DVD - Reseñas
Un cuento de hadas en pleno siglo XXI
Raúl González Arévalo
Hay reseñas que prácticamente se hacen solas. En el caso de este Lohengrin, por un doble motivo: en primer lugar, porque ya recibió una excelente reseña en el momento de su producción por parte de Jorge Binaghi y en segundo, porque realmente la calidad del DVD es tan absolutamente excepcional que el texto fluye solo.
No es fácil que los astros se conjuguen para que todo salga a la perfección, pero así fue en esta producción, a pesar de que sus dos protagonistas debutaban en sus respectivos papeles y en el mundo musical de Richard Wagner, con todas las dificultades que implica. La altura artística de sus cometidos confirma, una vez más, que se trata de cantantes de talla histórica.
El Caballero del Cisne de Piotr Beczała se opone inmediatamente al de Jonas Kaufmann, cuyo debut también fue grabado en 2009 por Universal, en este caso para Decca. La crítica lo saludó como un estreno referencial: el alemán, por su timbre oscuro, baritonal, se situó como último exponente de una línea fonográfica que comenzaba en Vinay, seguía con Melchior y llegaba hasta Domingo. Sin embargo, desde el momento en que el germano no supera en idiomatismo ni en dominio estilístico al polaco, estilista musical y lingüístico supremo, la batalla entre ambos se libra en otros frentes. En mi opinión, Beczała bate al alemán en su propia casa.
Lohengrin es la ópera más italiana de Wagner. El protagonista no es un tenor heroico al estilo de otros papeles del compositor. Por el contrario, requiere un mayor lirismo y tradicionalmente se ha señalado que le conviene un timbre luminoso y perfección canora, lo que conjugó de manera única Sandor Konya. Desde el húngaro, ningún intérprete histórico del papel lo había vuelto a lograr. Hasta ahora. Decir que el tenor polaco se sitúa como su único sucesor de pleno derecho es decirlo ya todo. Desde su aparición en escena, Beczała subyuga por la belleza del timbre, la radiosidad del canto, la seguridad de los agudos, perfectamente timbrados y resonantes, la exquisitez y la seguridad constante de la línea vocal, así como por la capacidad de introspección dramática en un personaje que no deja de ser el protagonista de un cuento de hadas. Sus arias, “Athmest du nicht mit mir die süssen Düfte” y el relato del Grial “In fermen Land”, por citar dos de sus momentos más conocidos, son, sencillamente, sublimes. La escena de la cámara nupcial resulta hasta conmovedora. El secreto reside en que el polaco no se conforma con recrearse en la brillantez del canto, sino que realmente se cree el papel y lo interioriza de una manera sorprendente. Todo lo que pueda añadir se queda corto. Escúchenlo y maravíllense.
Anna Netrebko es mucho más mediática que su compañero. Pero su talla histórica es igual de merecida por la seriedad, el desempeño y los logros profesionales de una carrera versátil e inteligente como pocas. Algunos le reprochan que suena y recita “poco alemana”. También lo dijeron de Victoria de los Ángeles y no le impidió ser una Elsa grande entre las grandes. La rusa es capaz de conjugar la carnosa sensualidad de Jessye Norman y opulenta luminosidad de Cheryl Studer (aunque sin su vibrato un tanto stretto), otras dos extranjeras que dejaron protagonistas referenciales. El timbre es bello y, sobre todo, homogéneo como pocos, y la capacidad técnica para matizar la parte, en particular a través de los filados, magnífica, aunque siempre despliega la potencia que requieren momentos como “Einsam in trüben Tagen”.
Junto a los debutantes, la otra pareja la asumían reputados wagnerianos. Herlitzius ha sido aclamada como una excelente Ortrud, con razón. No es una voz bella, en contraposición a la de la rusa, pero las imperfecciones vocales, fundamentalmente asperezas, le favorecen para culminar un retrato redondo. Es una soprano con un registro grave muy sólido y no tiene el problema de algunas mezzos a la hora de enfrentar el agudo. Y, sobre todo, es una intérprete que dota de la garra necesaria a la parte, que requiere una personalidad indudable. Para muestra, el enfrentamiento del final del segundo acto, en el que realmente parece que le disputa la corona a Netrebko: la de Brabante y la de la escena. Por su parte, Konieczny es más conocido como Wotan, parte, como otras de Wagner, que han desgastado inevitablemente su instrumento, pero no en modo que no pueda hacer frente a Telramund, al que desde luego dota de una veracidad fuera de toda duda. Sorprendente tercer debut de la producción, aunque en su caso el resultado era previsible tras la amplia frecuentación del compositor.
Zeppenfeld está extraordinario como rey, componiendo un personaje al que dota de majestad en el canto y en la actuación. La parte del Heraldo es dificilísima, a pesar de ser corta, y Welton sale con honores del desempeño. Las partes menores, los cuatro caballeros y los cuatro pajes, están irreprochables.
Christian Thielemann es el mejor director wagneriano que cabe soñar hoy día, y al frente de “su” maravillosa orquesta de Dresde resultan imbatibles ambos. La perfección en directo. Desde el respeto a la tradición casi sagrada que impone Wagner, el alemán huye de la solemnidad esclerótica para regalar una gama enorme de dinámicas y matices, en especial en las interpretaciones de los dos protagonistas. Trombones, tubas y trompetas no tienen un solo desliz. El coro, excelente, completa el milagro.
Queda la puesta en escena de Christine Mielitz, de 1983. Resulta increíble que fuera concebida y estrenada en la Alemania comunista por su riqueza y profusión de detalles. La toma visual dirigida por Tiziano Mancini solo resalta sus aciertos, y aunque la han criticado por tradicional, personalmente la encuentro perfecta en su evocadora atemporalidad. La escenografía tanto se remite al gótico medieval en el que se ambienta originalmente la ópera como al neogoticismo romántico del siglo XIX en que se estrenó. En este sentido, me venían a la cabeza las viejas fotografías en blanco y negro de las ceremonias neomedievales que se recreaban para Guillermo II de Alemania en el castillo de Marienburg (hoy Malbork, en Polonia), sede de la Orden Teutónica, en cuyas salas se podría ambientar perfectamente este cuento. De ahí que los uniformes militares prusianos no desentonen con otros atuendos de inspiración netamente germánico medieval. Por no sobrarme no me sobra ni el cisne, antes bien, me lo creo.
Al mismo tiempo, hay una plástica, realzada por la toma de vídeo, que remite directamente a la fastuosa Ludwig con la que Luchino Visconti homenajeó la personalidad atormentada y la fantasía de Luis II de Baviera, el patrón de Wagner que levantó ese monumento a los cuentos de hadas que es Neuchwanstein, no en vano, literalmente, “El nuevo cisne de piedra”. Realmente es un cuento hermoso este DVD.
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