Reino Unido

El teatro, casi todo en el foso

Enrique Sacau
lunes, 9 de abril de 2018
Lloyd: Macbeth © Bill Cooper, 2018 Lloyd: Macbeth © Bill Cooper, 2018
Londres, miércoles, 28 de marzo de 2018. The Royal Opera House, Covent Garden. Giuseppe Verdi, Macbeth. Phyllida Lloyd, dirección escénica. Daniel Dooner, dirección escénica de la reposición. Anthony Ward, escenografía y vestuario. Paule Constable, iluminación. Michael Keegan-Dolan, coreografía. Kirsty Tapp, reposición de la coreografía. Terry King, dirección de lucha. Željko Lučić (Macbeth), Ildebrando D’Arcangelo (Banquo), Anna Netrebko (Lady Macbeth), Konu Kim (Malcolm), Yusif Eyvazov (Macduff),  Matteo Lorenzo(Hijo de Banquo), Jonathan Fisher (Criado de Macbeth), John O’Toole (Duncano), Francesca Chiejina (Dama de compañía), Lukas Jakobski (Doctor). Orchestra and Chorus of the Royal Opera House, Covent Garden. William Spaulding, dirección del coro. Antonio Pappano, dirección musical. Ocupación: 100%
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Las primeras frases de “Vieni t’affretta” fueron una declaración de intenciones. Anna Netrebko estaba en voz, llena de energía y sin ganas de ahorrársela. La voz, muy oscura, bien apoyada y proyectada, llenó la Royal Opera House y nos dejó pegados al asiento. Impresionante comienzo, piel de gallina. Y uno podría parar de escribir aquí y hacerle así justicia. Vocalmente, su único punto débil fue una cierta inseguridad comprensible cada vez que hizo falta agilidad en las strette; pero no fue óbice para apreciar a la rusa en todo su esplendor. Llegó, vio y llenó el auditorio de sonido. 

No hizo nada más con el personaje, no trabajó con el fraseo ni el color para denotar estados de ánimo cambiantes. Vampiresa desde el principio hasta el final, melodramática sin cesar e incapaz de claroscuros o sutilezas, la sensación fue de oportunidad perdida: un instrumento increíble en manos de una soprano que, en esta ocasión, mostró una carencia de imaginación e inteligencia dramática. Un mago con un solo truco: el vozarrón imponente. El caso más obvio fue la escena del sonambulismo, cantada por Netrebko sin matices, un golpe de glotis seguido de otro. Aún a riesgo de comparar churras con merinas (o el directo con el vídeo), lo mejor que le he visto hacer hasta la fecha ha sido precisamente esa escena, cantada con mil detalles, en el DVD del MET. Esta noche, olvidada la impresión del impacto inicial, me dejó con ganas de mucho más. Recibió al final de la representación un buen aplauso (si bien no se vino abajo el teatro). Al fin y al cabo, pegas canoras pueden ponerse pocas. 

Justo lo contrario ofreció Željko Lučić en el papel protagonista. A él lo que le falló fue la voz. Intentó mil sutilezas dinámicas y con el fraseo, pero tiene una voz mate, problemas de afinación y tiende al alarido. Así fue que cantó “Pietà, rispetto, amore” con las mejores intenciones posibles, pero con un instrumento que no le dejó despegar. Como a los barítonos y a los bajos se les perdona todo, Lučić recibió un aplauso más caluroso que el de Netrebko, pero me pregunto qué reacción habría tenido en teatros con públicos menos indulgentes con los cantantes de ópera; los problemas eran muy obvios. 

Quien sí se llevó el gato al agua fue Antonio Pappano, en una de sus mejores noches en tiempos recientes. El hecho de que Netrebko y Lučić iban sobrados de potencia (lo mismo puede decirse del tenor, Yusif Eyvazov) permitió a Pappano no cortarse. Se volcó en una lectura de la ópera muy sensual, con decibelios, precisión rítmica y exuberancia para dar y tomar. Fue en el foso donde se vieron de veras los “ministri infernali” y fueron Pappano, la orquesta y el coro quienes merecieron y recibieron la más atronadora ovación. Sin ellos, habría sido una noche de ópera muy de andar por casa. 

El Macduff de Eyvazov, marido y frecuente compañero de tablas de Netrebko, empezó bastante inestable, con demasiado volumen y muy caprino. Me fui al intermedio con sensación de nepotismo injustificable. La verdad es que cantó “Ah la paterna mano” con enorme intensidad y estuvo a la altura del teatro. Nepotismo, sí, pero un poco más perdonable. El Banquo de Ildebrando D’Arcangelo fue muy correcto sin causar mayor efecto. 

Se reponía la producción de Phyllida Lloyd estrenada en 2002. Los tres elementos claves son las brujas, que activamente se ocupan de que se cumplan sus profecías; un trono que es una cárcel de oro; y un grifo donde la sangre, que es combustible del reino del terror de Macbeth, no se consigue lavar. Una rara producción en la que funcionan tanto el contexto como la dirección de los personajes. 

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