España - Madrid
Neorrealismo de posguerra
Maruxa Baliñas y Xoán M. Carreira
Al iniciarse la retroiluminación del escenario, dejando traslucir el decorado, dos personas en la fila de atrás exclamaron: "Historia de una escalera". Efectivamente, Street Scene es un drama musical adscrito al mainstream neorrealista de la posguerra de los años 1940-50, que en España cuenta con ejemplos tan impresionantes como la Historia de una escalera de Buero Vallejo (Madrid: Teatro Español, 14 de octubre de 1949), La eterna canción de Pablo Sorozábal (Barcelona: Teatro Principal Palacio, 27 de enero de 1945) o La colmena de Camilo José Cela (Buenos Aires: Emecé Editores, 1951).
La escenografía recuerda el popular cómic español de 13 Rúa del Percebe (1961-1002) de Ibáñez, una casa de vecinos sin pared frontal que permite visibilizar todas las miserias de la vida familiar de los personajes. Sólo excepcionalmente esta estructura se abre para mostrar una camino amplio e iluminado que parece evocar la Calle 42 de Broadway, símbolo de éxito y de una vida de glamour tan distinta de la mísera realidad cotidiana de Street Scene, pero acaso igualmente vacía (no hay colores ni síntomas de vida, sólo el negro de la calle y las luces anaranjadas).
Uno de los principales desafíos de poner en escena una obra como esta es neutralizar, o incluso combatir, la sensación de horror vacui producida por un escenario atiborrado de figurantes entregados a sus actividades cotidianas (incluyendo niños que juegan). Sucede que en la comunidad de Street Scene no existe la privacidad, todo es visible y sometido no sólo a los cotilleos de comadres, sino también a los comentarios impertinentes -cuando no zafios- que se entremeten en las conversaciones familiares e íntimas. Y esa falta de privacidad es en la que se cuece a fuego lento el drama.
La interpretación dramática fue muy correcta, y especialmente destacable en los niños y en los figurantes. Sin embargo en el caso de los bailarines -un elemento importante en una ópera que aspira a apropiarse de los códigos del musical de Broadway- el resultado fue muy distinto. Los movimientos estaban estudiados, se habían aprendido el baile, pero daba la impresión de que se habían tragado un paraguas. Ya no es que faltara legato, es que eran escasos los momentos en que el baile se presentaba con naturalidad. La única excepción fue la pareja formada por los británicos Sarah-Marie Maxwell (Mae Jones), quien trabaja regularmente en musicales, y Dominic Lamb (Dick McGann), un bailarín que ha trabajado con Bourne y en numerosas producciones de ballet y musical.
Tim Murray, un director británico que ya se había presentado en el Teatro Real con Porgy and Bess, concertó espléndidamente los conjuntos en escena y obtuvo en el foso unos espléndidos resultados de una orquesta que raramente muestra la flexibilidad rítmica y finura tímbrica que exhibió en esta ocasión. Las limitaciones de la orquesta son bien conocidas, y además alternaba esta ópera con Soldaten de Zimmermann, que les requería un gran esfuerzo. A pesar de esto -o quizás gracias a esto- por momentos rompieron su aparente techo técnico y demostraron que la Orquesta del Real se merece que le exijan más y le den los medios de conseguirlo. El trabajo de Ivor Bolton está fructificando, ¡felicidades maestro! Y visto lo visto, todo parece indicar que directores-concertadores como Murray deberían frecuentar más el foso de este teatro.
Juzgar un elenco tan amplio como el que exige esta obra no es sencillo. Aquí no se trata de contratar algunas grandes figuras sino de acertar con un casting equilibrado y dúctil. Ninguno de los roles tiene grandes requerimientos convencionales pero una representación de Street Scene precisa de cantantes con una técnica sólida, claridad de emisión, perfecta proyección y grandes dosis de lirismo y empatía. Desde esta perspectiva el resultado del conjunto fue muy satisfactorio y el público disfrutó de la fluidez de la narración musical en un grado tal que es probable que pocos reparasen en la soberbia retórica y las espléndidas estrategias narrativas empleadas por Weill en una obra de gran complejidad que quedó invisibilizada por la habilidad de la concertación y de la dramaturgia. Es gracias a producciones como esta que los asistentes concuerdan con Joan Matabosch en que Street Scene es una obra maestra.
Maruxa exige que destaquemos la interpretación de los dos niños protagónicos, Matteo Artuñedo y Diego Poch, y en general de todo el coro infantil y juvenil, los Pequeños y Jóvenes cantores de la JORCAM. Da gusto ver niños y adolescentes que salen a escena, cantan y actúan con tanta soltura y tan afinadamente. El número donde juegan a pillar y luego hacer una pequeña parodia de los 'ricachones', Catch Me If You Can, es una auténtica delicia. De hecho algunos de esos niños 'sin nombre' lo hicieron mejor que algunos de los cantantes profesionales, lo que permite suponer que trabajaron muy seriamente, pero además fueron muy bien dirigidos, musicalmente por su directora Ana González, y escénicamente sea por el propio Fulljames o por alguno de sus colaboradores.
Joan Matabosch comentaba en su habitual artículo en el programa de sala, tras debatir si Street Scene es un musical de Broadway o una ópera, que: "Street Scene se escapa a todas las etiquetas salvo a una, que es la única que importa: es uno de los títulos más extraordinarios de toda la historia del teatro musical del siglo XX". Para nosotros fue además una paradójica introducción a la durísima producción de Soldaten que vimos dos días después.
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