Alemania

Una noche en Venecia

Juan Carlos Tellechea
martes, 12 de febrero de 2019
Klimek: Eine Nacht in Venedig © Joerg Landesberg, 2018 Klimek: Eine Nacht in Venedig © Joerg Landesberg, 2018
Essen, lunes, 31 de diciembre de 2018. Aalto Musiktheater de Essen. Eine Nacht in Venedig (Una noche en Venecia), opereta en tres actos de Johann Strauss, con libreto de Friedrich Zell y Richard Genée, basado en Le Château Trompette (1860) de François Auguste Gevaert, estrenada en Berlín el 3 de octubre de 1883 en el Neuen-Friedrich-Wilhelmstädtischen Theater. Adaptación, escenas y diálogos, Bruno Klimek. Dirección escénica, Bruno Klimek. Escenografía, Jens Kilian. Vestuario, Tanja Liebermann. Dramaturgia, Christian Schröder. Intérpretes: Dmitry Ivanchey (Guido, duque de Urbino), Tamara Banješević (Annina, pescadera), Albrecht Kludzuweit (Caramello, barbero personal del duque), Martijn Cornet (Pappacoda, cocinero de macarrones), Christina Clark (Ciboletta, criada de los Delaqua), Martin Ludvik (senador Delaqua), Peter Holthausen (senador Barbaruccio), Karl-Ludwig Wissmann (senador Testaccio), Liliana de Sousa (Barbara, la mujer de Delaqua), Marie-Helene Joël (Agricola, la mujer de Barbaruccio), Susanne Stotmeister (Constantia, la mujer de Testaccio), Carl Bruchhäuser (Enrico Piselli), y Hans-Günther Papirnik (un técnico). Coro del Aalto Theater, preparado por Patrick Jaskolka. Comparsas del Aalto Theater. Orquesta Essener Philharmoniker. Director, Johannes Witt. 100% del aforo
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El lunes 31 de diciembre de 2018 marcó el final de un año triste para Alemania y muy especialmente para la Cuenca del Ruhr, con el cierre diez días atrás de la última mina hullera (Zeche Prosper-Haniel) en Bottrop, poniendo así fin a una era de casi tres siglos de explotación industrial de este mineral. El carbón de piedra que se procesa ahora en las plantas de coque con destino a los altos hornos de las acerías de la región es importado de Colombia, Sudáfrica y Australia. 

Con lágrimas de congoja en los ojos, pero también con una sonrisa de optimismo en los labios, el público abarrotó este lunes el Aalto Musiktheater de Essen para disfrutar de Una noche en Venecia, la divertida opereta de Johann Strauss (hijo), la única de este compositor austríaco estrenada fuera de Viena (3 de octubre de 1883 en Berlín y sin éxito). Tras ser sometido el libreto a diversas revisiones, el segundo debut se produjo seis días más tarde en el Theater an der Wien, allí sí con gran éxito. 

La presente versión fue readaptada con gran acierto por el director Bruno Klimek (Stuttgart, 1958), profesor de artes escénicas de la Universidad de Bellas Artes Folkwang de Essen. Si bien la historia es muy frívola, con encuentros, desencuentros, confusiones y enredos, como es habitual en el género, Klimek, quien es además escritor, director teatral y artista plástico, la ha sabido actualizar con el tema de los presentes problemas de supervivencia de Venecia, ante la ola de gigantescos cruceros turísticos que amenazan con hundirla. 

Guido, el duque de Urbino (estupendo el tenor ruso Dmitry Ivanchey), es aguardado con gran impaciencia en la laguna veneciana, en medio de una nevada. Un ejército de mujeres con nutrias al cuello y manguitos de abrigo que van de aqui para allá con gran alboroto y resbalando sobre el helado suelo, sueñan con mantener un romance con él. La régie echa mano a un arsenal de gags que hacen todavía más entretenida la opereta y torpedean el vetusto universo straussiano. 

