España - Castilla y León

Todo piano, las Labèque y... Bychkov

Samuel González Casado
viernes, 16 de febrero de 2018
Hermanas Labeque en 'Todo piano' © Auditorio Miguel Delibes, 2018 Hermanas Labeque en 'Todo piano' © Auditorio Miguel Delibes, 2018
Valladolid, sábado, 10 de febrero de 2018. Auditorio del CCMD. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Semyon Bychkov, director. Katia y Marielle Labèque, pianos. Glanert: Weites Land (música con Brahms para orquesta). Bruch: Concierto para dos pianos y orquesta, op. 88a. Chaikovski: Sinfonía n.º 4 en fa menor, op. 36. Ocupación: 90 %
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La dirección artística de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León ha consolidado esta temporada la costumbre de crear eventos alrededor de determinados conciertos: ocurrió en el “Festival Rajmáninov” de hace pocas fechas, con un magnífico maratón de tres días, que incluyó las tres sinfonías, el Concierto para piano n.º 3 dentro del abono de Temporada, y además una matiné que constó distintas actividades y en la que Nikolai Lugansky maravilló con Preludios op. 23 y op. 32.

En esta ocasión, durante el fin de semana se realizaron unos talleres explicativos a cargo de Yamaha sobre el mundo del piano, pero el complemento principal se desarrolló antes del concierto y alcanzó buena repercusión mediática y de público. Se bautizó como Todo piano, estuvo encabezado por las hermanas Labèque y consistió en la interacción de más de 50 pianos, que tocaron a la vez, desde distintos puntos de vista: visuales -intervinieron alumnos de la Escuela Profesional de Danza- y auditivos; emisor y receptor -público muy cercano- en un espacio poco habitual; artista consagrado-profesor-alumno; partitura-improvisación en danza... En fin, algo más interesante de experimentar que de explicar, sin duda. Dos pequeñas obras de Bartók y Glass, de las que se hicieron tres pases, fueron la excusa. Por supuesto, el enorme foyer del CCMD experimentó un estimulante flujo de público, pues se sumaron asistentes al concierto de temporada, familiares de estudiantes y muchas personas intrigadas por el evento.

Precisamente la atracción mediática que existe por las hermanas Labèque, que siempre se ve inteligentemente potenciada por programadores y medios, quizá dejó en la sombra al que sin duda era la estrella musical de la jornada: Semyon Bychkov, director de primera división no muy dado a dejarse ver fuera de los podios. Brilló especialmente en una Cuarta de Chaikovski en la que, para empezar, supo extraer el mejor sonido posible a la cuerda de la OSCyL, que simplemente maravilló (¡esos violonchelos en el segundo movimiento!), siempre a partir de una planificación pausada, clarísima, algo falta de tensión en el primer movimiento, pero de una solidez indestructible.

Los detalles de color y el fraseo, milimétricamente estudiados, hicieron que todo fluyera sin prisas. El segundo movimiento fue perfecto en cualquier dimensión, el tercero sorprendió por los pianísimos y en el cuarto, como era previsible, se dio todo, sin comprometer jamás una claridad prístina (qué bien conoce la sala Bychkov) y con algún golpe de efecto de la percusión al final que no sonó gratuito, sino casi desesperado. Al margen de que un par de miembros de la orquesta no tuvieran su día, creo que es difícil que se pueda brindar más placer artístico y sensorial al público del CCMD, por supuesto muy entregado. 

 

La primera parte no tuvo la misma repercusión. Pese a su subtítulo (Música con Brahms), la excelente obra de Glanert puede recordar más en una primera escucha a Richard Strauss (Till, Salomé) que al hamburgués, aunque tenga citas fáciles de cazar. La obra exhibe gran sentido del color y del humor, es pizpireta y está repleta de armonías familiares. Sin embargo dejó algo frío al público, y no alcanzo a imaginar por qué, pues lo tiene todo para triunfar y la orquesta ya estaba en un nivel casi sideral. Quizá en las primeras obras se tarda en entrar en calor, y más en el duro invierno castellanoleonés.

El Concierto para dos pianos de Bruch, pese a las Labèque, tampoco triunfó, aunque aquí las razones están más claras. Por un lado, se trata de una obra muy irregular, de escritura discutible en ciertos pasajes (imposibilidad de oír los pianos); por otro, Bychkov pareció estar más pendiente de que el grupo mantuviera su gran nivel antes que cuidar a las solistas, a las que tapó inclementemente en el cincuenta por ciento del Concierto. En los dos movimientos centrales, los más interesantes de lejos, sí pudieron exhibir algo de su arte, y dejaron para el recuerdo momentos inspirados. De todas formas, en la propina (más Philip Glass) consiguieron encantar al público y pudieron sacarse la espina de ese otro trabajo poco lucido.

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