Estados Unidos
Francia e Italia en Filadelfia
José A. Tapia Granados

El francés Stéphane Denève es el principal director invitado de la Orquesta de Filadelfia. Su presencia es habitual en el Kimmel Center, en cuyo podio se le ve casi tanto como a Yannick Nézet-Séguin, el director titular. En el concierto de temporada que aquí se reseña Denève presentó cuatro obras que teniendo como motivo inspirador una especie de eje Francia-Italia, hicieron las delicias del público. El concierto comenzó con la obertura Carnaval romano, de Berlioz, obra que por sus reducidas dimensiones y su ostentación orquestal es frecuente inicio de programas como el que aquí se reseña. No es esta obertura a mi juicio una de las obras en las que el genio compositivo de Berlioz brilla a la máxima altura, como en el Harold en Italia, La infancia de Cristo o la Sinfonía fantástica, pero sí es una composición de notable integridad que comunica perfectamente la alegría, el jolgorio y el bullicio de ese carnaval romano que la inspira.
Siguiendo en la parte francesa del programa, el pianista Nicholas Angelich interpretó el Concierto No. 5, “Egipcio”, de Camille Saint-Saëns. Para mí, si la memoria no me engaña, era primera audición y esta obra era una de las razones por las que acudí al concierto. Siempre me gusta oír cosas que desconozco, aunque sean compositores como Saint-Saëns por los que, por lo que conozco, no siento especial interés. En una entrevista de hace ya varios años el pianista Nicholas Angelich afirmó su interés en este concierto que, decía, era muy admirado por Sviatoslav Richter. A pesar de todas esas opiniones favorables, el concierto me pareció una colección de piruetas y fuegos artificiales escasamente originales y de extrema superficialidad. Brillantes, eso sí, sobre todo en el último movimiento, que puso de manifiesto la excelencia técnica de Angelich. Las fragancias “egipcíacas” indudables en el movimiento lento del concierto, para mí se redujeron a un par de frases que me evocaron las inflexiones orientales del Scheherazade, de Rimski-Korsakov, y un breve motivo que me trajo a la mente una jota aragonesa. En la entrevista mencionada Angelich dice que, aunque la gente pueda pensar que este interesante concierto es “música liviana”, hay algo en él de gran profundidad, aunque hay que buscarlo. Lamentablemente, si él lo encontró en esta interpretación, yo no pude verlo, aunque presté atención. En cambio, el público aplaudió a rabiar.
Tras el intermedio, la tercera la obra del concierto fue la composición orquestal E chiaro nella valle il fiume appare del francés Guillaume Conneson, que según constaba en el programa, vive en París y no ha cumplido todavía los cincuenta. Se trata de un compositor al que cabe calificar de neorromántico con toda justicia. En otro concierto reciente de la Orquesta de Filadelfia al que también asistí Denève interpretó otra obra de Connesson, su Flammensschrift. Como aquella, este E chiaro nella valle il fiume appare dura como un cuarto de hora y si Flammensschrift es un homenaje a la música germánica, E chiaro nella valle il fiume appare lo es a la música italiana. En ambas obras Connesson utiliza herramientas antiguas para crear algo nuevo y original. Flammensschrift parecía un extraño y original Beethoven del siglo XXI, en E chiaro nella valle il fiume appare, cuyo título es un verso de Giacomo Leopardi (“Y el río aparece claro en el bosque”) las influencias me parecieron más variadas, pero la obra tiene marcados contrastes y enormes sutilezas que me resultaron de gran interés.
El concierto concluyó con la famosísima Pinos de Roma, de Ottorino Respighi, obra que por su combinación de lo lírico, lo fantástico y lo heroico, los encantadores cantos de ruiseñor que incluye, directamente reproducidos, y su apoteósico final, siempre hace las delicias del público. Fue también eso lo que ocurrió en esta ocasión, en la que la Orquesta de Filadelfia y Stéphane Denève pusieron un pilón más para cimentar su excelente relación con el público de la ciudad. En la puerta del auditorio un grupo de activistas protestaba con pequeñas pancartas y repartía octavillas contra una próxima gira de la orquesta a Israel. Decían las octavillas, refiriéndose a los palestinos, que un pueblo al que se le niega su dignidad y sus derechos merece la solidaridad de los demás seres humanos. Dado lo que está ocurriendo y lo que lleva mucho tiempo ocurriendo en la franja de Gaza e Israel, no parece que les falte razón.
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