Obituario

Un sibarita de la música

Alfredo López-Vivié Palencia
miércoles, 6 de marzo de 2019
André Previn © Tina Tahi André Previn © Tina Tahi
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«Ese Previn es un tipo interesante: sabe usted que habla alemán mejor que yo?» Al hacerle ese comentario al todopoderoso Ronald Wilford (presidente de la agencia de representación artística CAMI), Herbert von Karajan estaba pretendiendo desconocer que André Previn había nacido en Berlín en 1929 en el seno de una familia de ascendencia judío-ruso-polaca, que su verdadero nombre era Andreas Ludwig Prewin, y que al llegar a los Estados Unidos diez años después (habiendo tenido que salir por piernas de Alemania) se lo cambió por el de André (el francés es más chic) Previn (para evitar que los americanos pronunciasen su apellido «Pruin», aunque no pudo evitar que el mundo entero acabase pronunciándolo con la misma «i» de Chopin). 

Probablemente Karajan sí ignoraba que, cuando Previn recibió la invitación para debutar con la Filarmónica de Berlín en 1968, el motivo de querer tocar la Obertura Trágica, el Concierto para violín y la Tercera Sinfonía de Brahms radicaba en que ése fue el programa que había escuchado en el primer concierto al que le llevó su padre casi treinta años antes, y que había dirigido Wilhelm Furtwängler: Previn adoraba a Brahms -a pesar de que entonces llevaba el pelo como los Beatles- y fue un estupendo director de orquesta -por más que hoy su nombre no se asocie directamente al canon centroeuropeo-. Y encima un pianista aún más grande, un compositor de éxito, y por si fuera poco un comunicador nato.

¿Igual que Leonard Bernstein? Pues me atrevo a decir que sí, aunque con matices. Vamos por partes. La serie de programas Music Night que Previn hizo para la BBC -instigado por John Culshaw, antiguo productor de DECCA y a la sazón responsable de las emisiones musicales de la cadena pública británica- no tienen nada que envidiar a los célebres Conciertos para jóvenes de Bernstein. Y es muy sintomático que lo primero que han recordado los medios ingleses en sus obituarios es el éxito de Previn cuando en 1971 intervino en el show televisivo de los famosos humoristas Morecambe y Wise -quienes le rebautizaron como «Mr Andrew Preview»-: Previn era una celebridad en Inglaterra al llevar a la Sinfónica de Londres a su mejor época mientras fue su titular entre 1968 y 1979, y más tarde fue nombrado Caballero por Su Graciosa Majestad -si bien no podía usar el título de «Sir» al no ser ciudadano británico-. La diferencia es que Previn no buscaba las cámaras. 

Tampoco la fama de Previn como compositor le viene de piezas de concierto ni de óperas. Cuando a los 33 años decidió abandonar Hollywood para dedicarse a la música «clásica» todo el mundo pensó que Previn había perdido el juicio: había intervenido como compositor o arreglista en más de cincuenta películas (su versión de la Danza del Sable para la estrambótica persecución por las calles del Berlín soviético en la película de Billy Wilder Uno, Dos, Tres hace de ella-en mi opinión- una de las mejores escenas de toda la historia del cine); había ganado -se dice pronto- cuatro Oscar (a lo largo de su vida le cayeron también diez premios Grammy); y estaba haciendo dinero a espuertas. Todo eso sin contar sus partituras jazzísticas vocales e instrumentales.

Si hay algo que resuma la faceta pianística de Previn es su buen gusto. Cuenta en sus memorias Suvi Raj Grubb -carismático productor en EMI- que la primera grabación que hizo con Previn fue el Quinteto con piano de Brahms, y que en ese momento decidió que Previn tenía que ser «su» artista. Y no ha de olvidarse la extrema pulcritud en los conciertos de Mozart, y sobre todo la elegancia de sus interpretaciones en jazz y en general la música popular -se sabía el Great American Songbook del revés-. Claro que también tuvo la inteligencia de aprender de los mejores -Oscar Peterson, Bill Evans, Ella Fitzgerald- y saber rodearse de los mejores: Shelly Manne, David Fink, Ray Brown, Mundell Lowe… o Sylvia McNair (escuchen su disco de canciones de Harold Arlen titulado Come Rain or Shine para comprobar que, a veces -muy pocas-, eso que se ha dado en llamar 'crossover' puede no ser una vulgaridad sino un ejemplo de refinamiento).

