Italia
Un sombrío Don Pasquale
Jorge Binaghi

Que la última ópera cómica, y la mejor, de Donizetti, pueda tener una lectura no tan cómica no es algo nuevo aunque sí tal vez no demasiado reciente. En cualquier caso, nunca había visto antes una visión tan pronunciadamente ‘melancólica’ o ‘desfavorable’. Y no sé si ha sido la versión de Chailly la que impuso ese tono a la puesta en escena de Livermore, si fue lo contrario, o si fue de mutuo acuerdo. Hasta en los decorados y luces predominan los tonos oscuros, sólo rotos por la escena en que aparece por primera vez Norina.
Para los que recuerdan con afecto, simpatía y/o admiración (ninguno de los adjetivos excluye al otro) las películas italianas de los años cincuenta del siglo pasado, especialmente aquellas en blanco y negro, y en las que participaba una característica magistral especializada en mujer de edad nada bella y de carácter muy fuerte, la entonces célebre Tina Pica, el corazón da un vuelco cuando se abre el telón (junto con la obertura) y se ve el funeral de la difunta madre del protagonista. Se trata de un retrato ‘parlante’ que reacciona todo el tiempo ante lo que ocurre después de su muerte. Y la obertura nos cuenta que esta madre a la superitaliana ha sido la culpable de que el ahora viejo solterón no haya conseguido nunca entablar una relación sentimental durable ya que siempre se ha interpuesto, y al parecer lo seguirá haciendo desde el más allá, hasta el final.
Pero en realidad poco hay para reír, a no ser que se trate de una risa cínica (en ese orden de cosas alguna vez alguien explorará la ambigüedad de Malatesta y su verdadera relación con Norina y Ernesto aunque no creo que haya estado en la mente del compositor y libretista hacerlo).
El problema es que la falta de alegría termina por invadirlo todo, y en primer lugar, desde la misma obertura, la lectura de Chailly. Creo que claramente este no es el repertorio o el autor que mejor le va. La orquesta sonó muy bien, pero en ningún momento hubo ‘empatía’ (utilicemos la famosa palabra de moda) con nada ni nadie. Hasta el fingido notario pariente de Malatesta es no sólo tonto sino un ladronzuelo que aprovecha los acontecimientos posteriores a la firma del contrato nupcial para apoderarse de cuanto está a su alcance.
Es original que Ernesto cante su aria de despedida en la estación de tren de Roma, o que Norina sea una ‘star’ (debería de haber sido una ‘maggiorata’ seguramente, pero en este caso no era posible) de Cinecittà, pero a veces el efecto por el efecto mismo toma la delantera a Livermore. El vestuario es fastuosísimo y no sé si merece la pena gastar tanto dinero en los modelos de mujer que Norina y Malatesta discuten en su dúo.
En la parte musical, el momento de mayor aplauso y nivel fue el gran coro del tercer acto en que se volvió a demostrar qué clase de cuerpo es este y qué clase de director Casoni. Y además son muy buenos intérpretes.
Una vez dicho que Maestri no tiene los requisitos de voz (es un barítono y no un bajo o bajobarítono), que habla muchas veces en vez de cantar, y que su fiato no es el mejor para el gran dúo con Malatesta, pero es quien más da el aspecto ‘tradicional’ de la parte, se puede afirmar también que Porta es un buen carácterístico y mejor actor. Los otros tres se llevan la parte del león en el canto, sin que ninguno sea memorable, y Olivieri también en la escena. De hecho, su Malatesta es el que mejor funciona en todos los planos aunque alguna cosa debe aún trabajar porque el timbre no resulta siempre ‘en foco’ y algún agudo no se oyó (si lo dio). Pero es joven, apuesto, se mueve extraordinariamente bien (no sé de muchos que puedan hacer la gimnasia que se le pide en el dúo con Pasquale) y la voz es buena y canta bien.
Feola me ha convencido más en otras ocasiones. Es simpática, musical, tiene las notas necesarias, pero poca personalidad (esto le pasa factura en particular en el segundo acto cuando ‘Sofronia’ se convierte de mosquita muerta en una hiena) y un timbre grato, pero de los que dejan poca huella. Con esos mimbres su fantástica aria de entrada gusta, pero no deslumbra.
Barbera está teniendo cada vez más prensa y más contratos. No hay duda de que es un cantante serio y responsable; tampoco de que tiene voz poco grata, un agudo bueno pero metálico, y para un tenor romántico donizettiano eso es bastante, pero no demasiado. Como tampoco tiene una figura ideal aunque se mueva correctamente y haga todo lo que se le pide, de todas sus intervenciones la que rescato más es la cabaletta del segundo acto y el nocturno del tercero.
Me sorprendió que el teatro no estuviera lleno (lejos de eso, y considerando la cantidad de turistas presentes porque había un ‘salón’ muy importante en esos días en Milán) y que los aplausos no fueran demasiado convencidos ni abundantes.
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