España - Madrid
Ni tanto ni tan poco
Maruxa Baliñas y Xoán M. Carreira
Dice Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, en el artículo que acompaña el programa de mano que: "El estreno en España de Die Soldaten, una de las obras cruciales de la historia musical del siglo XX, es uno de los mayores acontecimientos de las historia artística del Teatro Real. [... Die Soldaten] es una de las mejores y más contundentes expresiones del horror humano de toda la historia del arte occidental y uno de los títulos imprescindibles que demuestran la mayoría de edad y la ambición de un teatro."
Pero tras nuestra primera visión en directo de esta ópera, nuestra impresión es que: "Ni tanto, ni tan poco". Sin duda Die Soldaten es una ópera impresionante, y la parte final resulta absolutamente emocionante, un mazazo a la sensibilidad y el sentido de la justicia de cualquier persona medianamente humana, pero no estamos tan seguros como Matabosch de que sea una "obra crucial" ni "uno de los mayores acontecimientos de la historia del Teatro Real". Afortunadamente el Teatro Real consigue casi todos los años algún montaje tanto o más 'crucial' que este Die Soldaten (algunos años dos, otros ninguno). Por de pronto, quedamos fascinados dos días antes por Street Scene, que sin tantas alharacas ni tantas exigencias como Die Soldaten resulta igualmente desasosegante, aunque su horror sea tan cotidiano y sencillo. Y -aunque sin duda en esto cada uno de los lectores tendrá su propia lista- no se puede considerar Die Soldaten "una de las mejores y más contundentes expresiones del horror humano de toda la historia del arte occidental" cuando existen -sólo en el siglo XX y en el repertorio operístico- Wozzeck, Diálogo de carmelitas y Porgy and Bess, por no mencionar a Britten y Janacek.
Sin duda Die Soldaten se ha visto perjudicada por todas las dificultades que acompañaron a su composición y estreno, el haberse convertido en obra maldita casi antes de llegar al público, porque Zimmermann se vió obligado a adoptar una actitud 'defensiva' para sacar adelante la ópera y no tuvo la opción de revisarla con naturalidad. Y si todas las obras musicales dependen mucho del público, una ópera aún más porque es principalmente teatro. La trayectoria posterior de Zimmermann puede hacer olvidar que inició el proyecto hacia 1956, cuando era un compositor que aunque se acercaba a los cuarenta años, había visto su desarrollo cercenado entre los 20 y los 27 años -una edad decisiva- por la ruptura vital y profesional que significó para él y sus coetáneos la 2ª Guerra Mundial, y la no menos complicada posguerra. Aunque este tipo de juicios son muy arriesgados, posiblemente en varios momentos de la partitura se podía haber simplificado la orquestación e incluso el desarrollo dramático sin que se hubiera perdido la tremenda fuerza que posee. Si la ópera hubiera entrado en repertorio y Zimmermann se hubiera enfrentado en varias ocasiones a lo largo de su vida a montajes nuevos en nuevas circunstancias, es probable que hubiera hecho revisiones tendentes a concentrar su pensamiento y Die Soldaten hubiera ganado en fuerza. Hay un refrán gallego que dice "Gente joven y leña verde, todo es humo", y hubo momentos en que veía demasiado humo en Die Soldaten y se desdibujaba la historia que Zimmermann estaba contando. Sin duda la ópera es impresionante y cargada de emoción, sólo que por momentos se podría imaginar un Die Soldaten aún más fuerte.
Por otra parte, el carácter maldito y marginal de Die Soldaten lo ha convertido en un sujeto de análisis musical antes que en un objeto de estudios teatrales. Esto se observa en el programa de sala del Teatro Real para esta producción, que además del ya mencionado artículo de Matabosch incluye un espléndido estudio de José María Sánchez-Verdú que se mantiene fiel a la tradición académica germánica en torno a Die Soldaten, muy influida por el concepto de "esfericidad del tiempo" [Kugelgestalt der Zeit] acuñado por Carl Dalhaus en 1978.
