España - Madrid

Virtuosismo, velocidad, fuerza

Inés Mogollón
miércoles, 7 de noviembre de 2018
Yefim Bronfman © Dario Acosta Yefim Bronfman © Dario Acosta
Madrid, miércoles, 24 de octubre de 2018. Auditorio Nacional de Música. Sala Sinfónica. Yefim Bronfman, piano. Programa: R. Schumann (1810 - 1856), Humoreske, op.20. Debussy (1862 -1918), Suite bergamasque. Schubert (1797 -1828), Sonata para piano en do menor, D.958. Ibermúsica. Temporada 2018 / 2019. Serie Arriaga, A 2. Ocupación: 92%.
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Afirmaba Busoni que “toda melodía digna de tocarse debería tocarse en mezzo forte”. La observación está recogida en un manual de Charles Rosen: El piano: notas y vivencias, y el autor se apoya en ella para argumentar una de las características que, en su opinión, definirían la tradición vienesa de interpretación pianística*.

El estilo de ejecución técnica de Yefim Bronfman ⏤al que escuchaba en directo por primera vez en el Auditorio Nacional de Madrid gracias a Ibermúsica⏤ me recordó estas líneas inmediatamente. Al revisar el texto de Rosen pude confirmar que resume en su estudio varios de los recursos técnicos que caracterizan dicha escuela, escuela que Yefim Bronfman conoció en profundidad a través de sus maestros, Rudolf Serkin y Leon Fleisher.

Bronfman aplicó concienzudamente esos recursos en su recital. Por ejemplo, insistió en todo momento ⏤y tanto para Schumann como para Debussy o Schubert⏤ en otorgar un especial relieve discursivo y sonoro a la voz melódica (ese mezzo forte de Busoni) en detrimento del devenir armónico; usó con discreción el pedal de resonancia pisando justo al pulsar las notas para subrayar así los acentos rítmicos evitando cualquier indeterminación sonora; el fraseo resultó impecable, y el cuidado en trasmitir las relaciones estructurales, brillante. Claro está que enumeramos estas prácticas apuntadas por Rosen como significativas, nunca únicas ni exclusivas en el modo de trabajar de este pianista.

En cualquier caso, lo cierto es que Bronfman confirmó su prestigio internacional en este extraordinario concierto que fue también una lección magistral, es un pianista con un dominio técnico abrumador y, en este recital al menos, trabajó la música como Busoni pedía: con un fabuloso juego de dedos que motoriza con la fuerza del brazo en posición media. La traducción es una intensa y constante potencia sonora administrada de forma admirable para atacar la tecla, obtener una articulación perfecta y desgranar cada nota y cada cadencia con una precisión y una uniformidad de relojero. Su posición ante el teclado, clavada, sobria y sin artificios, anuncia estos procesos y su resultado: virtuosismo, velocidad, fuerza.

Virtuosismo, velocidad, fuerza… y arrojo. Es épica la imagen del teclado ensangrentado de un hermoso Steinway & Sons después de que Bronfman

interpretara el Concierto para piano nº 3 de Bartók con un corte en uno de sus dedos. La foto la tomó el primer violín de la Orquesta Sinfónica de Londres, en octubre del 2015 y dio la vuelta al mundo. Tres años antes, nuestro pianista se rompió el cuarto dedo de la mano izquierda interpretando el final de la Octava sonata de Prokofiev. No canceló la gira.

Con razón el gran escritor Philip Roth bautizó a Bronfman como Mr. Fortíssimo en su novela La mancha humana, porque es precisamente en la escala que va del mezzo forte al fortíssimo el ring sonoro en el que este pianista, dada su potencia y energía, se encuentra cómodo*. Apianar no entra en sus planes. Ni en sus poderosas manos.

Naturalmente, estas decisiones técnicas conllevan renuncias y los inevitables desequilibrios, notorios en lo que respecta a la gama de dinámicas. La lectura de la Suite Bergamasque se vio afectada negativamente por esta forma de trabajar, pues un delicado despliegue de armónicos y matices en la interpretación de Debussy es imprescindible. Y tampoco le sentó bien a esta partitura la velocidad con la que Bronfman se arrojó sobre ella. Parecía querer quitársela de encima lo antes posible.

En contraste, las lecturas de Schumann y Schubert resultaron extraordinarias, en ambos casos Bronfman logró perfilar un primer plano de su grandiosa estructura. La interpretación de Humoreske fue, sencillamente, perfecta. El contraste de secciones y estados de ánimo se sucedieron entre la bravura y un delicado cantabile, dilema que es la esencia de Schumann y que Bronfman presentó de forma más que equilibrada, con un sonido exquisito y una expresividad apoyada en un ligero y recurrente rubato que logró suavizar tanta vehemencia.

En lo que respecta a la Sonata en do menor, D. 958, escrita poco antes de la muerte de Shubert, es una partitura pesimista, difícil y, en muchos aspectos, experimental. Y así la presentó Bronfman al público de Ibermúsica: como un discurso sobre el dolor, una música en lucha con fuerzas que se saben invencibles. Bronfman inoculó tanta energía a sus notas y silencios que hizo que Schubert pareciera Beethoven. Creo que a Schubert le hubiese gustado, pero yo le eché de menos.

 

[1]Charles Rosen, El piano: notas y vivencias. (Madrid: Alianza Editorial, 2005) 205 - 207.

[2] Philip Roth, La mancha humana, (Madrid, Alfaguara, 2011).

Notas

Charles ROSEN, "El piano: notas y vivencias", Madrid: Alianza Editorial, 2005, pp 205-207

Philip ROTH, "La mancha humana", Madrid: Alfaguara, 2011

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