Reino Unido

¡Verdi, líbrame de la muerte eterna!

Agustín Blanco Bazán
jueves, 8 de noviembre de 2018
Sir Antonio Pappano © 2013 by IMG Artists Sir Antonio Pappano © 2013 by IMG Artists
Londres, martes, 23 de octubre de 2018. Royal Opera House (ROH), Covent Garden. Misa de Requiem con texto de la Missa Pro Defunctis y música de Giuseppe Verdi. Lise Davidsen (soprano), Jamie Barton (mezzosoprano), Benjamin Bernheim (tenor) y Gábor Bretz (bajo). Coros y orquesta de la ROH bajo la dirección de Antonio Pappano.
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No esperaba nada nuevo de este Requiem, porque a Pappano ya lo he visto dirigir la obra al frente de la orquesta y coros de la ROH. Encerrada en el escenario, la orquesta, buena, pero hoy día no tanto como hace algunos años, suena a menudo estridente y chata en materia de color. Y Pappano dirige muy bien pero….los que hemos visto a Giulini o Karajan somos decididamente insoportables, y no los más indicados para hacer buenas críticas musicales. Por ejemplo, ¿para qué estos prejuicios anticipados míos, finalmente aplastados por un Requiem excepcional?

Salvando los problemas acústicos, Pappano estuvo a la altura de un Giulini, ya desde la anticipatoria tensión que parece perturbar la calma de los primeros acordes, hasta esa calma tan diferente, resignada pero a regañadientes que cierra la obra. Pappano unificó estos extremos con una poética y lacerante contención, y los solistas, coro y orquesta se entregaron antológicamente a esta propuesta de dramatismo nunca rimbombante sino interiorizado y medular.

La soprano joven noruega Lise Davidsen (31 años) brilló con esa voz absolutamente incomparable, que no parece conocer límites en fiato, legato, variación cromática, calidez de densidad y extensión de registro. Es altísima, hasta el punto de tener su cabeza al mismo nivel que la de Pappano subido al podio, y su lenguaje corporal es el de una adolescente apacible y tal vez algo asombrada frente a un auditorio dorado y repleto. Todo el tiempo cantó con los brazos colgadamente distendidos, moviéndolos solo muy ocasionalmente para tocar el atril y pasar la hoja. Su expresión de fraseo es aún algo a cultivar pero en la emergencia (tuvo que reemplazar a último momento a Krassimira Stoyanova) vocalizó un libera me de cautivante ansiedad. Su expandido Si final, aun cuando más en piano que en pianísimo, flotó sobre la sala con extática firmeza. Similarmente excepcional estuvo la mezzo Jamie Barton, una mezcla de Cossotto y Horne pero sin las estridencias de la primera o las opacidades de la segunda. La voz de Barton es a la vez cálida y de acero y gracias a su intensidad de fraseo todos sentimos como si Azucena o Éboli hubieran salido de sus óperas habituales para contarnos sus ansiedades en un contexto diferente.

Tal vez faltó algo de italianidad en el color vocal del excelente tenor francés Benjamin Bernheim, que de cualquier manera ofreció una válida alternativa de refinada articulación y firmeza de registro. Similar excelencia estilística mostró el Gábor Bretz, un bajo nunca estereotipado en su resonancia, sino más bien concentrado en un fraseo terso y claro.

Antes de empezar Pappano pidió nos acordáramos de los muertos de la primera guerra y de una soprano catalana que cantaba el Requiem como los dioses y con un requetepianísimo de ppp al final, en lugar del pp de Davidsen. ¿Para qué habrá abierto la boca con este mimito facilón y lagrimoso? ¿Es que no entiende que en el Requiem de Verdi, lo único que nos importa es nuestra propia muerte?

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