DVD - Reseñas
Rossini en Glyndebourne
Raúl González Arévalo
Las reediciones traen habitualmente buenas oportunidades, en este caso encontrar a un precio más accesible dos producciones que han tenido una acogida excelente en el mundo anglosajón. No en vano, Glyndebourne ha sido uno de los templos de Rossini desde la segunda posguerra mundial, proponiendo producciones históricas, batutas y repartos cuanto menos sólidos y en ocasiones sobresalientes. Desde luego, ningún fan del Cisne de Pésaro las dejará pasar, Cenerentola es ya una grabación histórica en un título que no tiene demasiada competencia, salvo por las dos ediciones de Decca. Para el Barbero hay más donde elegir, incluso si excluimos las ediciones con una mezzo protagonista, cuerda que prefiero infinitamente a la de soprano para Rosina.
Once años separan ambas producciones, pero las dos tienen un punto en común: la visión de un Rossini de gran aceptación en el mundo anglosajón y escasa en el Mediterráneo. No se trata de una cuestión de calidad musical, que se da por sentada, en Glyndebourne y en Opus Arte. Es una cuestión de espíritu, pero incluso de estilo. La Cenicienta de Ruxandra Donose lo tiene todo vocalmente para se una Angiolina ideal: timbre, color, voz y técnica (graves, agudos y agilidades). Pero le falta fantasía de intérprete y aquí es donde no tiene nada que hacer frente a las excepcionales Cecilia Bartoli y Joyce Didonato. Lo que no quita que se trate de una interpretación apreciable. Por su parte, Maxim Mironov en la primera década del siglo XXI era presentado en algunos círculos como alternativa a Juan Diego Flórez en papeles de contraltino. Cuentos de sordo: el ruso canta en estilo, cierto, con gusto y seguridad, con agilidades fluidas y agudos clavados. También tiene un buen italiano, pero la voz blanquecina está muy limitada en los colores y el intérprete es tan soso que el peruano en realidad nunca temió por su corona. Tanto es así que tres lustros más tarde su impacto se ha redimensionado, retratando un Don Ramiro bueno y descafeinado a la vez. La falta de italianità es más evidente aún teniendo al lado a Simone Alberghini, muy bien como Dandini, con un fraseo cuidado y efectivo, y a Luciano di Pasquale, que canta -no es una obviedad- y no se limita al recurso del parlato del que abusan algunos intérpretes para Don Magnifico.
Vladimir Jurowski no es una batuta que uno espera a priori en un Rossini cómico, pero conviene particularmente al carácter oscuro que le imprime a la historia la producción de Sir Peter Hall. La orquesta está fantástica en la claridad y la exactitud con la que suenan todas las familias; además, responde puntualmente a la dirección brusca, con más tendencia al blanco y negro que a los claroscuros, por lo que a la postre resulta un tanto monótona y resta brillantez a las sutilezas del conjunto. Como la puesta en escena, moderna al primer golpe de vista al eliminar el carácter de cuento de hadas para exponer una historia oscura, desagradable e incluso violenta, a pesar de la escenografía y el vestuario estilo Imperio. Sin duda una visión diferente, incluso interesante, a condición de traicionar el espíritu cómico original concebido por Rossini.
Respecto al Barbero de Sevilla, Danielle de Niese se une a Erika Köth (DG), Beverly Sills (Premiere Opera), Kathleen Battle (DG) y Maria Bayo (Decca) en su retrato de una Rosina soprano. Personalmente ninguna, salvo Callas y De los Ángeles en disco, me resulta realmente satisfactoria. En todo caso, puestos a confrontar esta propuesta con las otras en DVD, me quedo sin duda con el mayor conocimiento de estilo de la Bayo o con los fuegos artificiales de la Battle, que realmente dan sentido a una Rosina soprano. De Niese está más pizpireta que la primera y menos petulante que la segunda, pero también menos atractiva vocalmente que esta. Inexplicablemente, sus variaciones de “Una voce poco fa” no explotan su tesitura natural y, sobre todo, tienen poco que ver con el estilo rossiniano en sus propuestas. “Contro un cor” es discreta, mientras que su mejor momento está indudablemente en “Ah, se è ver che in tal momento” -el aria que Rossini recuperó de Sigismondo para la revisión en Venecia en 1819 con la soprano Joséphine Fodor-Mainvieille-, la única en la que se la ve realmente cómoda.
Por el contrario, la sorpresa la da el brillante Fígaro de Björn Bürger, un barbero joven y ágil en todos los sentidos, con un excelente italiano y agilidades ligadas en la mejor tradición rossiniana, además de un buen actor. Menos singular, aunque siempre perfectamente adecuado en su cometido, el Almaviva de Taylor Stayton, que omite “Cessa di più resistere” -¿por dificultad técnica o por concesión a la diva titular?- lo que desequilibra su papel frente a Rosina. En todo caso, el gato al agua se lo lleva, como era previsible, el maduro Bartolo de Alessandro Corbelli, el barítono rossiniano total. Cada vez que abre la boca y con cada nota que emite solo sienta cátedra. El dominio del parlato, del sillabato, del fraseo, del estilo y de la gestualidad más cómica no tienen rival. Christophoros Stamboglis se está imponiendo como uno de los grandes bajos de la actualidad y su Don Basilio solo lo revalida, con una gran aria de la calumnia.
La Filarmónica de Londres hace un gran trabajo bajo la dirección chispeante de Enrique Mazzolà, a quien se le nota la frecuentación y el conocimiento del compositor. Ambos son fundamentales para el éxito musical de la función, como la puesta en escena, alejada de cualquier realismo para decantarse más por una recreación fantasiosa, llena de colorido y minimalista en la escenografía.
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