San Sebastián, jueves, 9 de noviembre de 2017.
Kursaal Eszena. Sibelius: Concierto para violín en re menor. Smetana: Mi Patria. Viktoria Mullova, violín. Orquesta Sinfónica de Bamberg. Jakub Hrusa, director. Aforo: 1806. Ocupación: lleno.
9,9E-05
Bastaron muy pocos compases del Concierto de Sibelius para que la orquesta fuera atrayendo todo el interés de la versión ofrecida en Kursaal. Mullova es una excelente violinista, aunque le falte temperatura para fascinar, pero la orquesta… un sonido grave, denso, con unas maderas maravillosas, unas violas inconmensurables, una intensidad colectiva radiante y sin fisuras y en el gobierno un maestro, Jakub Hrusa, decidido a que el Concierto tuviera empaque, a que sonara en el vientre, a que se enseñara en una fascinante demostración cromática. Envuelta en ese sonido prodigioso, Mullova se fue diluyendo hasta completar un concierto de calidad, pero secuestrado por el protagonismo de la calidad orquestal. La orquesta era cálida, Mullova estilizada y fría, y el resultado fue un Concierto levemente desequilibrado. Estilísticamente, Mullova proporcionaba un sonido muy del gusto actual, muy aggiornato, mientras que Hrusa situaba el sonido de la orquesta en una perspectiva distinta, más a la antigua: Mullova era digital, Hrusa analógico.
Hrusa dirigió de memoria los cuatro primeros números de Mi Patria. Esta es una de esas obras que sólo muestran su calidad en versiones excepcionales, mientras que resultan áridas -o estériles- si se escuchan en interpretaciones más rutinarias. La Sinfónica de Bamberg se plegó a Hrusa para crear un sonido que manifestaba en cada compás su noble estirpe centroeuropea, y un espléndido Hrusa parecía dirigir instalado en esa vieja memoria: allí estaban no ya los paisajes de Chequia y el aliento nacionalista y romántico, sino ante todo sus viejas bandas, sus remotas raíces sonoras, la vastísima cultura musical en la que buceara Smetana.
La Sinfónica de Bamberg exploraba colores y dinámicas, pintando con una profundidad maravillosa unos pasajes musicales de gran clase. Es una orquesta que con Hrusa se escucha y gusta, que se presta atención sección a sección y que se entrega con calor y franqueza. Es un sonido positivo, optimista, que te estrecha la mano. Hrusa destacó merecidamente a muchos de sus profesores y profesoras al término del programa. Todos lo merecían, pero quizá hay que volver a las maderas, porque son el lienzo sobre el que toda la orquesta se dibuja. Maravillosas maderas en el seno de una gran orquesta.
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