Austria
La marca de los grandes
Jorge Binaghi

Uno de los eventos operísticos más esperados de los últimos tiempos era esta reposición de la obra de Cilea que, imprevistamente, vuelve con fuerza a los escenarios, incluso los más impensados o impensables (en este mismo teatro se había dado por primera vez hace muy poco). Naturalmente se trataba del debut (aparte del absoluto en su país natal durante el pasado verano) de la Netrebko y el absoluto de Beczala (que repetirán en el Met) en sus respectivos papeles.
Se usó la producción que se estrenó en su momento en Londres, que hoy se ha convertido casi en un clásico y con algunos toques buenos (el primer acto, la fiesta del tercero, casi todo el cuarto) es una de las más tradicionales de McVicar, que seguramente se seguirá utilizando por bastante tiempo: tiene luz, color y entre la personalidad de los intérpretes y las directivas de escena es buena, o al menos digna. Y sobre todo no roba protagonismo, como no debería ser nunca, pero en este tipo de títulos todavía menos. Tal vez lo menos logrado sea la coreografía porque en el ballet del tercer acto casi no cabían los bailarines y el final caótico y grotesco no es realmente ideal.
El coro estuvo muy bien (aprestándose a festejar por los mismos días sus noventa años) aunque no entiendo mucho eso de que según los títulos haya un maestro preparador u otro. Ya se sabe que la orquesta tiene un nivel alto, aunque según director, obra y noche sus resultados no sean siempre idénticos. En este caso la ejecución fue muy buena pese a que la dirección de Pidò no lo fue tanto. Este maestro que suele obtener muy buenos resultados en las obras de belcanto, cuando se presenta en Verdi o en la ‘giovane scuola’ no los obtiene del mismo nivel. Hay una precipitación, una rigidez (ya en las primeras notas se notaba una especie de confusión, como en la introducción del último acto no hubo suficiente lirismo), un ‘no soltarse’, y un extremo dinámico (los ‘forte’ pueden serlo en demasía) que no favorecen ni a intérpretes ni a autor.
Los roles secundarios fueron bien cubiertos, y tal vez convenga citar al tenor Pavel Kolgatin (Poisson) y al bajo Ryan Speedo Green (Quinault), la sección masculina de la troupe teatral que rodea a la protagonista, que parecen tener medios sumamente interesantes.
De los comprimarios de lujo (o coprotagonistas) si Giménez sigue siendo un buen Abate (aunque ahora hay excesos en la composición, demasiado afectada, y en el agudo en el canto), Moisiuc se demostró un buen Príncipe, tal vez en exceso genérico, pero bien cantado y actuado.
Frontali sabe lidiar con estos papeles aunque no haya sido sobresaliente, y su Michonnet, quizás un punto borroso (más que lo que le pide el autor) y con algún agudo destemplado, estuvo bien sin entusiasmar.
Por otros motivos ocurrió lo mismo con la Bouillon de Zhidkova. El papel se las trae y puede ser difícil de resolver. En vivo sólo me convenció en todos los aspectos la gran Borodina (precisamente en Londres) y vocalmente más que escénicamente la Cossotto. Zhidkova tiene una voz clara, no muy voluminosa, con un grave no muy grato ni demasiado natural en la emisión, y es una artista voluntariosa y una cantante competente,, pero en más de un momento llegó a pasar a segundo plano, y este personaje no lo consiente.
Sé que a algunos no acabó de convencer Netrebko en su debut en Lohengrin, como sí me lo pareció a mí. En cambio, en este papel, donde estaba seguro de que lo haría a las mil maravillas, he encontrado que aún no lo tiene rodado, o que tal vez no le caiga bien del todo. Vocalmente no hay ningún problema: los agudos y los piani siguen siendo sensacionales y segurísimos (el final de ‘L’umile ancella’ fue una cosa espectacular en cuanto a notas sostenidas e hizo aullar al teatro aunque no sé si es la finalidad del aria, precisamente). El timbre, en cambio, en centro y grave sobre todo, está muy oscuro, casi pesado, y no parece siempre adecuado. Más aún los momentos de recitado o de canto de conversación (y señaladamente el monólogo de Fedra, por supuesto) no fueron nada del otro mundo y, para una cantante de su nivel, de una convencionalidad cercana a la desilusión (incluso por primera vez noté en su italiano un deje ruso, aunque, naturalmente, nada que ver con los errores de Zhidkova). Así, lo mejor fueron las dos arias, el dúo con la rival en el segundo acto, y, por fortuna, casi todo el cuarto.
Beczala estuvo desbordante, aplomado, fraseando a lo grande pero sin perder nunca el sentido de la medida y la musicalidad. Se recreó en las frases líricas y por fin podimos oír a un Maurizio con todas las medias voces (ausentes desde Bergonzi). También juega en su favor su prestancia. No tiene sentido elegir un momento (incluso ese ‘russo Mencikoff’ del tercer acto, que es uno de los momentos verdaderamente flojos en todos los aspectos en esta obra, fue salvado con gran dignidad, sin esfuerzo, y una claridad de articulación notable); de tener que hacerlo, llamaría la atención particularmente sobre la forma en que resolvió esa magnífica ‘L’anima ho stanca’ del segundo acto, no sólo porque le valió una gran ovación, sino porque la difícil frase ‘assai vi debbo’ y el ‘fiorirà’ final llevaron, simplemente, la marca de los grandes.
Al final y durante el espectáculo, y por la calle, ovaciones delirantes, flores, en general y en particular para los dos divos.
Comentarios