemplar en la defensa de la democracia, muy especialmente en nuestros días, enuncia Finckh en su tesis. En uno de sus cuadros, La explosión, Manet muestra de forma impresionante como vuelan por el aire los cuerpos de los soldados alcanzados por la fuerza de la detonación de una bomba. Entre otras sugestivas formas, Manet empaquetaba sus críticas a Napoleón III en cuadros como el de la Ejecución de Maximiliano de Habsburgo emperador de México. Aquí, interesándose por la luz que se filtra entre las figuras, moldea el motivo buscando la inspiración de los Fusilamientos del 3 de mayo, de Francisco de Goya y Lucientes. El rostro de uno de los soldados que carga su arma detrás del pelotón de fusilamiento acusa los rasgos del monarca francés. Manet destacaba así que éste fue el instigador de la entronización del archiduque austríaco y el culpable de su muerte por haberlo dejado librado a su suerte.

Tras haber comparecido durante tres días ante un tribunal militar y haber sido condenado por usurpación del poder (el presidente legítimo de México era entonces Benito Juárez), Maximiliano fue ejecutado el 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas/Querétaro, junto con sus generales Tomás Miramón y Miguel Mejía, dos militares conservadores que apoyaron la invasión de las tropas francesas y traicionaron a su patria.

El maldito dinero que adeudaba a Francia, Inglaterra y España fue el motivo de toda la sangre derramada en México durante este convulsionado y complejo período de profundas reformas en el que fueron nacionalizados además los bienes de la Iglesia Católica (bajo el papado de Pío IX, el conde Giovanni Maria Mastai-Ferretti, uno de los más longevos de la historia). No hace falta mucha imaginación para percibir los intrincados alcances que tuvieron aquellos hechos en las relaciones entre ese país iberoamericano, Europa y Estados Unidos, desde aquel primer grito de independencia en 1810.

Naturalmente, el cuadro de Manet no podía ser exhibido en ningún lado y cayó bajo la censura del régimen autoritario de Napoléon III. Las referencias históricas son a veces difíciles de descifrar para el espectador. Pero el alegato de Manet en favor de la democracia y los valores burgueses es atemporal y válido hasta hoy.

El barco de vaporEl barco de vapor © Museo von der Heydt, Wuppertal

En realidad, Manet no buscaba el escándalo, simplemente pintaba lo que ocurría en su tiempo, la verdad en aquel presente, agrega el director del Museo von der Heydt. Más de una decena de sus cuadros fueron rechazados por el Salón oficial de París, y algunos de ellos aceptados por el Salón no oficial. Mientras otros artistas pintaban bodegones embelleciendo los objetos que tenían ante si, convirtiéndolos, por ejemplo, en tentadores melocotones que hacían agua la boca, Manet pintaba un limón con todos los defectos propios de una fruta, tal como fuera entregada por la naturaleza, por respeto a ella, y con medios reducidos.

Uno de los motivos preferidos entonces era el de las liebres colgadas como trofeos en la cocina; Manet cuelga las suyas de clavos en la pared. Únicamente él era capaz de presentar un cardo de aspecto desagradable en medio de un conjunto de malas hierbas. Para Manet se trataba de ir al núcleo, no a la hermosa apariencia de las cosas. Otro tanto ocurría con los fieles retratos de personas de edad avanzada y sus arrugas incluidas.

Guitarra y sombrero españolesGuitarra y sombrero españoles © Museo von der Heydt, Wuppertal

La muestra cubre en 11 capítulos la biografía del pintor, su predilección por los motivos españoles (Guitarrista español y Lola de Valencia), en boga en su tiempo, desde el Romanticismo hasta el Segundo Imperio, su viaje a España, su admiración por Diego Velázquez, a quien consideraba como el pintor de los pintores, así como por Goya; las marinas, otra de las salas interesantes, ya que el artista interpreta aquí el mar como el lugar de trabajo de los pescadores y no como objeto de transfiguración; las naturalezas muertas; y los luminosos jardines típicamente impresionistas retratados en su período tardío antes de fallecer. Sin embargo, acerca de su influjo sobre el impresionismo se habla más bien de paso. Manet rehusó siempre pertenecer a esta corriente, pese a su amistad con los más destacados representantes de ella Degas, Monet, Renoir, pero también con Carolus Duran, Marcellin Desboutin y Berthe Morisot, una de sus principales modelos y posteriormente su cuñada.

