España - Madrid
Una sinfonía de la danza española
Germán García Tomás

No se cumplen 40 años todos los días, y el Ballet Nacional de España ha querido celebrar esta efeméride por todo lo alto en el Teatro de la Zarzuela con una Gala en la que ha reunido una antología de sus más emblemáticas coreografías. En ellas se aprecia el ingente valor y la plena dedicación a la danza española de toda una generación de artistas a lo largo de cuatro décadas de historia, desde creaciones del primer director de la compañía, Antonio Gades, hasta el actual, Antonio Najarro.
Este refinado collage coreográfico, preparado escrupulosamente por el propio Najarro, consigue salvar la mera yuxtaposición de piezas bailadas (y bailables), alcanzando la pretendida multiplicidad a nivel visual y un ritmo ágil de conjunto, pese a las breves bajadas del telón y los continuos cambios de decorado, luces, vestuario y ambientes escénicos que conlleva esta selección de variados trabajos y estilos disímiles. Así, el espectáculo combina piezas pertenecientes a las cuatro modalidades de Danza Española, tal y como las dividió la mítica coreógrafa Mariemma: escuela bolera, danza estilizada, flamenco y folclore. Dividido en dos partes, el espectáculo parece que alcanza un mayor equilibrio, cohesión interna y potencia expresiva en la primera y de más extensión.
En el majestuoso desfile coreografiado de entrada, al son del preludio del acto tercero de la zarzuela Los burladores de Pablo Sorozábal, de decimonónica ambientación, a los ojos del espectador se le va presentando un amplio abanico de trajes empleados a lo largo de la historia del Ballet Nacional, perfecta introducción para el espectáculo que arranca con la coreografía de escuela bolera de Antonio Ruiz Soler, Eritaña, unas sevillanas que luego verán su reflejo más sobrio en Puerta de tierra, del mismo coreógrafo, ambas de 1960 y con música de Isaac Albéniz. Los siempre exigentes y amables pasos de baile potencian aquí la perfección de las líneas, evocando el sur de España. Todavía de Antonio Ruiz Soler se convoca su Zapateado de Sarasate, taconeado por el sensacional bailarín Francisco Velasco. La graduación, medición e intensidad de sus taconeos alcanza niveles sorprendentes y difícilmente igualables, mostrándose su virtuoso alter ego en el flexible violín de Albert Skuratov.
En línea elegante y distinguida se sitúa el paso coreográfico a solo de Victoria Eugenia, Danza IX, con música de Enrique Granados, lucimiento para la bailarina Inmaculada Sánchez. Otro solo, con el simbolismo como máxima, cuenta con la participación al piano de Dorantes tocando su música Ícaro, coreografía sobre el mito griego diseñada en el presente año por Najarro para conmemorar el 40 aniversario de su compañía, y donde los pasos enérgicos y vacilantes del Primer Bailarín Sergio Bernal retratan al funesto personaje de las alas de cera.
De la fusión entre la danza clásica y la abstracción más contemporánea surge Ritmos, poderosa y vibrante coreografía colectiva firmada por Alberto Lorca, y que en toda la amalgama de bailes presentados, es quizá la que consigue un mayor grado de plasticidad y espectacularidad en el plano visual, sostenida por la música de fuerte impronta cinematográfica de José Nieto.
En sintonía con un baile estilizado y puramente medido, pero con un halo de sentimentalismo romántico, de Pilar López se incluye su nocturnal coreografía de 1952 sobre el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, cuyo Adagio interpreta la guitarra amplificada de ese gran artista que es José María Gallardo del Rey, cuyos rasgueos se entrechocan en ocasiones con las castañuelas que a modo de subrayado toca la bailarina Aloña Alonso en un bello efecto estético.
En ese juego de fuertes contrastes que se nos propone en la Gala, la variante folclórica está representada en primer lugar por una coreografía de admirable secuencialidad: la del maestro Antonio Gades para Fuenteovejuna de Lope de Vega, con la coplilla popular dirigida a las lavanderas, con un contrastado e intimista paso a dos que desemboca en la pelea entre Frondoso (Álvaro Madrid) y el Comendador (Antonio Correderas), pretendientes de Laurencia (Inmaculada Salomón), y que hilvana músicas tan disímiles de Antonio Solera, Antonio Gades, Antón García Abril, Modest Musorgsqui y Faustino Núñez. Ya coronando la primera parte, el recuperador de los cantos de la tierra y de la tradición oral, el cantante y compositor Eliseo Parra, se erige en centro de atención para traer toda la verdad desnuda del folclore de la región gallega en la festiva coreografía de Juanjo Linares, Romance, con la presencia obligada de gaita y pandero.
El baile flamenco tiene dos grandes exponentes en este espectáculo conmemorativo, de un lado el homenaje a Carmen Amaya que representa la Soleá de La Leyenda, coreografía de José Antonio, y defendida en el hondo y desgarrado cante de Rafael de Utrera. Más tarde, para dar broche de oro a la Gala, emerge un auténtico cuadro de tablao flamenco, traducido en una gran apoteosis de luz y color: El Baile de Sorolla, de 2013, con dirección escénica de Franco Dragone, y coreografía de Manuel Liñán y Antonio Najarro, en la que el cante de María Mezcle demuestra su garra en compañía de Saray Muñoz para rendir homenaje al pintor de la luz y a su frondoso cuadro de la serie Visión de España. El Baile con el baile, para cerrar dos horas y media de inolvidable disfrute coreográfico.
Al entregado trabajo de toda la compañía, compuesta por figuras de incalculable valor y del más alto nivel, y a los méritos indiscutibles de todos los artistas invitados, hay que añadir el magnífico vehículo musical del espectáculo, que descansa sobre una plástica y multiforme Orquesta de la Comunidad de Madrid de la que Manuel Coves extrae una energía impulsiva en coloraciones y ritmos a lo largo y ancho de este amplio espectro de coreografías, y que supera con creces la labor de acompañamiento, sino siendo el núcleo vital para la expansión y desarrollo de las mismas. A través de ellas asistimos en esta Gala a 40 años de danza ininterrumpida en España, y deseamos que éstos sean sólo una mera excusa para seguir celebrando (y aplaudiendo) al Ballet Nacional.
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