España - Cataluña
Shakespeare a la francesa
Jorge Binaghi

Probablemente nos guste más en ópera el tratamiento que le dieron Verdi o Britten, pero atacar el modo francés de aproximación al teatro de Shakespeare es bien arbitrario, como lo es salvar una obra o dos y condenar otra(s). A Thomas le ha ocurrido eso: si a Gounod se le puede perdonar la vida hasta por su Faust (estoy hablando en general, no en lo que a mí me parece que es, una gran ópera y no por el género), ¿cómo no hacerlo con Roméo et Juliette? Si Berlioz hizo ese experimento único de Béatrice et Bénédict, vale. Pero si Thomas se mete con Hamlet, a muchos se le abren las carnes. Yo estaría de acuerdo en decir que es un autor al que le va más -también llevándolo a su campo- el Goethe de Wilhem Meister (que, además, convertido en Mignon -título que por otra parte sigo esperando volver a ver- pasa más desapercibido), pero estoy lejos de abrirme las carnes porque ha osado tocar Hamlet y porque lo ha hecho como lo ha hecho. Los libretistas son conocidos como los mayores y mejores proveedores de libretos en francés de su época, Shakespeare ha pasado por la óptica de Dumas padre, y esta es una ópera del final del romanticismo. Y cuando la reponen, raramente, y se hace de la forma correcta, el público acude, atiende (salvo los que en cuanto no se canta se ponen a mirar móviles y son reconvenidos para su sorpresa por algún espectador refunfuñón -servidor-) y aplaude. No será música ‘profunda’ (quisiera ver qué hubiera ocurrido de haber estado de moda Shakespeare en la época barroca), pero funciona como teatro incluso en forma de concierto, como fue el caso. Después están los que tienen el alma puesta en la partitura y los -menos- que aun teniendo la partitura delante interpretan. Y está, naturalmente, la dirección de orquesta. Por ejemplo, a mí me irrita muchas veces la actitud de Oren de agitarse como un poseído, de aplaudir a cantantes e instrumentistas durante la representación, y sobre todo cuando canta. Pero esta vez no cantó -creo que no es un título que frecuente ya que casi nadie lo hace- y a pesar de haber hecho caer una parte considerable de la partitura con sus saltos dirigió estupendamente, con plena conciencia del estilo y de las necesidades de los cantantes, ya desde el vamos: la construcción de un pianísimo inicial al forte del breve preludio, por ejemplo, fue perfecta. Y la orquesta estaba en muy buena forma. Como lo estuvo el coro, que canta lo suyo.
Pero obviamente se trata de una obra fundamentalmente de cantantes y si se trata de cantantes y actores, mejor. Aquí estaba -relativamente- fresco el recuerdo de aquellas representaciones escénicas de 2003, que recuperaron la obra, gracias sobre todo al arte vocal y escénico de Keenlyside y Dessay. Tal vez aquí haya faltado un poco la escena (es una obra que la pide a gritos) aunque se haya intentado marcar situaciones con entradas y salidas (a veces un poco embarazosas por texto y música) y casi nunca se haya llegado a aquel nivel de paridad entre dominio de la dificultad vocal y la teatral. Porque fue claro que Damrau es una artista genial y se creyó su papel aunque bajo la luz, con vestido largo y partitura en mano (que demostró conocer a la perfección). Y la cantante sigue siendo enorme también, pero en esta ocasión sus fenomenales sobreagudos fueron escasos y medidos y el volumen en el registro central algo más débil (en cambio sus agudos y sus notas filadas fueron magistrales); por supuesto la escena de la locura recibió una ovación merecedísima -incluso se alejó de las candilejas para dar la sensación de la protagonista que se aleja sumergiéndose en el río- pero me gustaría destacar su primer aria a principios del acto segundo, su intervención en conjuntos y su dúo con Hamlet. Sólo se le acercó, en la composición de un personaje, Hubaux, muy aplaudida, y mejor que en su reciente Favorite aunque siguen siendo mejor sus agudos y centros que sus graves, pero en esta parte eso es mucho más tolerable y la intérprete muy intensa. Actuó en sustitución de la anunciada Géraldine Chauvet.
En el rubro masculino por supuesto destacó sobremanera Álvarez. Cantó muy bien aunque muy preocupado por la partitura como para decir que hizo una interpretación de un rol que por otro lado no creo que vaya a cantar mucho, y menos en forma escénica. Lo mejor desde el punto de vista artístico fueron los momentos menos ‘líricos’ o conocidos. Los monólogos y los recitativos estuvieron muy bien. En los momentos antes señalados (como la romanza del último acto, el brindis del segundo, pero incluso en el dúo con Ophélie en el mismo) la voz respondió siempre pero me parecía estar oyendo una ópera de Verdi que una francesa, y de Thomas. Por ejemplo, fue muy superior el gran dúo con la reina, donde los intercambios son poco ‘tiernos’ y las frases más dramáticas. Por supuesto tuvo un gran éxito, y merecido. Albelo lo hizo muy bien en una parte de no mucho interés para la que estuvo sobrado. Stanchev pareció discontinuo en la emisión aunque el color es bueno para la parte del espectro. Testé no es mal cantante y sabe decir, pero Claudius lo excede. En la primera parte pareció forzado y paradójicamente muy baritonal. En la segunda empezó mejor, pero justo al final de su gran escena tuvo un problema serio con el agudo final que empañó su prestación. Es una lástima que no se haya pensado en ofrecer la parte a Rubén Amoretti, que es más seguro, y tuvo que conformarse con las no muchas frases que tocan a Polonio. En papeles secundarios destacaron el barítono Carlos Daza, voz interesante, y el veterano y siempre excelente tenor Josep Fadó (los dos sepultureros), en tanto que los amigos de Hamlet, Marcelo y Horacio, estuvieron a cargo de los muy profesionales Albert Casals (tenor) y Enrique Martínez-Castignani (barítono, este último en sustitución de Toni Marsol). Como queda dicho, mucho público y mucho éxito.
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