Recensiones bibliográficas

Con opinión propia

Alfredo López-Vivié Palencia
miércoles, 14 de febrero de 2018
Leading Tones © 2017 by Amadeus Press Leading Tones © 2017 by Amadeus Press
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Para mí fue un placer inesperado leer en 2012 Conducting Business, el primer libro publicado por Leonard Slatkin (Los Angeles, 1944): no era estrictamente una autobiografía, aunque lógicamente se basa en su experiencia vital como director de orquesta, y contiene el relato de muchos episodios de su vida –desde que Frank Sinatra iba a su casa y le cantaba nanas (sus padres trabajaban en la orquesta de la Warner Bros.), hasta su desastroso debut en el Metropolitan de Nueva York, pasando por un minucioso y revelador estudio de los salarios de los músicos de las orquestas norteamericanas-. Aparte del interés de los asuntos tratados, para mí la sorpresa estuvo en descubrir lo bien que escribe Slatkin: por su dominio de la lengua inglesa, y por su acierto en mantener un tono coloquial y distendido, sin que ello reste un ápice de seriedad cuando el tema a abordar lo requiere.

No he debido ser el único, porque Slatkin cuenta al comienzo de Leading Tones* que pensaba que ya estaba dicho todo, pero que hubo mucha gente que le animó a escribir un segundo libro. Aquí está, cuidadosamente editado, con su índice completo y con un cuerpo de letra más que legible. Igualmente muy bien escrito y de fácil lectura por cualquier aficionado –apenas hay tecnicismos en sus 300 páginas-, ahora Slatkin desvela que su primer interés profesional fue ser profesor de literatura inglesa (a pesar de provenir de familia de músicos), y los que no leemos habitualmente la prensa norteamericana descubrimos que Slatkin ha sido, desde casi siempre, articulista habitual incluso en los periódicos más prestigiosos de la Costa Este. Si bien el interés del nuevo libro es variable.

Tras recordar que su carrera despegó dirigiendo Jesus Christ Superstar en 1971 (antes de convertirse en un musical), Slatkin comienza el libro relatando sus estrenos preferidos con las orquestas de las que ha sido titular (Saint Louis Symphony, National Symphony de Washington –según cuenta, por recomendación del mismísimo Presidente Bill Clinton-, BBC Symphony –donde le tocó apechugar con la “Última noche de los Proms” justo después de los atentados de las Torres Gemelas-, National de Lyon, y Detroit Symphony –de cuyo carro se baja este año para dedicarse sólo a ser director invitado allí donde le llamen, porque “ahora los directores musicales tienen menos autoridad que antes”-), defendiendo sobre todo a los compositores estadounidenses. Aunque también tiene unas palabras de reconocimiento, por ejemplo, para Ferran Cruixent; y si bien su entusiasmo no es desatado, al menos a mí me ha despertado la curiosidad como para echar un vistazo en YouTube a la première de Big Data del autor barcelonés.

Aquí lo interesante es su favor por la música asequible para el público (Slatkin no tiene pelos en la lengua para reconocer que no le gusta nada la Segunda Escuela de Viena, así que imaginen la vanguardia más radical), lo mismo que en otro lugar del libro echa pestes de las interpretaciones “históricamente informadas”, y no se avergüenza al presentar las sinfonías de Beethoven con los remiendos de Gustav Mahler. A continuación sigue una relación de sus diez piezas favoritas del repertorio estándar, entre las que están la Eroica y el Romeo y Julieta de Berlioz: pues amén; y los panegíricos de seis músicos a los que admira especialmente (Eugene Ormandy, Nathan Milstein, John Browning, Isaac Stern, Gilbert Kaplan y John Williams), pero sin decir nada sobre ellos que no se sepa ya. 

El libro cobra interés en la parte del business. Hay un capítulo dedicado al proceso de audición de una joven violinista para ingresar en una orquesta, narrado de tal manera que algún escritor de novelas de misterio debería tomar nota de cómo se mantiene la atención del lector al rojo vivo durante veinticinco páginas seguidas. El siguiente y extenso capítulo, dedicado al conflicto laboral de la Orquesta de Minnesota (año y medio de parón entre 2013 y 2015), es muy revelador del devastador efecto de la crisis en las orquestas americanas, teniendo en cuenta que la venta de entradas apenas cubre un tercio de su presupuesto y que las subvenciones públicas son inexistentes. De lo enconado de las posiciones da prueba el hecho de que las partes recurrieron a los servicios de mediación del ex senador George Mitchell (quien había colaborado con éxito en la solución del problema de Irlanda del Norte), y que el hombre salió escaldado de Minneapolis. Del mismo modo que Slatkin admira –porque es de admirar- la inteligencia de formar un comité paralelo entre las partes para programar las actividades de la orquesta una vez se terminase la huelga.

Sigue la reposición de unos cuantos de esos artículos publicados en prensa. Me quedo con uno titulado Dischord at the Symphony, en el que Slatkin luce una guasa inagotable al constatar que el nivel de decibelios que produce una orquesta al tocar la Primera Sinfonía de Mahler contraviene el límite previsto en la Directiva europea sobre ruido en el puesto de trabajo. Naturalmente, Slatkin también aborda en otro capítulo el asunto de la falta de renovación del público sinfónico: el problema está bien diagnosticado (falta de formación en las escuelas, competencia feroz entre las posibilidades de entretenimiento, anquilosamiento del rito, etc.), y aunque no tiene la solución mágica (¿quién la tiene?), sí acierta al recomendar que, como se viene haciendo desde hace décadas en la música pop, se utilice un medio para promocionar otro, y más teniendo en cuenta “el público global” que está en internet. Por ejemplo, yo no sabía que en Lyon al comprar una entrada para la Orquesta Nacional te dan otra para el fútbol del Olympique... y viceversa.

Y para acabar Slatkin dedica unas páginas a chistes de músicos y público (aquí no se libra nadie), a encajar con cintura la labor de los críticos (siempre que una opinión negativa se base en hechos ciertos, y cita ejemplos de todos los colores), y a contar anécdotas de su vida (verbigracia, la primera vez que dirigió en México: exigió que le pagasen en efectivo en el descanso del concierto, pero al temer el hurto del dinero durante la segunda parte, decidió dirigirla con los fajos de dólares apretujados en los bolsillos del frac). Y como a partir de ahora le va a quedar mucho más tiempo libre –dice que con dirigir la mitad del año tendrá suficiente-, anuncia que ya está pergeñando su tercer libro. Un servidor lo leerá con gusto. 

Notas

Leonard Slatkin: Leading Tones. Reflections on music, musicians, and the music industry. Editorial Amadeus Press, Milwaukee 2017. 304 páginas. ISBN 9781495091896

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