No fue facil para una institución de mediano porte como este museo de Wuppertal conseguir todas las piezas que expone aquí, Pero su director, gracias a los excelentes contactos que ha ido cultivando a lo largo de los años, consiguió planificar y armar una exhibición de gran nivel internacional, financiada por un importante empresario-mecenas de la cuenca del Ruhr, con obras cedidas por destacados museos como el Albertina, de Viena, el Musée d'Orsay, el Museu de Arte de São Paulo, el Metropolitan Museum of Art, de Nueva York, y el Kunstmuseum, de Berna, entre otros muchos otros, así como por coleccionistas privados.

Amazona de frenteAmazona de frente © Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

 La imagen de la Amazona de frente (retrato de la hija de un librero de la rue de Moscou, hacia 1882) del prestigioso Museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid, sirve de emblema a esta exposición. El cuadro, pintado por Manet, ya enfermo y en los dos últimos años de su vida, pertenece a una serie inacabada sobre las cuatro estaciones, de la cual solo pudo terminar uno. Para él posó entonces la joven Henriette Chabot, hija de un comerciante de libros parisino. El hecho de que haya quedado inacabado permite echar una mirada a la magistral técnica de Manet, su dominio de las tonalidades y de la luminosidad.

Otra de las obras maestras presentadas aquí, En lo de Père Lathuille (Chez Père Lathuille, 1879), del Museo de Bellas Artes de Tournai (Bélgica), celebra el gusto burgués por este tipo de locales y coloridas escenas. En este caso, los exuberantes jardines del restaurante (antes cabaret) de Père Lathuille, a la altura del número 7 de la parisina avenida de Clichy (hoy una sala de cine), muy cerca del café Guerbois que frecuentara Manet. Fue presentado en el Salón de 1880 junto al retrato de su mejor e inseparable amigo, compañero de andanzas infantiles, Antonin Proust.

Chez le père LathuilleChez le père Lathuille © Museo von der Heydt, Wuppertal

Al igual que en la Amazona de frente, el pintor utiliza En lo de Père Lathuille el negro y los contrastes con tonalidades claras como uno de sus principales elementos de definición. Los escritores Emile Zolá y Joris-Karl Huysmans, también amigos del pintor, admiraban esta última obra mencionada por la sensibilidad de sus tonos y la vitalidad de las figuras. Dicho sea de paso, Louis Gauthier Lathuille, es el joven, hijo del dueño del local, que le hace la corte a la dama (primero posó la actriz Ellen Andrée, quien fue sustituida por Judith French, pariente del compositor Jacques Offenbach).

Con otro de sus amigos, Charles Baudelaire, compartía la aspiración a mostrar la realidad de la vida moderna con medios acordes con los tiempos, por lo que pintaba escenas cotidianas que ni al público ni a los pintores más destacados les parecían dignas de ser llevadas a un cuadro.

Juego de crocketJuego de crocket © Städel Museum, Francfort

Era tan grande la importancia de Manet dentro del grupo de la vanguardia que se estaba gestando en aquel entonces que, sin perjuicio de las evidentes diferencias en el estilo pictórico, varias veces fue proclamado como el rey de los impresionistas. Sin embargo, el artista era un personaje solitario que reunía lo viejo y lo nuevo de forma arduamente bella. Hasta hoy los historiadores de arte se esfuerzan al máximo por entender las contradicciones de su obra. Es cierto que introdujo grandes novedades temáticas y técnicas en sus telas. Pero no saben con certeza si están ante un realista reconocido o ante un impresionista por reconocer, aunque cuando tienen ante si sus trabajos prevalece entre ellos un gran sentimiento de felicidad.

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