En el programa de mano del estreno de Die Soldaten en la Ópera de Hamburgo (27.11.1976) ) Hans Zender afirma que “la partitura de Die Soldaten está construida dodecafónicamente, serializando las duraciones y grados dinámicos; hay que destacar por otra parte la división musical de las principales líneas temporales según proporciones numéricas. Sin embargo la estructura formal es sólo el esqueleto de la música de Zimmermann; la carne y la epidermis están constituidas con las técnicas que, tomadas de Strauss y Debussy, se basan no sólo en el preciso conocimiento de las propiedades de cada instrumentos singular sino también en el arte de producir nuevos colores gracias a las superposiciones de superficies sonoras construidas por analogía. […] Die Soldaten, ¿teatro musical literario? Diría que no. La elección de libreto parece más que nada un pretexto para demostrar cualquier cosa que se desee, y los personajes resultan un poco evanescentes. Queriendo extremar el concepto, diría que el libreto es indiferente.”
Incluso teniendo en cuenta que el análisis musical sólo sirve para demostrar la presencia de la variable que se busca, los comentarios de Dalhaus y Zender, al igual que los de Sánchez-Verdú, son lúcidos y tienen un enorme interés, pero poseen una limitación: están referidos a la partitura. Y Die Soldaten no es una partitura, es teatro musical.
Una obra desmesurada
El estilo de Calixto Bieito -como el de Zimmermann- no tiende a la concentración, lo que es una de las ventajas, pero también de los inconvenientes de esta producción. No cabe duda de que los conceptos de Bieito y Zimmermann tienen muchos elementos en común, y que el trabajo de Bieito es magnífico, pero al igual que potenciaba los mejores hallazgos de Zimmermann también realzaba algunos de sus defectos.
Bieito se encuentra con el problema de que Zimmermann escribió un libreto al servicio de su concepción musical, lo cual explica la abundancia de anotaciones en el libreto sobre la presencia instrumental en la escena. Quienes han comentado que Bieito se aparta, o incluso 'traiciona' el texto del libreto, están en lo cierto: pero esto no representa necesariamente una censura al trabajo de Bieito, pues la función de un regista es contarnos una historia a partir de un drama musical, como la de un director teatral es contarnos una historia a partir de un texto dramático. La función dramatúrgica no es representar una edición filológica sino crear un espectáculo en el cual el libreto y la partitura son guías imprescindibles pero no 'textos revelados'.
La desmesura de la plantilla orquestal de Die Soldaten impidió que la orquesta se alojara en el foso. Heras Casado y Bieito optaron por situarla en una plataforma situada en un plano superior al de la acción escénica general, lo cual –sea intencionadamente o no- generó dos planos visuales y acústicos que condicionaban la experiencia del espectador. Esto tiene su precio, pues la acústica de un teatro a la italiana como es el Teatro Real está diseñada para que el sonido de la orquesta emerja desde abajo y delante de los cantantes. Los músicos están acostumbrados a emitir sonidos desde el foso y a la sonoridad envolvente que esto crea. Cambiar este esquema perjudicaría a cualquiera de las grandes orquestas de foso de Europa, incluso a la excepcional orquesta de la Ópera de Dresde, pero a la orquesta titular del Teatro Real, que tiene una tradición operística reducida y con sobresaltos, le resultó un obstáculo casi insalvable. Incluso considerando que asistimos a la última función, hubo descompensaciones dinámicas, bastantes errores y falta de cintura. Acaso con un director más rodado la orquesta del Real podría haber funcionado mejor, pero Heras-Casado todavía no ha adquirido las habilidades de concertación y dirección exigidas por una obra tan compleja e hipertrofiada como Die Soldaten. Es de justicia añadir que es muy probable que Heras-Casado tampoco pudiera oír con nitidez a la orquesta y menos aún a los cantantes, y de hecho existía un segundo director – repetidor que duplicaba sus gestos ante los cantantes, además de la habitual ayuda de varias pantallas de televisión.
El elenco vocal se caracterizó por una alta competencia general, mayor incluso en los aspectos dramatúrgicos que canoros, consecuencia probablemente de la seguridad que les proporcionaba trabajar con Bieito, un director teatral muy solvente. Y esto es un hándicap en Die Soldaten, una ópera en la cual actuar con el canto es esencial. No en vano Die Soldaten es hija de la tradición verista, y uno de sus objetivos es conmocionar al público e incluso hacerlo llorar, en la mejor tradición de Madama Butterfly, Wozzeck o Porgy and Bess.
Si Die Soldaten se mantiene en repertorio es precisamente por su capacidad de emocionar que la dota de intemporalidad. En esto disentimos radicalmente de la perspectiva convencional sobre esta ópera, espléndidamente sintetizada por Zender: "Integración más que pluralismo (que significa sólo una contiguidad sin ligaduras) es el término exacto para describir el núcleo central de la concepción de Zimmermann y desde luego también de todo el arte del futuro".
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