Discos
Soberbio debut discográfico de Behr
Raúl González Arévalo

Cualquiera que escriba frecuentemente críticas sabe que son muy pocas las veces en una trayectoria dilatada que uno puede decir de entrada, a bocajarro, que un disco es, sencillamente, perfecto; que no tiene ni una sola pega; que se convierte en un clásico de escucha obligada desde su lanzamiento. Pero de vez en cuando el milagro ocurre, y el debut en solitario de Julien Behr es uno de ellos. A pesar de una portada que tira para atrás. Supérenlo, no les defraudará.
El tenor francés ya había dejado algunos testimonios exquisitos de su arte, en la cantata Christophe Colombe de Félicien David (Ediciones Singulares), con Mozart (Don Giovanni en Alpha) y con Pergolesi (Septem verba a Christo, dirigido por Jacobs en Harmonia Mundi), en un despliegue de versatilidad ya al alcance de muy pocos. Sin embargo, el impacto que consigue con su primer recital supera cualquier expectativa, se mire por donde se mire.
El programa alterna arias clásicas del repertorio romántico francés (Lakmé de Delibes, Mignon de Thomas, La jolie fille de Perth de Bizet) con otras más desconocidas de compositores consagrados (Cinq-Mars de Gounod, Jean de Nivelle de Delibes), para rematar con composiciones olvidadas de autores que en su momento alcanzaron un gran predicamento y hoy solo se les recuerda prácticamente en los libros de música: Fortunio de Messager, Le chevalier Jean de Joncières y Jocelyn de Godard –de quien recientemente conocíamos su magnífica Dante–. La selección se completa con dos piezas de opereta vienesa cantadas en francés (El país de las sonrisas y La viuda alegre de Lehar, tres piezas sinfónicas (Aux étoiles de Duparc, La nuit et l’amour de Augusta Holmès y la Habanera de Chabrier) y la canción de Charles Trénet “Vous qui passez sans me voir”, en un arreglo de Arthur Lavandier. Un programa complementario del ofrecido por Piotr Bezcala en su impagable recital The French Collection.
Las ejemplares notas de Alexandre Dratwicki –director científico del Palazzetto Bru Zane, que patrocina la grabación– ponen a quien se acerque en antecedentes, en primer lugar sobre las tipologías tenoriles presentes en la Francia decimonónica, desde el Primer Imperio hasta la entrada del siglo XX. A continuación explica de qué manera se han elegido piezas de lo que se conoce como repertorio de demi-caractère, es decir, aquellas que no eran ni dramático-heróicas ni cómicas, sino que quedaban a medio camino –cercano a la ópera semiseria italiana– y en la que brillaba la técnica típicamente francesa de emitir los agudos con el registro de cabeza –no en falsete– y no de pecho, según la tradición italiana impuesta a partir de la década de 1830. Se trata de una técnica que en el pasado dominaban muy pocos intérpretes –imposible no recordar aquí a Nicolai Gedda y su Nadir– y que se está recuperando de nuevo en los últimos años para cantar en estilo esas obras que está descubriendo un nuevo repertorio francés, inmenso, de enormes posibilidades dramáticas y musicales, más allá del ejercicio musicológico que lo trae de nuevo a la vida. Y el disco está haciendo una labor impagable en este sentido.
Julien Behr está intachable, se mire por donde se mire. Más allá de una voz cálida y atractiva, técnicamente destaca el dominio de esa peculiar emisión del agudo, hay homogeneidad de registros y sutiles matices en la gradación del sonido que ajustan el sentido dramático de la línea vocal. El lirismo melancólico de las arias más tiernas, sustentado en un legato de alta escuela, está plenamente conseguido. Y desde el punto de vista estilístico, el dominio del idioma y su prosodia, combinado con un fraseo musical y lingüístico y un acento romántico sin cargar las tintas, acordes con el carácter de las obras, culmina un retrato redondo tras otro. Uno solo puede maravillarse, repetir la escucha y desear que los siguientes proyectos anunciados con el sello Alpha se materialicen pronto. Pero, además, haría bien la Fundación Bru Zane en contar con su magisterio para la serie de ópera francesa que está desarrollando en compañía del sello Ediciones Singulares.
Con todo, el disco no sería la maravilla que es sin la presencia deslumbrante en la sutiliza y la propiedad con la que suena la Orquesta de la Ópera de Lyon y el sentido teatral y estilístico de otra estrella ascendente, el director Pierre Bleuse, la otra mitad de un binomio perfecto.
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