Reportajes
España barroca entre girasoles
Agustín Blanco Bazán

El Périgord Vert, un lugar de la Dordogne a salvo del turismo masivo, estaba encandilado con sus campos de girasoles durante mi visita a fines de julio. Su otra gran atracción son pequeñas iglesias románicas y góticas, algunas en el camino de Santiago, que se hallaban en estado de abandono cuando Ton Koopman (1944) eligió un solar también ruinoso como su segunda casa. Nadie había vivido allí durante cincuenta años, salvo las vacas que ocupaban la planta baja. El azar se encargó que el cuñado de la arquitecta encargada de la restauración fuera un tal Robert-Nicolas Huet, un aficionado a la música barroca. Fue entonces que Koopman y Huet pusieron manos a la obra para “re-consagrar” las iglesias, solo que esta vez como lugares para representación profana de conciertos con conjuntos y solistas de toda Europa.
El resultado ha sido L’Itineraire Baroque, uno de esos festivales de verano donde una actividad musical genuina define un ritual de auténtica congregación de talentos y un público dispuesto a participar del mismo con una concentración inspirada por la naturaleza y la historia. El itinerario del título alude a un sábado (este año, el ultimo de julio) en que cinco conciertos diferentes son repetidos en cinco iglesias cinco veces, a las 11, 12.15, 15, 16.15 y 17.30 hs. La división de horario da justo tiempo al público itinerante a trasladarse a los cinco lugares y escuchar conciertos distintos. Como en otros años el itinerario es precedido por dos días de conciertos y conferencias en la Abadía de Cercles, una imponente estructura de fundaciones románicas coronadas por elevaciones góticas de los siglos XIV y XV.
Este año el lema rector fue Une anné tournée vers l’ Espagne por el énfasis en creaciones musicales barrocas españolas. No así en el concierto de inauguración, que estuvo a cargo de un Koopman sonriente y mas inspirado que nunca al frente de su Amsterdam Baroque Orchestra en un programa destinado a resaltar las posibilidades técnicas y expresivas de tres instrumentos; el sacabuche brilló con inusitada agilidad en un festivo concierto para trombón y cuerdas de Johann Georg Albrechtsberger y el oboe d´amore desarrolló con relajado virtuosismo el adagio del concierto escrito para este instrumento por Alessandro Marcello. A los chalumeau de la orquesta les llegó el turno de proyectar su poco definida pero seductora sonoridad en la estupenda acústica de la iglesia en el Concierto en re para dos chalumeaux de Telemann. Tilman Lichdi, un tenor de voz cálida y flexible, interpretó Ich armer Mensch, Ich Sündenknecht la única cantata de Bach escrita para esa cuerda y Koopman acompañó con su dirección desde el clavecín con esa acentuación de ritmo tan suya y tan vital para vivificar el repertorio barroco.
El segundo día fue cargadísimo de actividades dentro de la misma iglesia y sus alrededores, con un intensísimo calor aliviado por carpas para comer y protegerse del sol y una selección de bebidas y alimentos regionales para alimentarse como en pocos lugares de Europa. Por la mañana, el ensemble de cámara L´Astrée (cuerdas, laúd y guitarra barroca) acompañó a la soprano Julia Wischniewski en la interpretación de sonatas y cantatas de Vivaldi de la Biblioteca Nacional de Turín. Y a las cuatro y media de la tarde apareció la españolada o catalonada, como se prefiera decir en estos días, con un excelente espectáculo de danzas barrocas de España y Francia interpretadas por el conjunto Xuriach de Barcelona. En este caso la excelencia residió en la mezcla de estrictez, garbo y soltura puestos por artistas que bailaron, cantaron y se acompañaron instrumentalmente ellos mismos en Follies, sardanas, vilanos, gavotas, courante, gigue, minuet, y bourrée con música de Robert de Visée, Jean-Baptiste Lully y compositores anónimos, por ejemplo el desopilante Cotillón final. Las coreografías fueron rehabilitadas sobre la base de escritos de Juan de Esquivel Navarro, Pablo Minguet e Irol, y Juan Antonio Jaque, entre otros.
¿Y Koopman? Su turno llegó a la noche de este laborioso segundo día con un extenso recital de clavecín y órgano que interpretó junto a su esposa Tini Mathot. El programa incluyó obras de Samuel Scheidt, Joan Cabanilles, Antonio Soler, Mateo Antonio Pérez de Albeniz, Johann Sebastian y Wilhem Friedemann Bach y Armand Louis Couperin. La técnica de ejecución del maestro holandés parece haber perdido algo de su exactitud de antaño, pero este problema está compensado por su más madura pero siempre fresca expresión de fraseo. Durante el intervalo los espectadores se abalanzaron al jardín con la esperanza de ver un eclipse lunar y algunos me confesaron que hasta habían seguido la música desde el cementerio contiguo, también habilitado para fumar. En vano, por culpa de las nubes.
¡Y finalmente llegó el día del itinerario de cinco iglesias con cinco conciertos cada una! En Saint-Laurent de Mareuil, Reine-Marie Verhagen interpretó obras para flauta de Jonker Jacob Van Eyck, alias el Orfeo de Utrecht, y en el mismo Mareuil Saint Sulpice alojó al Ensemble Albori Musicali con obras de Prowo, Vivaldi, y Telemann. En Saint Martin de Connezac, Franziska Fleischanderi hizo resonar obras para solo de salterio de Canales y autores anónimos españoles. El Ensemble Clematis eligió la bellísima Saint-André de Graulges para composiciones de Salomone Rossi, Carlo Farina, Philippe Van Wichel, Nicholaus à Kempis y Giovanni Legrenzi. La quinta escena para estos cinco conciertos diarios fue el Château d´Aucors, donde la Camerata Trajectina interpretó canciones de la guerra entre España y los Paises Bajos de los siglos XVI y XVII.
Quienes se albergaron bajo el toldo donde Albert Recasens dio su conferencia sobre el barroco musical español y su ramificaciones europeas pudieron seguramente gozar mejor de las danzas de Xuriach, los tímpanos de Canales, las obras del Orfeo de Utrech y las interpretadas por la Camerata Trajectina, tan valiosas todas ellas para resaltar los vasos comunicantes entre Iberia, Francia y los Países Bajos en materia de creatividad musical. Y algo quedó claro: España nunca fue un país aislado en Europa sino un vecino sureño a veces incómodo pero también vital en el devenir artístico del continente.
En suma: este Itinerario fue un verdadero festival musical, de esos donde, en una arquitectura de robusta historicidad y un paisaje de tórrida belleza estival, música, danza y poesía se unen no sólo para satisfacer la apreciación sensual tal sino para estimular el intelecto que permite apreciarlo como corresponde.
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