Reino Unido
La fuerza de Preziosilla
Agustín Blanco Bazán
La escenografía son dos grandes paneles que, como en otras puestas de Pountney, se girarán todo el tiempo para posibilitar un ágil movimiento de coros y personajes, pero….¿quién es esa bella durmiente soñando con el asesinato del padre en su camastro durante la obertura? Digo Bella durmiente porque, como en el ballet de Chaicovski, una bruja mala festivamente vestida con tules negros se presenta frente al camastro para marcar con su gran cetro y un aire de maestra de ceremonias los tres golpes del destino que abren la partitura. Es la misma diabla que, como Preziosilla, seguirá golpeándolos a todos, ya sea incitando a la guerra, vestida como una atractiva dominatrix caminando sobre la hilera de mesas que le sirve de pasarela, o presentándose como croupier o cigarrera de night club, para entregar en bandeja a Carlo el cofre de Alvaro. Sobre el final, el hada mala reaparece para volver a marcar esos tres golpecitos, ahora apenas insinuados como los latidos finales que cierran la partitura. Por suerte lo hace discretamente, y desde un costado.
La idea de encarnar al destino del título en uno de los personajes ayuda a integrar esa acción dramática tan desvencijada que hace de La forza del destino la pesadilla de cualquier regisseur. Preziosilla es finalmente el oráculo que confronta a Carlo y al pueblo con el destino de su propia destrucción, asique ¿por qué no hacerla aparecer también como personaje mudo para hilar dramáticamente algunos momentos claves? El problema es que Pountney parece distraerse hasta el punto de no explotar con mayor convicción sus propias ideas.
Como Carlo, Leonora y Alvaro, también el regisseur se pierde en esa narrativa donde cada personaje va por su cuenta sin mayor interacción a lo largo de una cantidad de años de persecución y guerra. Por ejemplo, ¿por qué no aprovechó mejor el hecho de que Curra y Preziosilla están a cargo de una sola cantante, lo mismo que en el caso del marqués de Calatrava y el padre guardián? ¡Que buena idea hubiera sido seguir la identificación de hada mala-nodriza perversa y deus ex machina de guerra en la primera, y paternalismo opresivo con el segundo! Esto último teniendo en cuenta la ocurrencia del mismo Pountney de mostrar la invocación a “la vergine degli angeli” como una especie de auto da fe en el cual una hereje penitente marcha a lo largo de la gran mesa antes utilizada por Preziosilla, como si fuera la Blanche del Diálogo de Carmelitas. Y esa mancha de sangre dejada en la pared por el marqués de Calatrava en uno de los paneles, siempre fresca y manoseada por los demás personajes es también un hilo conductor interesante. Solo que el manoseo se repite demasiado. Ninguna regie que quiera ser convincente, debe repetir efectos visuales hasta el punto de amanerarlos y hacerles perder su contundencia.
De cualquier manera, esta regie contiene un momento inolvidable: Carlo mata y muere en escena y no entre bastidores, como lo pide el libreto. Es así que el terceto final se transforma visualmente en un cuarteto donde la heroína expira tomando la mano no sólo de su Alvaro sino también de su hermano muerto. ¡Que diferente para el espectador, eso de poder entregarse a este trío-cuarteto sin la molestia de sentir que hay un cadáver pudriéndose entre los bastidores!
A la cabeza de un distinguido elenco de solistas se lució la Preziosilla-Curra cantada por Justina Gryngyte con una voz a la vez cálida y de incisividad de acero. A los melancólicos del pasado les cuento que me hizo acordar a Fedora Barbieri. Y a los más interesados en el presente quiero pasarles mi opinión que ésta es una de las voces más prometedoras de mezzo desde la aparición de Elina Garança. Hasta me animaría a decir que Gryngyte está casi lista para atravesar la masa orquestal con un gran “O don fatale.” A pesar de haber sido premiada como “cantante joven del año” en los Opera awards de 2015, Gryngyte sigue cantando más bien en su nativa Lituania con alguna incursión al Massimo de Palermo y ahora a la ópera de Gales. Ello mientras las casas internacionales se afanan por voces que ya comienzan a gastarse mientras producen estridencias en mal italiano.
Otra gema fue el Alvaro de Gwyn Hughes Jones especialmente en su aria del tercer acto. Luego de un “O tu che in seno agli angeli” cantado con reconcentrado requiebro y soberano control del mezzo piano al mezzo forte, el tenor se entregó a su “Leonora mia” con voz abierta, de impostación firme y un fraseo de conmovedora expansión de cantábile: cantó, habló y convenció con una lacerante inmediatez dramática. Similarmente histriónica a pesar de algunas asperezas en el registro medio a partir del forte fue la Leonora de Mary Elizabeth Williams y también el Don Carlo de Luis Cansino exhibió un verdianísimo dominio del legato y el mordente en este reparto sin fisuras. Convicente el Calatrava-Guardiano de Miklós Sebestyén, y, hay cantantes que siempre nos acompañan (como Plácido) en este caso el gran Donald Maxwell, ahora un convincente Melitone.
Al frente de los excelentes coro y orquesta de la casa, Carlo Rizzi dirigió su primera Forza del destino con pulso de suprema vitalidad y un sentido de urgencia que no obstó a que la orquesta pudiera respirar con decantada polifonía tanto en la obertura como en los comentarios orquestales que hacen de ésta una obra maestra y precursora.
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