Opinión

Gabriela Montero: “mi voz-nuestra voz”

David Coifman
jueves, 13 de diciembre de 2018
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El portal digital venezolano Venezuela Sinfónica: donde el lenguaje es la música ha lanzado al aire la pregunta ¿Qué hace usted, Gabriela Montero? de un colaborador, Luis Jesús González Cova, a propósito de la queja en Facebook de la pianista venezolana de considerar la revista “otro brazo del Sistema” (=Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela). Los argumentos esgrimidos por la pianista y la desmedida reacción de la revista musical se basan en la fuerza de la “voz” que ambos poseen dentro del actual panorama político para reavivar la ya tradicional dialéctica sobre el mismo problema que nos aqueja a todos los venezolanos dentro y fuera del país: el desamparo generalizado por el sectario sistema populista presidido por Nicolás Maduro. Lejos de querer ponderar la discusión planteada, dado que es tan válido para la artista venezolana utilizar la dimensión universal de su arte para hacer escuchar su disidencia política contra el chavismo, como lo es también para la citada revista digital creer que solo nos informa sobre la actividad “artística” y no “política” de una “Venezuela Sinfónica”, deseo aquí dar una respuesta a la pública pregunta planteada.

La base del problema de si podemos (o debemos) separar las actividades políticas de las artísticas en nuestra vida diaria queda ya respondida en la respuesta de corte político que esta revista digital dirigió a la artista, y pone en evidencia que no solo da cabida a la vida estrictamente musical del país. Le bastó “sentirse” enjuiciada de manera política por una artista para responder de la misma manera, es decir política. Sin embargo, contrario a la esperada respuesta ofrecida por una revista cuyo lenguaje es la música sobre “qué hace” la artista venezolana más allá de tocar el piano a un nivel de excelencia internacional que nos llena de orgullo a todos los venezolanos (o así al menos lo considera la gran mayoría de los venezolanos), leemos en cambio que de ella se espera (¿no sabemos por quien? ¿por parte del Estado actual venezolano?) que realice “algunas” actividades que, puedo decirlo con propiedad, están avergonzando a todos los venezolanos como migrantes, es decir, que además de estar sometidos a la más espantosa miseria dentro y fuera del país, a pesar de haber nacido en una nación petrolera que nos convierte per capita en potenciales millonarios, deberíamos encima de todo trabajar “gratis” para el estado chavista. Pero el asunto se convierte en descabellado cuando se ofrece como extraordinario (¿acaso en el orbe artístico?) que quienes se han quedado en Venezuela a sufrir sus miserias económicas e intelectuales, muchos dando clases de violín o de piano por no tener más opción que la enseñanza en el Sistema, “sacrifican” sus supuestas carreras artísticas fuera del país por haberse quedado en él, carreras que el escritor del artículo llega a comparar con la de Gabriela Montero. Los ejemplos individualistas esgrimidos por el autor para respaldar sus argumentos, entiendo que en representación de una institución o Sistema que supuestamente engloba a miles de jóvenes de enorme talento musical aún por descubrir son, en mi opinión, bastante patéticos:

Rafael Cadenas es un fuerte opositor al gobierno y aquí está, ofrece recitales, comparte sin mezquindad su experiencia, se monta en el Metro, vive nuestra realidad y desde su posición hace lo que puede, en función de lo que cree, para ayudar a mejorar la situación del país.

El maestro Luis Miguel González, que bien podría irse del país a vivir de su talento, está aquí y creó una fundación para ayudar a los artistas.

 

El arte universal del poeta venezolano Rafael Cadenas, de 88 años de edad, le permite quedarse a vivir en Caracas para convertirse, precisamente, en vocero de “nuestra realidad”. Es decir, sufrir de manera carnal la política chavista para “hacer lo que puede”, que es visibilizar las condiciones inhumanas en las que viven todos, incluidos los artistas de renombre como él en Venezuela, que es en efecto parte de la queja activa de Gabriela Montero. Pero el problema se convierte en un completo delirio argumental cuando se cree que un “maestro” como Luis Miguel González estaba predestinado a ser un artista universal pero se quedó a seguir el destino de sus preferencias en Venezuela. Lo malo de este absurdo argumento es que lo contrario no existe. Ni el escritor y Premio Nobel Gabriel García Márquez, por ejemplo, podía argumentar después de escribir Cien años de soledad sobre su preferencia de no escribir esta obra ni Gabriela Montero, después de ofrecérsele tocar junto con el gran violonchelista Yo-Yo Ma, puede argumentar a posteriori que prefirió no hacerlo. En cambio, Luis Miguel González, que “bien podría irse del país a vivir de su talento”, como nos dice González Cova, se quedó en Venezuela a ayudar a los artistas. De la frase lo único cierto, lo sabemos, es lo último, porque la hipótesis inicial es simplemente eso, un supuesto nunca consumado. Al fin y al cabo, ninguno de los verdaderos artistas y grandes genios de la humanidad, los que forjaron sus éxitos universales en las artes y las ciencias, puede luego retractarse de ellos. El delirio argumental está en suponer que el mundo está lleno de talentos como los de Gabriel García Márquez y de Gabriela Montero pero “prefirieron” no utilizarlo para beneficio de la humanidad. Sería igual a decir que millones de conciertos, libros y obras llenos de enorme talento universal se quedaron sin ser escritos, grabados o pintados porque los “talentosísimos” artistas, músicos y pintores prefirieron no llevarlos a cabo, pero que igualmente son tan artistas como todos a pesar de que nunca los consumaron. Es como decir que millones de mediocres en el mundo “prefirieron” no desarrollar su talento, como sí lo hicieron por ejemplo Albert Einstein o Bill Gates, entre tantos otro nombres ahora universales por sus obras, por haber decidido hacer otra cosa (¿acaso muchísimo mejor?) con su vida. ¿Y es que son acaso tan inteligentes y talentosos que prefirieron guardar sus geniales obras, nunca consumadas, para el “más allá”? Lo único cierto, en todo caso, es que la mediocridad los llevó claramente a preferir no intentar realizar sus universales “talentos” para el provecho de toda la humanidad. En cambio, cuando el nivel artístico de exigencia se ha consumado de manera internacional, como el de la pianista Gabriela Montero, no caben dudas ni preguntas de si hubiera “preferido” hacer otra cosa con su talento, para lo que resulta indispensable no vivir en Venezuela. ¿Será este drama de miseria intelectual que padece nuestro país de lo que, en realidad, intenta quejarse el articulista?

Sacar por lo pronto provecho argumental del “sacrificio” a un talento jamás consumado por no salir del país responde tácitamente a la pregunta “¿Qué hace usted, Gabriela Montero?”: pues vivir de un talento expuesto y premiado de manera internacional por una obra artística consumada, que le permite seguir brindándonos el orgullo de contarla entre los grandes artistas de Venezuela. Y en cuanto a lo que prefiere hacer con su tiempo libre como, por ejemplo, dedicarlo a visibilizar el drama que se vive en Venezuela, se basa en una preferencia personal similar a la que nos ofrece el poeta Rafael Cadenas, quien decidió experimentar la contradicción de sentir la alegría de que su crítico pensamiento poético vuele libre entre publicaciones y premios internacionales mientras vive en carne propia la opresión y el desamparo que padecen todos los venezolanos por culpa del chavismo, y no solo dentro del país sino también más allá de sus fronteras. Gabriela Montero, como ser humano, hace por lo tanto además lo que nos ha tocado hacer a todos los venezolanos sin o con talento por culpa del opresor sistema populista actual: sobrevivir y quejarnos de todas sus miserias.

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