El primero de los cuatro de esos impresionantes monstruos flotantes que llegan a la ciudad es acompañado con munición wagneriana (aires de la obertura de La Valquiria). A su paso tiemblan y se van derruyendo algunos de sus más antiguos edificios como si fueran (y lo son) de cartón (escenografía, Jens Kilian). Hasta que aparece sobre la pasarela del navío el susodicho aristócrata mujeriego y la divertida historia no para hasta el final de causar la hilaridad del público. 

El argumento de los libretistas Friedrich Zell y Richard Genée, basado en Le Château Trompette (1860) de François Auguste Gevaert, sigue siendo simplón, pero la música de Strauss es maravillosa, verbigracia el Vals de la laguna (opus 411) y la polca Las palomas de San Marcos (opus 414) que el compositor extrajo incluso de la opereta para presentarlas como piezas individuales que gozan hasta hoy de gran popularidad. 

Increíble la ductilidad que muestra todavía una obra como ésta, que hace 135 años disfrutaran nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, convertida con el correr del tiempo en una de las más famosas del rey del vals, junto con El murciélago (1874) y El barón gitano (1885). 

Pero volvamos a la nieve en la barra del Lido. En sus ensoñadoras imágenes mediterráneas, muchas veces la gente olvida que Venecia puede ser muy fría, como subraya la novelista estadounidense Patricia Highsmith (El talento de Mr. Ripley) y sobre todo en Carnaval. Es precisamente en esta época de crujir los huesos, en la que Klimek ambienta el relato y lo surte con inesperados efectos cómicos. Cuando el palacio ducal pierde el equilibrio y amenaza con derrumbarse, viene personalmente un técnico del Aalto Musiktheater (Hans-Günter Papirnik), termo y bocadillo en ristre, para poner pacientemente la fachada de nuevo en pie y dejar evidente que no se trata más que de un decorado. 

El cocinero Pappacoda (brillante el barítono neerlandés Martijn Cornet) prepara al dente sus macarrones sobre el parqué, apelando a mágicos trucos dignos del ilusionista David Copperfield durante las aburridas pausas de cambio de escena. 

Pese al acopio de chispeantes ideas, entre las que figura la apariencia berlusconiana (bufonesca, por si cupieran dudas) del senador Delaqua (convincente el bajobarítono canadiense Karel Martin Ludvik), así como los profundos cambios introducidos en los diálogos que hacen casi irreconocible el original, los ingeniosos empeños de Klimek (da todo de sí) resisten a duras penas la majadera sustancia del texto. 

En los papeles femeninos brillaron todas las intérpretes sin excepción: la pescadera Annina de la soprano serbia Tamara Banješević, cuyos besugos son globos aerostáticos; Ciboletta, criada de los Delaqua, de la soprano estadounidense Christina Clark; Barbara, esposa de Delaqua, de la mezzosoprano portuguesa Liliana de Sousa; Agricola, mujer de Barbaruccio, de la mezzosoprano alemana Marie-Helen Joël; y Constantia, esposa de Testaccio, de la contralto Susanne Stotmeister. 

También se lucieron en los roles masculinos, el Caramello, barbero personal del duque, del tenor alemán Albrecht Kludszuweit; el senador Barbaruccio del barítono Peter Holthausen; el senador Testaccio, del bajo Karl-Ludwig Wissmann; y el Enrico Piselli del actor Carl Bruchhäuser. 

El coro del Aalto Musiktheater (estupendamente preparado por Patrick Jaskolka), la colorida, casi cinematográfica interpretación de la orquesta Essener Philharmoniker (en la versión del compositor y arreglista austríaco-estadounidense Erich Wolfgang Korngold, más familiarizado con Hollywood que el bueno y virtuoso de Johann Strauß), bajo la experimentada batuta de Johannes Witt, se llevaron las más efusivas palmas de esta tarde. Ovaciones durante prolongados minutos (cuatro aperturas y cierres de telón) del público, de pie, cerraron esta preciosa velada de Año Viejo.

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