Alemania
La atención al detalle
Marisa Pérez

No acabo de entender por qué Daphne es una ópera tan poco habitual en los teatros de ópera, porque la música es bellísima. Por eso es especialmente meritorio el esfuerzo de la Ópera de Frankfurt, la cual mantiene en repertorio y presenta regularmente varios montajes de óperas de Strauss de las menos frecuentes, incluida esta Daphne, siempre problemática por la necesidad de una soprano capaz de encarar el personaje musical y teatralmente. Junto a ella tienen en repertorio Die ägyptische Helena -aunque esta temporada no se hace-, Ariadne auf Naxos -producción escénica de Brigitte Fassbaender- que se estrenó en 2013 con tanto éxito que cinco años después aún se mantiene en cartel y esta temporada ha tenido seis representaciones; y la apasionante producción de Capriccio -también de Fassbaender- que finaliza con la Condesa y sus sirvientes incorporándose a la Resistencia francesa de la 2ª Guerra Mundial, la cual se estrenó hace poco más de un año (14 de enero de 2018) y sigue representándose en esta temporada con éxito. Esta Daphne en concreto fue estrenada en la Ópera de Frankfurt en 2010, en una regie de Claus Guth, que tiene momentos muy bellos pero no siempre resulta fácil de comprender.
El papel de Corinna Schnabel como una Daphne anciana fue un elemento central en el desarrollo del montaje. Es una actriz espléndida, que sin llegar a decir una sola palabra dio sentido a una producción que no siempre resultaba sencilla de seguir. El problema del concepto de Guth es que falla en una idea básica: para mí Daphne es convertida en un laurel para que viva eternamente y siempre sea joven, porque está en continua renovación. Pero Guth presenta a Daphne y Leukippos como niños jugando y simultáneamente como jóvenes que inician su vida adulta, mientras una Daphne vieja ronda continuamente por la escena, como testigo invisible de los actos del pasado-presente. De este modo la ópera abandona su carácter intemporal para convertirse en un montaje muy marcado por el paso del tiempo, por el envejecimiento, por la transformación, pero no el cambio siempre optimista y constante de la naturaleza, sino la degradación y la muerte.
A esta degradación contribuían unos decorados aparentemente repetidos, pero donde también había pequeños cambios -que a veces costaba advertir por su sutilidad- que denotaban el paso del tiempo: un dibujo al abrir el armario que luego ya no está, un adorno que a veces se ve nuevo y otras deteriorado, etc. Este mismo mimo del detalle casi imperceptible era constante en la actuación de los cantantes. Me resultó escalofriante, en el buen sentido, esa mano que aparece desde detrás de la puerta acariciando la pared en un gesto lleno de erotismo, mientras Daphne canta su 'O bleib, geliebter Tag!' [¡Oh, quédate, amado día]: aún sin saber que era Leukippos quien se ocultaba allí, ya se sentía su pasión a un tiempo ilícita y exhibicionista.
Musicalmente la Ópera de Frankfurt reunió un buen elenco, pero precisamente la protagonista, Jane Archibald (canadiense, casada con el tenor Kurt Streit), fue el punto más débil de la representación. Archibald cantó bien, sin errores y con buen gusto, pero por ahora el papel -que debutaba aquí en Frankfurt- le queda grande y en muchos momentos le faltó potencia vocal y expresiva. Las arias importantes las cantó más que correctamente (tanto su 'O bleib, geliebter Tag!' inicial como en su desengaño final), pero esta ópera le exige ser el centro de la representación y eso no siempre lo consiguió. En ese sentido, Peter Marsh (Leukippos), un cantante habitual de la Ópera de Frankfurt, resultó lo opuesto: sin ser un cantante sobresaliente ni mostrar una voz especialmente bella, tiene experiencia y una gran soltura teatral por lo que pareció mejor que Archibald, sin serlo en realidad. El Apollo de Andreas Schager hizo en muchos momentos desear que su papel fuera más amplio: es un cantante potente y que maneja muy bien la voz, además de estar especializado precisamente en roles wagnerianos y de Strauss (en Frankfurt cantó ya el Menelas de Die ägyptische Helena). Muy buenos los secundarios, especialmente Tanja Ariane Baumgartner (Gaea), que casi llegó a imponerse a Archibald en su diálogo inicial.
Uno de los puntos fuertes de la Ópera de Frankfurt es su orquesta y coro, que como siempre sonaron muy bien (aunque en esta Daphne, tampoco es que el coro tenga mucho trabajo), así como la calidad de los papeles 'de partiquino', a menudo provenientes de su propia academia de jóvenes cantantes, como pasaba aquí con las dos sirvientas y uno de los pastores: Julia Moorman, Bianca Andrew y Jaeil Kim.
Creo que nunca había escuchado a Stefan Blunier (Berna, 1964) dirigiendo y me gustó mucho. No es Thielemann, pero hizo una versión muy delicada de la música, acompañó correctamente a los cantantes, y mostró una gran musicalidad. La ópera de Frankfurt presenta a menudo este tipo de directores, con un curriculum relativamente modesto pero un rendimiento bueno. En el caso de Blunier ha sido titular en varios teatros de ópera y salas de concierto de la zona oeste de Alemania, incluyendo Mainz, Augsburg, Mannheim, Generalmusikdirektor am Staatstheater Darmstadt (hasta 2008) y Generalmusikdirektor der Stadt Bonn (2008-16), además de haber sido invitado a dirigir más de noventa orquestas distintas de Europa y Asia.
En resumen, una Daphne muy gratificante, con un montaje cuidado y unas voces correctas o buenas, que permiten disfrutar de una ópera bellísima.
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