Cuando llegó a la Sinfónica de Londres, Previn apenas llevaba unos años de experiencia como titular de la Sinfónica de Houston («nunca estaré preparado para dirigir una orquesta tejana»). Pero ya había grabado música de cine con ellos, se entendieron bien, y su falta de poso en el gran repertorio lo compensó sobradamente con la incursión en terrenos poco transitados entonces (sobre todo el ruso: sus grabaciones de los tres ballets de Chaicovski, o la Segunda Sinfonía de Rachmaninov siguen siendo referencia a día de hoy); con la inmersión en el repertorio inglés (nadie ha superado su grabación de la Primera Sinfonía de William Walton); con sus contactos hollywoodienses (Previn consiguió que John Williams grabase con la LSO la banda sonora de Star Wars); con su capacidad para leer e interpretar a primera vista (un aspecto en el que sobresalen las orquestas londinenses y que ahorra ensayos no remunerados); y con su imagen (la popularidad televisiva del maestro y su aspecto glamuroso ayudaron -y mucho- a la taquilla, de la que fundamentalmente depende los ingresos de los músicos).                    

Y también con su manera de ser apacible aunque no carente de humor. En su libro sobre los cien años de la London Symphony, Richard Morrison relata la siguiente anécdota sobre Previn, quien habla en primera persona: «En cierta ocasión estaba dirigiendo la Sinfonía en Do de Stravinsky, que tiene complicaciones surrealistas -es como La Consagración de la Primavera, pero multiplicada por diez-. El caso es que me perdí irremisiblemente. Y entonces recordé el consejo que me había dado el trompista Barry Tuckwell -a la sazón presidente de la orquesta-: ‘si te pierdes -y alguna vez seguro que te perderás- no tienes más que mirar al infinito y adoptar una pose elegante: nosotros lo arreglaremos; ni se te ocurra empezar a dar aspavientos, porque entonces nos hundimos todos.’ Así que seguí su consejo -miré al infinito y adopté una pose elegante-. Gracias a eso sigo teniendo una carrera como director.»

Esa carrera le llevó a después a Los Angeles, a Pittsburgh -donde reverdeció laureles- y a Oslo. Y a Viena. Dice Rainer Küchl -respetadísimo concertino de los Philharmoniker recientemente jubilado-: «No quiero que piense que (Previn) es el mejor director del mundo. No lo es. Pero es el más amable de cuantos directores conozco, y gracias a eso obtiene muy buenos resultados. Lo sabía porque le vi en Salzburgo con la LSO y estuvo fantástico. Su Richard Strauss es el mejor». Permítanme una última recomendación al hilo de ese comentario: escuchen el registro de Previn con la Filarmónica de Viena del intermedio ‘Träumerei am Kamin’ de la ópera Intermezzo, y les aseguro que les entrarán unas ganas irrefrenables de besar y abrazar a quien tengan al lado.  

En lo estrictamente personal, además del disfrute de todas las grabaciones citadas -y unas cuantas más- a Previn le debo un descubrimiento muy importante en mi vida. Aún no se había inventado el disco compacto cuando le vi en Barcelona con la Sinfónica de Londres: el plato fuerte del programa era la Décima Sinfonía de Shostakovich. Yo jamás había escuchado ni una nota del buen Dmitri: se imaginan la reacción de un veinteañero sentado en la primera fila de las galerías del órgano del Palau de la Música (es decir, justo encima de la matraca y la fanfarria) después de escuchar -por primera vez, en vivo y a cargo de una orquesta de relumbrón- el segundo movimiento de esa obra? Pues eso, el subidón de adrenalina me dura hasta el día de hoy.

Y claro que la vida sentimental de Previn ha hecho correr ríos de tinta, pero ese aspecto me parece completamente supérfluo. Basta traer aquí lo que acaba de publicar Anne-Sophie Mutter (su quinta y última mujer, de la que también se divorció): «Le estaré eternamente agradecida por todos sus tesoros musicales. André vivirá en los corazones de millones de amantes de la música que han sido alcanzados por su vida y por su música. Sus numerosas partituras seguirán enriqueciendo la vida de músicos de todo el mundo. Probablemente, André está ahora mismo participando en una jam session'» 

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